Ella esperó pacientemente durante un día entero, en casi completa inmovilidad y sin apenas tomar un bocado, para, llegado ese momento en que la noche desplaza sin piedad los afanes diurnos enseñoreándose de las cosas y de los seres, trepar por la formidable maroma que ataba al barco a tierra, hasta dejarse caer, blandamente y sin un sonido, sobre cubierta. No estaba sola ya que unas cuantas compañeras la seguían, fieles a la mecánica pertinencia de un ritual milenario, hasta el rincón oscuro y seguro, más abajo en las bodegas, donde el olor a comida y el relativo calor de la enorme estancia habrían de darles cobijo hasta que finalizase su aventura.
Cuando la inmensa nave, liberada finalmente de sus amarras captoras y con toda la mayestática pradera esmeralda extendiéndose ante su popa, comenzó a cabecear sobre la superficie de un cada vez más encrespado océano, los polizones pudieron relajar sus tensados miembros dejándose caer en una especie de sopor que habría de durar lo que la travesía, sin que el hambre, el frío o la fatiga los importunasen lo más mínimo.
Nunca supieron exactamente cuantos días (¿semanas tal vez?) permanecieron en semejante estado pero sí que intuyeron acertadamente (tal vez fuera el olor a la tierra nuevamente próxima) cuándo había acabado todo. De modo que esa misma tarde, recién salidas de su estado letárgico, aguardaron a que las vibraciones y sonidos que las envolvieron durante tanto tiempo desaparecieran finalmente, para salir de sus escondites y bajar, de la misma manera en que lo habían hecho al subir, y poner de nuevo pie en tierra firme.
Ellas no lo sabían pero de esa manera, simple y directa, acababan de dar inicio a lo que, a lo largo de décadas, se convertiría en la invasión de hormigas más multitudinaria y peculiar de nuestra historia moderna.
En una de sus interesantísimas conferencias impartidas en Sudamérica, el maestro Ortega sacó a colación una asombrosa noticia que describía cómo, desde finales del S.XIX y durante más de cincuenta años, la denominada hormiga argentina (myrmex humile) había ido invadiendo gran parte del planeta, empezando por los Estados Unidos de América, siguiendo por la isla de Madeira, Portugal y el resto de Europa y Asia. No deja de llamar la tención que se tratase de un espécimen de apariencia débil (de ahí su denominación: hormiga humilde), blancuzco y pequeño en comparación con otras mejor dotadas. Parece ser que su capacidad para el orden y la cooperación las hizo invencibles.
He quedado impresionada con su magnifico escrito y con las hormiguitas.... solo he de agregar que pican como condenadas...
ResponderEliminarMis felicitaciones, si es que me permite darselas... Un besote, da igual si lo permite o no... y muchas gracias por compartir sus letras.
El maestro ha debido reencarnarse en ti, milord.
ResponderEliminarMe regalas horas de disfrute y estudio impagables. El mundo te mereces.
Beso grande!
(el Maestro es, afortunadamente, irrepetible my very dear)
ResponderEliminarBesos a ambas!