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miércoles, 4 de enero de 2012

El Ninja de San Cristóbal

Miguel Hesperia era básicamente un hijo de la gran puta, el criminal más maligno e incorregible de la comarca. Era un secreto a voces que coqueteaba con todas las formas de ilegalidad habidas y por haber. Decían que trapicheaba con drogas, regentaba puticlubs a mansalva y dirigía una pequeña banda de mangantes profesionales. Se decía también que tenía comprado a medio ayuntamiento, así como a algún que otro policía local. Extorsionaba a políticos, asesinaba a testigos, se saltaba semáforos... Así era Miguel Hesperia, uno de los cabronazos más despiadados de la historia de nuestro país, todo un "capo" en plan vieja escuela. Por eso, no es de extrañar que Natalio Pérez, un viejo amigo de Miguel, acudiese a él cuando necesitó, por primera vez en su vida, quebrantar la ley. Fue a verle a su finca de las afueras, un enorme terreno de cuatro hectáreas presidido por una suntuosa mansión. Todo allí era pura ostentación: coches de lujo, obras de arte, establos dignos de un rey, sirvientes para parar un tren. Dado el origen de esas posesiones, todo aquello era como un escupitajo a la honradez, la desfachatez en su máxima expresión. A Natalio todo aquello le daba escalofríos.

El propio Miguel salió a recibirle a las puertas de su palacio, con una enorme y soberbia sonrisa estampada en su cara. Vestía un impoluto traje blanco y unas relucientes gafas de sol "Ray Ban", bien bronceado, pelo engominado, abanderado de la mafia metrosexual. Se dieron un caluroso abrazo, la hipocresía flotaba en el aire.
-¡Natalio, viejo amigo! -Dijo Miguel, contemplando a su harapiento colega mientras le sujetaba por los hombros -¡Dichosos los ojos!
-Cuanto tiempo, eh… -Musitó Natalio, quién se sentía turbado por la naturaleza de su visita -¿Como están Clara y las niñas?
-Preciosas, amigo, sanas y preciosas. Son la luz de mi vida -Dijo. Sus palabras parecían llenas de sarcasmo -Ven, pasemos a mi despacho y tomemos una copa, creo que tenemos mucho de que hablar.

Entraron en la casa, y una sirvienta robó el abrigo a Natalio. No le importó, la promesa de una copa le había endulzado el humor. Su alcoholismo había empeorado últimamente, sobretodo por el hecho de que su vida estaba, básicamente, cayéndose a pedazos. Despedido del trabajo, ninguneado por sus amigos en tiempos de necesidad, cornudo... El pobre hombre se derrumbó. Un asunto muy triste, en verdad. No tenía nada que perder, así que recurrió a una vieja amistad con la intención de tomarse la justicia por su mano. Siguió a Miguel hasta su despacho, contemplando embobado el ostentoso lujo de la mansión. El despacho, por supuesto, no era menos que el resto de la casa. Un enorme escritorio de cedro, estilo barroco, presidía majestuoso la estancia. Una enorme alfombra oriental, paredes revestidas de madera donde colgaban preciosas pinturas de valor incalculable, estanterías repletos de libros y cachivaches horteras, una lámpara de techo, vintage a más no poder, un mueble bar con un surtido digno de un magnate del petróleo. Allí estaba Miguel, sirviendo dos copas de su mejor Whisky escocés, complacido por la envidia que asomaba en la cara de su invitado. Le dio una copa a Natalio y tranquilamente se sentó en la butaca de detrás del escritorio. Natalio se sentó en una de las pequeñas sillas que había delante de su anfitrión. Él no lo sabía, pero aposentó su trasero  en algo más valioso que todo su mobiliario junto.

-¿Un puro? -Dijo Miguel, encendiéndose un majestuoso habano importado.
-¿Por qué no? -Respondió, encogiéndose de hombros. En pocos segundos la habitación se llenó de humo. Un humo carísimo.
-Bien, mi querido Natalio -Empezó Miguel, cuyo tono de voz sugería que se estaban poniendo las cartas sobre la mesa -Tengo entendido que quieres que mate a tu esposa…
-Si, joder… -Dijo Natalio, envalentonado por el cálido abrazo del primer trago de alcohol -Esa puta de mierda lleva meses follándose a Sebas Urbano. Ya sabes, el farmacéutico…
-Ah, si, ese pusilánime… Nunca me ha caído bien, ¿quieres que también muerda el polvo?
-Nada me gustaría más, pero ese capullo tiene dos hijas pequeñas, y su mujer murió hace tiempo… No tengo estómago para dejarlas huérfanas… Pero ella… ya me he hartado de que me tome por imbécil...
-Tienes un corazón de oro, Natalito -Dijo, riéndose con soberbia - Bien, ¿cómo quieres hacerlo?
-Esta noche… Ella me ha dicho que va a visitar a una amiga, pero yo se que irá a casa de ese cabrón, como siempre… Es perfecto, ¡y quiero que él vea como muere!
Entonces, Miguel Hesperia soltó una enorme carcajada, debido seguramente a lo patético que parecía el buenazo de Natalio Pérez haciéndose el gángster.
-Bien, así se hará, amigo, no te preocupes -Dijo finalmente
-Oye, en cuanto al dinero… No tengo mucho, si pudiera pagártelo a plazos…
-¡Nada, hombre nada! Tu tranquilo, te haré un precio especial, después de todo hicimos primaria juntos. Tengo al hombre perfecto para este trabajo, y no es muy caro…
-Gracias, Miguel, de verdad -Dijo Natalio sinceramente emocionado. Entonces vació de un trago su copa de whisky, y fue a por más. Sin preguntar, por supuesto.
-Ernesto -Dijo Miguel, a un interfono -Dile a Pedro que ya puede pasar.

A los pocos segundos, la puerta se abrió. Con paso decidido, un hombre completamente vestido de negro entró en el despacho. Una capucha negra cubría su cabeza, quedando su cara oculta entre las sombras. Llevaba una enorme katana en la mano. Era un ninja.
-¿Pero que mierdas…? -Dijo Natalio.
-Te acuerdas de Pedro, ¿vedad? -Dijo Miguel.
Y el ninja se quitó la capucha, y Natalio le reconoció en el acto. Era Pedro Sancho, su antiguo compañero de clase, el friki marginado a quien todo el colegio tomaba el pelo. Le recordaba siempre sólo, correteando por el patio, trepando por todas partes y practicando Kung Fu en peleas imaginarias. El propio Natalio le había dado alguna que otra colleja, pues Pedro nunca respondía a las agresiones. Se limitaba a esperar estoicamente a que terminaran para reemprender luego sus entrenamientos. Natalio no daba crédito.
-¿Estás de coñá, no? -Dijo, volviéndose hacia su sonriente anfitrión.
-Ni mucho menos, querido amigo -Dijo Miguel, entre risitas -Pedro ya ha hecho algún trabajo para mí. Resulta que todo ese entrenamiento no fue en vano, el tío es una máquina. Además, me pareció el tipo perfecto dado la naturaleza nostálgica de nuestro reencuentro. ¡Los chicos del colegio San Cristóbal juntos de nuevo! ¿Que me dices?
-Pero Miguel -Dijo Natalio, susurrando -…¿No está como una cabra?
-Eso crees, eh… Pues mira esto.
Entonces, Miguel abrió uno de sus cajones y sacó una manzana roja y brillante. Sin previo aviso, la lanzó con todas sus fuerzas hacia el estático Pedro. En un abrir y cerrar de ojos, en Ninja de San Cristóbal desenfundó su katana y con un rápido y sencillo movimiento cortó la manzana en dos, al grito de "¡WAYAAAAAAAH!". Un corte perfecto, dos mitades exactamente iguales. Pedro, que en ningún momento había perdido su expresión de serenidad, limpió tranquilamente la hoja de la katana y volvió a meterla en su funda.
-¡Joder! -Dijo Natalio -¡Que pasada!
-¿Te convences ahora? -Dijo Miguel, con una sonrisa triunfal -Lo hará bien, confía en mí.
-Soy una sombra invisible y letal, un castigo ancestral que sin piedad actúa en las tinieblas de la noche... -Dijo Pedro, a nadie en concreto.
-¿Lo ves? El chico está motivado -Dijo Miguel, tras aplaudir el discurso de su ninja.
-Bien, tio, me pongo en tus manos…
-Eso es, tu no te preocupes por nada. Sobre todo no vayas a tu casa esta noche, necesitas una coartada… Mira, vete a una de mis casas de putas, pasa la noche allí. Diviértete, hombre, invita la casa. Emborráchate, tírate a unas cuantas fulanas, mañana por la mañana se habrá hecho justicia.
-Gracias, Migue, de verdad… -Dijo Natalio, levantándose para abrazar a Miguel -Eres un buen amigo.
-Nada, hombre, para eso estamos.

Y así acabó la reunión. Natalio le dio los detalles a Pedro y se subió a una limusina que, por cuenta de Miguel, le llevaría directamente a la casa de putas más pija de la ciudad. Por supuesto, tomó la palabra a su amigo y gozó de todos los pecados que ofrecía el local. Whisky, cocaína, dos hermanas polacas dispuestas a satisfacer todas sus depravadas fantasías. Fue, probablemente, una de las mejores noches de su vida. Hasta se lo ocurrió pensar, por primera vez en mucho tiempo, que la vida no era tan mala. Pese a la resaca, entre dos putas despertó un hombre nuevo, feliz. El Sol matinal que se filtraba entre las cortinas le decía que ahora vivía en un mundo un poco más justo. Se vistió y bajó al bar a por el desayuno y una buena taza de café. "Estos puticlubs de hoy en día tienen de todo.", pensó, jocoso. Su bueno humor duró aproximadamente unos veinte minutos, lo que tardó en empezar a prestar atención a lo que decían por la radio. Y un escalofrío de terror le recorrió de arriba a abajo el espinazo. Sudor frío, empezó a correr.

Natalio entró como una exhalación en el despacho de Miguel, quien estaba conversando alegremente con Pedro, el Ninja. Los dos le miraron, sonrientes.
-¡Hijo de puta! -Dijo el invasor, dirigiéndose corriendo hacia Pedro. Alzó el puño e intentó golpearle en la cara. Lo siguiente que supo es que estaba en el suelo, inmovilizado por Pedro con una llave de nunjitsu.
-Pero, ¿que te ocurre, Natalio? -Dijo Miguel, entre sonoras carcajadas - ¿No estás contento?
-¡Tu especie de ninja chalado los ha matado a todos! -Dijo el pobre Natalio, entre lágrimas - A mi mujer, a él, a las niñas, a sus perros, ¡a los vecinos! ¡Incluso a su basurero! ¿Que coño ha pasado?
-Si, Pedrito me ha contado que se le fue un poco la mano con el asunto de no dejar testigos, ¿que le vamos a hacer?
-Lo siento, amigo, cosas que pasan -Dijo Pedro, con resignación -Siempre aguardan imprevistos al amparo de la noche.
-¿Imprevistos? ¿Que clase de imprevisto te ha llevado a escribir "Esto por puta. Con amor, Natalio" en el estómago de mi mujer muerta? ¡Estoy en búsqueda y captura!
-Un hombre debe hacerse responsable de sus crímenes, es una cuestión de honor  -Dijo el ninja.
-¡¿Que?! ¡Pero si los has matado tú!
-Déjalo, Pedro, no lo entiende -Dijo Miguel. Se lo estaba pasando bomba - Anda levántale que me va a ensuciar la alfombra.

Y Pedro aflojó su llave. Natalio se levantó de un salto, fuera de si. Era difícil apreciar si estaba más confuso o enfadado. Probablemente lo segundo. Señaló a Miguel, con un dedo trémulo.
-Tu… -Dijo, babeando de ira -Tu me has destrozado la vida, hijo de puta…
-Me debes cinco mil euros, por cierto… -Dijo Miguel, poniéndose serio de repente.
-¿Cómo? ¿En serio esperas que te pague por este desastre? ¡Que te jodan! ¡Creía que éramos amigos!
-¿Amigos? -Dijo Miguel, levantándose -¿Oyes eso, Pedro? Amigos, dice. Un paleto que lleva cinco años sin siquiera felicitarme las navidades, sin pasar a ver a su ahijada, sin responderme en el "Whatsapp"… De repente, necesitas algo de mí y vienes a mi puta casa a gorronear favores, enarbolando un pasado común que nunca ha significado nada para ti… Eras mi amigo y me diste la espalda. Me rompiste el corazón, querido Natalio.
-¿Como dices? ¡Estarás de guasa, cabrón de mierda! 
Y Miguel estalló a carcajadas, Pedro sonrió con sorna.
-Tranquilo, te estaba tomando el pelo… En realidad nunca me has caído muy bien, ¿sabes? Sólo eres un idiota con mucho morro al que le ha dado por jugar a mafiosos. Bien, pues con tu presupuesto Pedro y sus métodos es lo único que podía ofrecerte. ¿Donde está mi dinero?
-¡Tu estás loco! Los dos lo estáis.Yo me largo de aquí, me da igual que me enchironen, la policía se enterará de esto, lo juro por Dios…
-Una auténtica lástima… ¿Que me dices de eso, Pedro? Un hombre traicionando a un amigo, rompiendo un acuerdo y faltando a su honor… ¿Vas a permitirlo?

Pedro borró su sonrisa de la cara, y una expresión de odio demencial apareció en su lugar. Empezó a caminar lentamente hacia Natalio, desenvainando su katana.
-Me das asco… -Dijo, entre dientes 
-Eh, espera un segundo, ¿que haces? -Dijo Natalio, retrocediendo a trompicones. Sospechaba la respuesta, pero consideró que no estaba de más preguntar.
-Tu no eres un hombre, pues has vivido sin honor… ¡Intenta al menos afrontar tu muerte como tal!
-¡No, Pedro, espera! ¡No!
Zas.

El cuerpo de Natalio se desplomó en el suelo, y su cabeza rodó hasta el mueble-bar. Había sido un corte limpio, casi insonoro. Digno de un ninja. Pedro limpió tranquilamente su katana con un pañuelo, y volvió a guardarla. Miguel se partía de risa.
-Vaya por Dios, Pedrito, me has llenado la alfombra de sangre.
-El honor y la justicia están por encima de cualquier alfombra.
-Cierto, amigo, cierto… Oye, ¿quieres una copa? Yo desde luego necesito una.
-Ya sabes que no bebo, mi cuerpo es un templo -Dijo, justo antes de volver a ponerse la capucha -Tardía es la hora, debo irme.
-Como quieras, Pedro -Dijo Miguel, encendiéndose un puro -¿ Y a dónde irás, mi buen Ninja?
Pedro le miró unos segundos, solemne.
-A donde el deber me lleve… ¡WAYAAAAAAAAH!
Con ese grito inició su carrera. Dio entonces un gran salto hacia el escritorio barroco de Miguel, y desde allí se impulsó hacia la ventana. La atravesó, rompiendo los cristales, en pos de la justicia.
-Ais, estos ninjas... -Murmuró Miguel, dando una gran calada a su puro, mirando tranquilamente como Pedro desaparecía en el horizonte.

3 comentarios:

  1. Simplemente genial... me encantó.
    Te felicito un besote.

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  2. Solo el título ya me sugería algo diferente. Al leerlo me he dado cuenta de que es una pasada!

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  3. Gran relato de acción, con tu sello. Si, para mi, con pocos relatos has demostrado un estilo muy personal. No lo cambies.

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