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sábado, 17 de diciembre de 2011

Engorroso

A la gente le da miedo compartir sus problemas. Eso es lo primero que le escucho decir al presentador después de que el televisor me despierte bien entradas las 11 de la mañana. Me dormí mirando la mierda de película esa de John Travolta y Robin Williams sobre como hacer de canguro o algo parecido. Al poco rato me canso de las cosas que dice el presentador y de su careto maquillado por lo que cambio de canal y aparece una mujer barajando las cartas del Tarot sentada en una mesa gigante y que lleva puesto un vestido verde pistacho con las solapas color púrpura y suelta: “Amigos, el amor, a quien pintan ciego, es vidente y perspicaz porque el amante ve cosas que el indiferente no ve y por eso ama”. No la entiendo y apago el televisor.
Cuando parece que me estoy durmiendo otra vez me acuerdo de que debo llamar a Jorge. Le pregunto si irá al concierto de los Tullits y me dice que sí pero que antes ha quedado con Raquel para tomar algo en el Press Bar sobre las 4 de la tarde y que si me apetece ir con ellos. Le digo que allí estaré y ahora me cuenta algo de unas zetas que vende un vecino africano y que me anime a probarlas esta noche.
─No ─le digo.
─¿No qué?
─Paso de zetas tío, es un simple concierto.
─Está bien, llamaré a Carlos a ver que dice.
Cuelgo y me dispongo a dormir.

A las 3 y media salgo de casa y entro en el metro. Es sábado y como es costumbre en el metro de Barcelona hace un calor diabólico. Dentro del tren no, por el aire acondicionado, pero cuando estás un rato en el andén tienes dos opciones, o te desnudas o empiezas a sudar, y yo no tengo buen cuerpo. Me lo dijo Laura cuando le pedí una cita hace dos años, creo que todavía tengo complejo. No estoy seguro. Hija de puta.
Subo al tren y me fijo en una pareja joven y su hijo sentados en los asientos reservados. El hijo está algo alborotado y está haciéndole carotas y sonidos raros al padre. Luego el hijo se gira y mira al tipo de al lado y le hace lo mismo, a lo que este le responde con una sonrisa y haciéndole alguna careta. Ahora todos se miran y sonríen y se ponen tontorrones. No entiendo porqué lo hacen, no se conocen y posiblemente no se conozcan jamás. Es un niño, no tiene nada de ternura. Se supone que cuando crezca tendrá pelos en los huevos, el culo peludo y su sobaco apestará debidamente.
Llego a la parada y me bajo. Subo las escaleras mecánicas que dan a la calle y de repente, al otro lado, veo a Carlos bajando las escaleras. Carlos es un ex-compañero de clase y unos de los tipos más raros que he conocido, un tanto zopenco. Bajo la mirada y espero que no pase nada. Y entonces es cuando oigo:
─¡No me lo puedo creer, si es “mis cojones en una mano”! ─era mi mote en la ESO, no os lo voy a explicar─ ¡Eeeooooo! ─la gente se queda mirándonos. Le saludo con la mano con sonrisa desdeñosa y me espero arriba. Cuando llega empieza a hacerme las típicas preguntas que se hacen las personas al estar mucho tiempo sin verse. ¿Qué tal la vida? ¿Cómo van los estudios? ¿Te has echado novia? Mal. Mal. Peor. Le digo que tengo prisa y nos despedimos con un estrechón de manos.
Y llego al Press Bar.
Jorge y Raquel no aparecen por la zona y al mirar el reloj me doy cuenta que es algo pronto y me siento en una de las mesas, junto a la ventana. Me pongo a jugar al comecocos con el móvil pero se acerca la camarera e irrumpe en lo que podría haber sido mi nuevo récord y me pregunta que deseo tomar. Me apetece cerveza pero le pido un café, y me quedo observando el mundo que hay tras la ventana.

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho la historia y también me ha hecho reír en algunas partes, quizás por lo crudo del relato. Muy bien, felicidades.

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  2. Totalmente de acuerdo en un punto que HDP; mira que generar semejante complejo... me encanto tu estilo, me fascina leerte, esto sigue o lo vas a abandonar ahi solo?? esperando un cafe...
    me encanto, un besote.

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