PRESENTACIÓN

Anonadado me hallo, y pacientemente espero. Espero a que las fluctuaciones del caótico mundo en que vivo arreglen mi vida, esa colección interminable de despropósitos impresos en el pasado. El universo oscila, pierdo un amor. Un suave balanceo y un sueño se esfuma con el viento. Una puerta que se cierra, cada vez menos arena en el reloj. Me despierto cada mañana incrédulo, resulta que todo ha seguido girando mientras yo me evadía en la negrura. En estos tiempos de fatiga y desidia sólo el viento parece traer algo de esperanza, lo justo para seguir adelante. Abro los brazos y gélido me sacude, recordándome que ahora es mi turno, aunque venga de lejos, aunque se dirija a otro lugar. El viento siempre tiene una caricia para ti, una promesa, una ilusión. Un nuevo día, otro lugar, todo llegará. Las frías corrientes de invierno me entumecen la piel, pero resulta que no le veo sentido alguno al impulso de cobijarme. Estoy hastiado de perseguir el confort, de esas zapatillas tan mullidas. Del microondas. Todo falsos símbolos de esperanza. ¿Por qué pensar en el futuro? Resulta que ahora, en este momento, a mis años, y estando donde estoy, me ha dado por descubrir que pensar en el futuro es como perseguir tu sombra. Nunca ha habido futuro, para nada ni para nadie. Maldita, evidente y rebuscada obviedad. Sólo hay presente. Siempre. De repente, consciente de mi mismo y de mi vida, me da por cagarme en todo. En todo el santo universo y lo que conlleva su existencia. Incluida mi amada, si, esa mujer perfecta cuya indiferencia es la auténtica razón por la que me hallo congelado, en el balcón, en ropa interior, maldiciendo mi suerte y haciendo cuanto está en mi mano por sentirme vivo. Lloro. Melodrama y penitencia, placebos para desamor. Consuelo de tontos. Y la vida sigue, que tampoco hay para tanto.