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lunes, 5 de diciembre de 2011

Garambainas en el bar ─ entre capítulos

Siempre supuse que era el aburrimiento, ¿que podía ser sinó? No se me ocurrían muchas otras razones para aguantar según que cosas. Elijah y Jorge eran mis amigos, eso en principio estaba claro. El porqué era lo que, en cierto modo, me intrigaba. Puede que lo fuesen porque me sacaban de casa, porque mitigaban la fatiga que me causaba la existencia en general. Seguramente había otros factores. Inercia, cariño, curiosidad, quién sabe. El intríngulis de las relaciones interpersonales de la humanidad en general se volvía aún más desconcertante cuando se trataba de mí. “¿Que te mueve, Óscar?” Pues que me aburro, y me aferro a un pasado donde aún sentía emoción por las cosas, esos días en que, junto a Elijah y Jorge, gamberreábamos por las calles sin preocuparnos por nada. Una respuesta tan buena como cualquier otra. No creo que nunca haya existido una formula infalible para evaluar ese tipo de cosas. El sueño de la razón produce monstruos, monstruos y amigos descerebrados. Tal vez era eso, mi raciocíonio estaba condicionado, simple negación, una resistencia patológica a aceptar que esa época de mi vida había concluido. ¿Cómo saberlo? ¿Qué más daba? Mi vida era como era, la compartía con quien la compartía, y nunca fui de esos tipos que cogen el toro por los cuernos, era más de sentarme entre el público y gritar “¡Olé!” Olé por Jorge haciendo el imbécil en esa fiesta horrenda, olé por Elijah tonteando con Alicia como un bobalicón. Olé por su cocaína y por sus tonterías, por esa fiesta insulsa y por el tedio de saber que no iba a mejorar. ¿Era mejor eso que quedarse en casa? Puede que sí, puede que no, Óscar no lo sabía. Óscar iba a donde le decían que debía ir y bebía hasta que la vida dejaba de agobiarle. ¿Que había que ir de juerga a casa de Fran? Pues se iba, no fuese que olvidásemos por una noche que la nuestra era probablemente la generación más imbécil de la historia de la humanidad.
Pese a todo yo lo intentaba, intentaba conectar con esas gentes que parecían pasárselo tan bien nadando en la vulgaridad. Hablé con Andrea unos cinco minutos, y con María, y con Fran, les escuché balbucear uno tras otro sobre sus estúpidas vidas. Me repetía mentalmente, una y otra vez, que por estadística debía haber alguien en esa fiesta con algo interesante que decir. Y la decepción me azotaba constantemente, como una sucesión de tsunamis de mediocridad. Tuve que usar la puerta de atrás y atiborrarme de whisky, atiborrarme hasta que dejara de importarme una mierda lo que la gente tuviese que decirme. ¿Cómo no andar con esos dos, cómo no irme a vivir con ellos? Eran el mal menor, como juguetear con escorpiones en una selva llena de tigres cabreados. No dejaban de ser un par de centollos con muchos humos, pero al menos se molestaban en tratar de ser algo originales. Las escenas y estupideces de Jorge eran vergonzosas pero estimulantes, y las enrevesadas teorías de Elijah para justificar sus adicciones y sus manías eran algo digno de oírse. “Que más da.”, eso pensaba. “Podría ser peor.” Jorge daba en ese momento puñetazos a la puerta de la habitación de Tak, por alguna razón, y Elijah seguramente estaba fornicando con Alicia en el lavabo.
─Todo da igual, amiga ─le dije a Sara, interrumpiendo alguna gilipollez que me contaba─. Somos sólo una panda de monos con ropa. Monos patéticos y tontos del culo.
─¿Eh?
─Que te pires, coño.

1 comentario:

  1. Mierda... que cambio... perdon por la expresion pero este esta mas depre que yo...
    Me sigue pareciendo genial como escribes, me encanta leerte...un besote nos vemos.
    la extrangera digue siendo mi preferida, porque era fea...

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