Escape (1, 2, 3)

1

  Aidan solía levantarse de madrugada a contemplar el resplandor del cielo nocturno, siempre tan bello, propiciado por el Bosque del Auxilio. Habían muchos árboles que desde abajo harían reducir la visión de las estrellas, y aunque se formaba un territorio alrededor del enorme árbol, que recibía luz directa sin intercepción natural, aquel fenómeno debía ser disfrutado en su plenitud.

  Había tenido que escalar un poco, como siempre, pero aquella noche no estaría solo sobre el musculoso árbol.

  -Yuritz, cuanto tiempo sin verte por aquí.

  No se giró.

  -Aidan... algo me dice que Navir es diferente.

  -Cuando se vea desmentido por la magia del bosque, entrará en razón.

  -Su aura es distinta a la de Nieflich, Auria o cualquiera de nosotros cuando llegáramos. El bosque siempre accede a lo que el corazón pide: y el suyo busca engrandecerse fuera de aquí con un solo motivo: calmar el ardiente espíritu que lleva consigo luchando por lo que ama... o antaño amó.

  Ambos se sentaron sobre aquella gruesa rama hasta que amaneció. Mientras tanto, Aidan meditaba. ¿Qué pedía su corazón? ¿Todos sus corazones se habían conformado con la vida en ese bosque al no ver una salida fácil? ¿Era eso huir sin esfuerzo? Aidan, meditaba.

2

  Navir se preguntaba si todos desayunaban al mismo tiempo o si guardaban armas en algún lugar. Tan sólo deseaba llevar comida y algunas armas: aunque, si ese bosque le había acogido, pensaba, no podría hacerle daño.

  -¡Buenos días, dormilones! -Auria, se había ocupado esta vez del desayuno. Parte del hilibarg racionado y huevos de yordrak, el ave común del bosque, sería la comida.

  Todos se habían levantado y habían tomado su desayuno cuando Seán se acercó a Navir y le dijo:

  -Puedes partir cuando quieras; Nieflich te dará su arma y Auria algo de frutas de grano.     Imagino que te será suficiente, Navir.

  -Gracias por entenderme, Seán, debo hacerlo. Buscaré arma y comida pues.

  Seán parecía ser muy oportuno. Navir, daba por hecho que había suficiente confianza como para llamarle por su nombre. Se dispuso a pedir armamento y comida, y finalmente, necesitaba despedirse. Especialmente, de Yuritz, dueña de sus pensamientos, ama de su corazón. <<Qué lástima perderla de vista>>.

  -Eh... gracias, has sido muy amable en todo. Puede ser que volvamos a vernos, pero como comprenderás, espero que sea en otro lugar, si más no, tan hermoso como este. Me despido... y me voy.

   No sin antes despedirse de los demás, aún casi desconocidos pero amables anfitriones, se fue por donde vino.

3

   No miró hacia atrás. Yuritz le había dedicado una sonrisa antes de irse. <<Es extraño, pero me reconforta>>. Desde lejos, pensó, no sería extraño oír gritos de despedida: ellos, no conocían el se despedir. Sólo sería un hasta luego. Navir caminaba y caminaba: bello pero monótono paisaje verde y frondoso, esa magia en la tenue brisa del viento y el cantar de los yordrak, singular en toda la región.

   Se había parado a descansar de vez en cuando, otras veces corría, y por la noche, tomó una manta que Auria le había regalado. Entre arbustos, apoyado a un árbol, durmió.

   Lo que vería al despertar no sería más que una alusión oscura a aquel bosque. Ahora, no sabría decir si aquella era su pesadilla u obra del mismo bosque. ¡Ilusiones!, se decía a sí mismo. <<No me vas a engañar así>>. Ese canto de los yordrak era el grito de hilibargs hambrientos: en medio del silencio, el verde se había convertido en gris, y el día, en noche.   El viento era cálido, tal vez demasiado, como si a kilómetros de distancia todo estuviera siendo arrasado por las llamas. Navir agarró su espada y siguió su camino.