Hace un rato a D. le ha dado por empezar a contarme tonterías y no parece tener intención de parar. Me cuenta cosas inocuas sobre su matrimonio, sobre su casa y sobre la impotencia por estrés. Le digo que hace unos días un gitano al que casi atropello me lanzó una maldición, y que desde entonces tengo horribles visiones de muerte y sufrimiento. No me hace mucho caso y sigue hablando. Yo miro como el suelo se llena de un palmo de sangre, un marrón que los demás parecen pasar por alto. Le digo que se calle y me marcho. Ya he acabado con el maquetado y la revista ya se está imprimiendo, no tengo que estar aquí. S. me cuenta en el ascensor que ETA ha puesto una bomba en Mallorca, que una prima suya que vive allí vio la explosión en directo. Yo le digo que es toda una suerte que no la pillara a ella de por medio, y S. coincide conmigo. Cordialidad ante todo. Detrás de ella hay un niño en taparrabos al que le sangran los ojos, pero no le digo nada. El niño me susurra cosas en Esperanto. Da un poco de yuyu. Salgo del ascensor y me despido hasta el lunes del portero. Camino por Paseo de Gracia, elucubrando. El niño demoníaco va cogido de mi mano. Le digo que va a coger frío.
Al llegar a casa dejo a mi mujer. Le digo que es una persona horrible, que vive en un universo pequeño y triste del que no quiero formar parte. Ella se vuelve loca y se pasea por la casa dando alaridos histéricos y tirando cosas contra otras cosas. Le digo que me da asco tocarla, y que sus ojos transmiten tanta arrogancia que no puedo ni mirarla. Ella me suplica. Llora y murmura algo sobre otras mujeres. Le digo que es una persona estúpida y vulgar, que cada segundo que he pasado con ella ha sido un espantoso error. Y ella ya no dice nada. A su espalda hay obscenidades y maldiciones escritas con sangre por toda la pared, pero solo yo puedo verlas. Saco la maleta previamente preparada de debajo de la cama y salgo de allí.
En el hotel intento dormir un rato. Noto unos dedos húmedos y huesudos que me recorren la espalda mientras oigo unos agudos gritos de dolor de infinitas personas torturadas. Así no hay manera. Llamo a los chicos y me dicen que están en el bar. Llego y me tomo una cerveza. Luego dos más. Ellos hablan de sexo. Yo veo la cara del gitano dentro de mi vaso. Les cuento lo de la maldición. Fidel me dice que a él le pasó lo mismo, y que tiene el número de un brujo que me la quitará, y que aunque sea un poco caro vale la pena. Yo le digo que ya veré lo que hago. Ellos hablan de fútbol. Yo veo a M. al otro lado del bar. Me fijo en sus grandes pechos y en su cara desfigurada por el alcohol. Les cuento que he dejado a mi mujer, y que me he estado tirando a M.. Unos me dicen que estoy loco, otros que ya era hora. Me preguntan detalles de alcoba, y les mando a la mierda. Les digo que estoy harto. Les digo que son una panda de retrasados, que me dan asco. Me preguntan que de que voy. Les digo que su estupidez me asfixia, que son el gran mal de este mundo. Les digo que todo cuanto han dicho y hecho en su vida es absurdo y ridículo. Les digo que son un chiste, una broma de Dios para amargarme la vida. Les digo que espero que tengan una vida triste y vacía, y que después pienso bailar sobre sus tumbas. Me levanto y voy hasta M. Ella me saluda jovial. Se levanta para darme un beso, yo le digo que es una estúpida de mierda. Y salgo del bar.
Estoy llegando al hotel, con el alcohol aún nublándome ligeramente el juicio. Me encuentro entonces con el gitano de marras. Está de pié en medio de la acera, sonriente, apocalíptico. Le digo que puede irse a la mierda, que me basto yo sólo para joderme la vida. Él se ríe y me pregunta que tal ha estado la maldición. Le digo que nada mal. Y nos vamos a tomar una copa. En el bar me dice que lamenta haberme lanzado la maldición tan a la ligera, que acababa de terminar sus estudios de chamán, que estaba ansioso por maldecir a alguien por primera vez y que a lo mejor se precipitó. Le digo que no pasa nada, y que lo de la sangre en la oficina estuvo bien, que daba mucho miedo. Me da las gracias y charlamos un rato. Le digo que todo es más fácil cuando el horror te persigue. Le digo que estoy cansado y aburrido. Le digo que nunca sé lo que voy a hacer mañana, que la vida me parece previsible, ridícula y patética. Que todo cuanto hago no hace más que confirmarme esa opinión. Él me dice que por eso quiere maldecir a la gente, porque casi nadie parece merecer una oportunidad. Me dice que a pesar de eso, nunca debo renunciar a disfrutar de la vida, que hay cosas buenas debajo de cada piedra, y que normalmente te pillan por sorpresa. Le digo que tal vez. Me pregunta que qué quiero hacer con mi vida en realidad. Le digo que me gustaría hacer su trabajo, porque es como meter el dedo en la llaga. Él me dice que se necesita tener sangre gitana. Pienso un momento, y le digo que también es mala suerte.
Tienes la capacidad de captar mi atención, de entretenerme, me encanta tu estilo...
ResponderEliminarUn besote Gigante... sigue asi...
Y te deseo un Gran Año nuevo.
Tus lecturas son para mi, el dia a dia, el absurdo de la brutal realidad. Eres bueno dundee.
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