Solo después de haber alcanzado un inaudito nivel de concentración y tras hacer acopio de una cantidad ingente de fuerza física cuya consecución le llevó meses de feraz entrenamiento y hercúlea disciplina, se decidió a saltar. Lo hizo con tanta efectividad que su cuerpo, impelido por el aire a una pasmosa velocidad, logró aterrizar sobre su propia sombra la cual se hallaba extendida a lo largo de más de tres metros sobre el pavimento, bajo la luz crepuscular. Fue sólo una décima de segundo lo que la humillada y oscura silueta tardó en reaccionar, ubicándose en toda su longitud sobre su nueva posición con respecto del cuerpo de su amo; pero el daño ya estaba hecho: alguien por fin había derrotado, con voluntad y fe, las leyes físicas más elementales y ella era su víctima.
La hazaña quedó grabada en las córneas de un puñado de testigos que, curiosos, habían acompañado a Don Bernabé hasta la carretera en la que habría de intentarlo, mas la consecuente sensación de dicha y estupor resultaría inesperadamente efímera ya que, debido al aturdimiento producido por la grandiosidad del momento, el hombre no oyó el camión que se le venía encima a toda velocidad.
Don Bernabé fue enterrado al día siguiente al cabo de una sucinta ceremonia. Su sombra lo acompañó hasta el interior del ataúd donde, al cerrarse la tapa, lo envolvió en la paz de su noche eterna como si de un sudario se tratase.
La forma en que tus palabras describen las escenas me envuelven como esa sombra... mis felicitaciones Gandaf, no me canso de leerte.
ResponderEliminarUn besote gigante, a la altura de tu genialidad, aunque se me enoje la vampi.
Si es que hay que ir con cuidado...
ResponderEliminarSiempre a vuestros pies, dulces damiselas.
ResponderEliminarque historia y el final fantastico. Me encanto, felicidades.
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