Me llamo Madeleine Prescott y tengo diecisiete años. Todos me llaman Maddie. Peso cuarenta y nueve
kilos y mido un metro setenta.Todos los días salgo de casa a la misma hora, a
las once de la mañana, y voy al parque que hay detrás de la estación, el que
está junto al cementerio, donde me espera Charlie, con lo de siempre. Cada día
que pasa espero con más ansia nuestras citas. Creo que he empezado a
desarrollar una extraña necesidad que me empuja a querer lo que me da cada vez
más. Mamá cree que en realidad voy al centro donde deben estar las personas
como yo, con mis mismos problemas. Está muy mal eso de mentir a una madre, lo
sé, pero ella es feliz con esa mentira y no pienso reventarle la burbuja. No me
gusta verla disgustada porque la quiero mucho.
Ya no voy al
instituto, hace mucho que dejé de hacerlo, aunque no es algo de lo que me
arrepienta. Nunca he sido buena estudiante y lo de calentar el sitio en clase
siempre me había parecido una auténtica pérdida de tiempo. Mamá dice que podría
intentar sacarme la educación secundaria a distancia, que ha visto un par de
institutos en el barrio que ofertan ese tipo de estudios y que por lo menos
debería tener el graduado, que ya sería algo. Espero que esa idea se le olvide
pronto.
Cuando estoy con Charlie las horas no existen. Pasamos el
rato tomando lo nuestro, hablando de los amigos que se han ido, el último de
ellos ha sido Michael, hace escasos dos meses que ya no está, le dio un paro
cardíaco, creo. Espero que a Charlie no el pase lo mismo. Después de tirarme
casi todo el día con él me digno a volver a casa. Es tarde cuando llego, cerca
de las ocho. Procuro pasar poco tiempo en casa, no me gusta. He vuelto a
discutir con mamá por el tema de mi alimentación. De nuevo ha tenido que tirar
a la basura la comida de este mediodía mientras me echaba en cara el poco
dinero que tenemos y lo delgada que estoy. Dice que no entiende cómo puedo
seguir adelgazando tanto si se supone que me estoy curando. Dice además que
tengo más marcas en los brazos y que no es normal. Cuando me dice eso pienso en
la cara que pondría si viera cómo tengo los tobillos.
Hoy el día ha empezado como cualquier otro: me he levantado
y enfundada en unos vaqueros rotos y una vieja y roída camiseta de propaganda
me he lanzado en busca de mi dosis. He llegado al parque y no he visto a
Charlie. Me ha parecido raro así que he decidió esperarle. Son las dos y aún no
ha llegado. Estoy empezando a ponerme nerviosa. Las cuatro de la tarde y
Charlie sigue sin venir. Me tiemblan las manos y no puedo estarme quieta. Es la
segunda vez que me hace esto, ayer tampoco vino. No sé cuánto podré aguantar
sin él.
Al final he decidido volver a casa, me he cansado de
esperar. Mamá está en la cocina preparando la cena, creo que no se ha dado
cuenta de que estoy aquí. Voy corriendo a mi dormitorio y cierro de un portazo.
Creo que dejé un pico guardado en el cajón de las braguitas, para las
emergencias. Abro el cajón, lo busco. No está. Lo revuelvo todo desperdigando
conjuntos de encaje y licra por todo el suelo. ¡No está, no está, no está! De
pronto mamá ha entrado en mi habitación, lo ha hecho enfadada, dando un sonoro
golpe a la puerta. “¿Es esto lo que
buscas?” pregunta mostrándome un turulo de coca en la palma de su mano. “¡Dijiste que lo habías dejado!” me grita
“Ya no vas al centro de desintoxicación
¿verdad?”
Hemos empezado a discutir como nunca, me ha gritado que soy
una mala hija, una mentirosa que va a hacer que me encierren en un hospital. Ha
ido bramando mil improperios sobre mí mientras se dirigía hacia el cuarto de
baño. La he seguido porque me temo lo que va a hacer. “¡no serás capaz, maldita zorra!”
he rugido mientras la agarraba del brazo para detenerla. Ella me ha
empujado contra la pared del pasillo. De pronto he perdido el control sobre mí
misma. Todo ha sucedido muy rápido, no he podido detenerme. Ahora mamá está
tirada en el suelo, inconsciente, con una brecha enorme en la frente. Tiene la
cara bañada en sangre y el espejo que cuelga sobre el lavabo está rajado. ¿He
sido yo? Creo que esta vez me he pasado.
Me llamo Maddie y soy drogodependiente.
Un buen amigo mío (profe de instituto) me decía en la linde de sus cuarenta que había probado de todo y que finalmente, donde se le pusiera un buen Jumilla, que se quitase todo lo demás.
ResponderEliminarHay un libro "Miedo y asco en Las Vegas" que ilustra muy bien el infierno de las drogas. También lo hace en sus obras underground el entrañable gruñón de Bukovsky.
Mu bueno lo tuyo dear!
Siempre aportando algo nuevo, milord...
ResponderEliminarGracias por tu impagable atención.
Por cierto, ya he borrado el párrafo que estaba repetido... Si es que hay que ir con cuidado. ;-)
Sí que podría ser un ejemplo el libro "Miedo y asco en las vegas" pero quizá se adapta mejor a esta historia del de "Menos que cero" de Bret E. Ellis! Os lo recomiendo, saludos!
ResponderEliminarBueno primero que todo wow, te felicito Lady es maravilloso tu relato, te felicito, muy bien logrado, :( si alguien tiene esos libros para bajarlos, lo agradecería, aunque no lo crean cuesta mucho conseguir ciertos libros de este lado del globo.
ResponderEliminarbesitos.
Gracias por la info Elías, prometo tenerla en cuenta, de veras!
ResponderEliminarGracias por pasarte Trys, siempre es un placer.
Que relato y que realidad presenta, aunque al final es mas que nada voluntad y personalmente no sé como esa madre puede soportar tanto, yo la hubiera internado hace mucho tiempo, aunque suene cruel es lo mejor, a fin quien mas sufre es la familia. Felicidades, excelente relato.
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