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jueves, 22 de diciembre de 2011

Zac el nigromante (4) Peligros desde Francia

Gnomo_atrapado.jpg (245×377)
La catedral de Notre Dame; monumento para unos, templo santo para otros. Pero hay un colectivo para quien significaba más, mucho más. Bajo aquél inmenso gigante de piedra, se hallaba la entrada a las catacumbas de París. Todo un laberinto de túneles descansa bajo la ciudad. Algunas partes son zonas turísticas, otras están restringidas, y otras no siquiera han sido exploradas por el hombre. Al menos no por hombres normales; pues en las profundidades más recónditas de las catacumbas parisinas se alzaba la imponente sede del gremio francés de nigromantes.
Esa gran fortaleza subterránea, que tomaba la forma de una réplica de la catedral, ha superado innumerables peligros a lo largo de la historia (incluyendo el ataque masivo en el siglo XIII, cuando los cadáveres saturaron lo cementerios a causa de la peste y el pueblo no vio más solución que arrojarlos a los túneles. La cantidad de sombras salvajes que hallaron el gremio y lo asaltaron fue descorazonadora, mas no por ello se rindieron los nigromantes franceses, y finalmente, vencieron). Pero jamás estuvieron preparados para algo así.
En principio, tras la muerte de un nigromante, el entrenamiento y control oscuro deberían evitar que su sombra se deboque. Pero no fue así.
Las alarmas de emergencia resonaban por los pasillos del gremio mientras las fuerzas de seguridad corrían hacia la sala de los honores (una curiosa forma de denominar a un depósito de cadáveres)
-Allons-y!!! No podemos permitir que escape.- La fuerzas de seguridad son un departamento de nigromantes soldado entrenados especialmente para afrontar amenazas de gran calibre. En el gremio francés, éstos llevan un uniforme de chándal negro con una guillotina gravada en el pecho y la bandera francesa en la chapa de sus anchos cinturones. Sobre el chándal llevaban un grueso chaleco de cuero capaz de hacer rebotar la bala más veloz. La suela metálica  de sus botas militares resonaba en los amplios pasillos blancos por cada paso que daban, y todos ellos habían manifestado sus sombras en unas largas lanzas negras que empuñaban con ferocidad (hay que añadir que los nigromantes de las fuerzas de seguridad se especializan en el dominio de las armas como disciplina de su magia).
Tras una larga carrera llegaron al depósito. Entraron derribando la puerta y se pusieron en fila contra la pared, apuntando con sus armas al interior. Allí había alguien más, un hombre joven; vestía las mismas ropas que ellos pero en lugar de chaleco llevaba una gran gabardina negra con  bordados dorados y sus manos estaban enfundadas en guantes con el mismo diseño. Y frente a él se encontraba la causa de todo éste revuelo, una sombra de nigromante, alimentada por todo el poder de su antiguo cuerpo. Ahora se erguía en su forma humana, gruñendo amenazadoramente y observando atentamente la escena con esas luces carmesí que tenía por ojos.
-¡Atentos! ¡Formación mar de saetas!- A un grito del hombre, los soldados transformaron sus lanzas en grandes arcos, mientras éste retrocedía hasta ellos y hacía lo mismo. Al tensar los arcos, unas relucientes flechas oscuras aparecieron en ellos, apuntando al monstruo.
-Siento mucho hacerle esto a uno de los míos, pero creo que no tengo elección, mi deber es defender a toda costa el honor del pueblo francés.
Germain de Robespierre era el líder de las fuerzas de seguridad de Francia; cargo que se le otorga sólo a los mejores nigromantes de  cada país  (a excepción del maestro, claro), Germain era un hombre orgulloso, pero siempre firme, calculador y letal, afirmaba en numerosas ocasiones ser descendiente de Maximilien Robespierre, quién lideró la revolución francesa. Era de ésa clase de gente que siempre tiene razón, pero no por terquedad, sino que, simplemente, nunca dicen nada sin estar absolutamente seguros. A sus veinte años, de Robespierre demostró su valía en una feroz batalla que libró con un nigromante renegado. Aquello le costó su ojo derecho, pero ganó su cargo a cambio.
-Supongo que no te dejarás ejecutar sin incidentes, como todo un miembro de nuestra respetada organización, ¿cierto?
-Tú. Tú no sabes. No sabes el dolor que siento. ¡Tú no puedes saberlo! Ése dolor… ése vacío… un vacío que sólo puede llenarse con sombras y sufrimiento humanos.
-¡Vaya! Si que hablas bien para ser una sombra, supongo que es un efecto de ser la sombra de uno de nosotros.
-¡¡¡CÁLLATE!!!- La sombra conjuró nubes negras en sus brazos y acometió contra el pelotón.
-¡Fuego!- Todos ellos dispararon a la vez. Una oleada de saetas alcanzó al monstruo antes de que pudiese tan solo acercarse. Éste permaneció inclinado hacia delante, jadeando. Germain cargó otra flecha, ésa vez apuntando a su ojo central. Pero justo antes de que ésta le asestara el golpe, un manto negro surgió de la piel de la sombra y se expandió, lanzando todas las flechas por los aires. Las fuerzas cargaron de nuevo sus arcos pero no llegaron a tiempo. El manto los cubrió por completo y, dónde antes había todo un pelotón de fieros guerreros, ya no había nada. De Robespierre, quien había logrado salir a tiempo miraba a la criatura con una mezcla de horror y odio. Pero al ver cómo ésta crecía a medida que absorbía las sombras de sus camaradas, se dio cuenta de que no era rival para ésa cosa. Sólo el maestro podía tener alguna opción.
Corrió por los pasillos como un desesperado, seguido por la sombra. Por el camino se toparon con varios nigromantes que, en cuanto lograban oír los gritos de Germain, ya habían sido devorados.
Al fin el soldado llegó, exhausto, a la sala del maestro del gremio y bloqueó la puerta.
Armand François era un hombre anciano, pero poderoso. Era el nigromante que más tiempo llevaba en el gremio francés, así como el maestro y dirigente de dicho gremio. Sobre su ropa de ciudadano normal vestía una capa negra que lo envolvía por completo, y con una capucha con la bandera francesa en la frente, aunque la tenía quitada. Lo más imponente de todo era que ése curioso tejido se movía, como el humo elevándose hacia el cielo. Tenía los ojos cerrados, parecía dormido.
-¿Qué sucede, Germain?
-Maestro, la sombra de nigromante ha escapado de la sala de honores.- El anciano abrió los ojos, mostrando sus cristalinas y ciegas pupilas blancas.
-Vaya, eso es un problema. ¿Y los soldados?
-Han… han muerto.- No fue hasta entonces que Armand se alteró.
-¡¿Los ha devorado?!
-Me temo que sí.- El anciano se levantó de golpe.
-Rápido, tenemos que…- La puerta saltó por los aires. Un haz de luz  proveniente del pasillo inundó la sala, y en la entrada estaba la bestia, jadeante. Armand se adelantó desafiante.
-Germain, escucha con atención: ponte detrás de mí y no salgas pase lo que pase. ¿Está claro? Pase lo que pase no te muevas y si te digo que huyas, huye sin hacer preguntas.
-Pero por…
-Se ha alimentado demasiado, y encima de nigromantes. Sus fuerzas deben estar rozando al máximo. No puede faltar mucho… Dentro de poco… - Pero la sombra no esperó a que terminase. Se abalanzó sobre él con una furia animal. Justo antes de ser alcanzado, François extendió bruscamente  el brazo con la mano abierta. Un pulso púrpura estalló en pleno pecho del monstruo, que salió despedido a un rincón (a pesar de su ceguera, la precisión del maestro era admirable), dónde se quedó agazapado, emitiendo unos extraños sonidos. ¿Alaridos de dolor? No, se estaba riendo.
Un grupo de masas amorfas de oscuridad comenzó a salir de su cuerpo y del suelo a su alrededor, la criatura se levantó sin dejar de reír en ningún momento. Las sombras se entrelazaban en su cuerpo. De pronto, alzó la vista. Su rostro estaba completamente desfigurado; un tajo resquebrajado atravesaba  la parte inferior de su cabeza, asemejándose mínimamente a una boca, sólo que no tenía labios, sus “dientes” (los resquebrajos del tajo) salían directamente de su cara.
El intento de boca se abría hasta límites desmesurados mientras la sombra carcajeaba sin cesar. Las luces rojas en su rostro desaparecieron en la negrura de su cuerpo mientras el ojo ovalado central se giraba en posición vertical y crecía hasta que sus extremos llegaron desde  arriba de la cabeza hasta el punto en dónde debería de estar el labio superior, cubriendo la cara entera y brillando como nunca con ese fulgor morado.
Las sombras emergían a su alrededor y de su propio cuerpo mientras la transformación continuaba. Sus dedos crecieron y se tornaron en largas uñas curvas, que parecían mas espadas, o hoces que garras, y no salían de ningún dedo, ya no había dedos en esa cosa, solo cinco hoces que sobresalían de cada mano.
Finalmente, las sombras se arremolinaron en su cuerpo y penetraron en él. Al terminar, la textura de su piel ya no era ésa la típica humeante y cambiante, como una nube negra, sino que ahora poseía un cuerpo físico, liso y perfectamente tangible que relucía al bañarse en la luz. Y la oscuridad ya no podía ocultarlo, más que nada, porqué ya no necesitaba esconderse. Ya no era una sombra salvaje, había ascendido, trascendido. Era un demi-Makai.
-¡Ahora, huye!
-Pero no puedo dejarle…
-¡Germain de Robespierre, soy tu maestro, no trates de discutir conmigo! Si lo enfrentas estarás muerto en cuestión de segundos. ¡¡¡Huye, ya sabes dónde está la salida!!!
-S-s-s-sí, maestro.- Por primera vez en mucho tiempo, Germain de Robespierre sintió la fría puñalada del miedo. Fue a la parte trasera de la sala y tanteó hasta encontrar la trampilla. Lo único que logró ver antes de bajar por ella fue a la grotesca criatura saltar ávidamente sobre Armand.
En cuanto salió de nuevo a los túneles, oyó un siseo, seguido de un potente hedor a quemado. Apenas se hubo volteado, el edificio del gremio entero estalló en un mar de llamas negras que lo propulsó hacia atrás. En su conmoción, de Robespierre distinguió perfectamente como el demi-Makai emergía del humo y se encaminaba brincando hacia el exterior.
-¿Así que esto es lo que pasa cuando una sombra se alimenta demasiado? Jamás he visto nada igual.- Susurró para sus adentros.
Germain se levantó, agotado, y se dirigió hacia otra salida de los túneles. ¿Qué pasaría a partir de ahora? Todos los nigromantes de París estaban muertos, incluido el mismo maestro del gremio francés. Sólo quedaba él y encima un demi-Makai andaba suelto por las calles parisinas. Si quería tener una ínfima posibilidad, sólo veía una solución: solicitar refuerzos.

2 comentarios:

  1. NO deja de sorprenderme la forma en que describes las cosas, las palabras escogidas, realmente me sitúas en el lugar. y créeme que a ratos no quisiera estar ahí jajaja excelente trabajo, un besote.

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  2. Vaya, Excelente capitulo, me encanto y esa cosa mala que asesino a todos en paris, ya se quien podra ir de refuerzo :) estupendo, espero mas que ansiosa el siguiente capitulo, felicidades.

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