Había conseguido mi cometido. Le había visto y por unos instantes nuestros ojos se habían cruzado. ¿Eso era todo? ¿Para eso había consumido ocho horas en un autobús?
Frustrada y apática me acerqué a darme un paseo por la playa. Saqué mi libreta de flores secas y comencé a ordenar mis pensamientos. Era obvio que me estaba evitando. Me dijo que si encontraba un hueco me llamaría. Seguro que es una excusa, no lo hará. –pensé. Habré viajado en vano y seguiré pensando en él con la misma ambivalencia. Tengo cinco días y será mejor que tome acción cuanto antes. ¿Pero qué tipo de acción? Está claro que ha decidido no verme, sin embargo siento que está pensando en mí y yo necesito saber qué le ocurre. Tan sólo me queda una opción: enfrentarle. ¡Enfrentarle! Mis ojos recobraron el brillo. ¿Pero cómo vas a enfrentar a tu supervisor? No creo que se atreva a negarme mirándome a los ojos. Y si lo hace seguro que de alguna manera se delatará. Será más fácil si le envío un mensaje a su móvil. ¿Pero qué clase de inmadurez es ésa? Si lo enfrento, lo enfrento a la cara. A medida que la sucesión de pensamientos iba desfilando por mi mente, un cosquilleo se apoderaba de mi estómago. Sakmet, ¿eres consciente de lo que vas a hacer? Y una sonrisa traviesa comenzó a dibujarse en mi rostro.
Pensé que aplazarlo sólo me llevaría a vivir un día más de angustia, así que retomé el camino de vuelta a casa antes de dirigirme a mi destino. Acicalé mi cara, me perfumé, agarré un libro que me sirviera de excusa y crucé el umbral de la puerta con el aire majestuoso de quien va a jugarse la vida en la batalla. Cada estación de metro aceleraba el ratio de mi tasa cardíaca. Cuando llegué eran cerca de las 8 y ya había caído la noche. Una buena hora para encontrar el despacho libre de impedimentos. La universidad parecía cubierta de una niebla fantasmal, siento los gatos los reyes absolutos. Abrí la puerta de entrada y comencé a subir las escaleras. Y a los pocos segundos mi vista se tornó borrosa. Estaba mareada.
Incapaz de continuar salí por la puerta que acababa de traspasar y me senté en un banco. Tomé dos respiraciones profundas y encendí un cigarro. Sabía que mi amiga Ana tenía clase y la llamé. No daba señal. Estaba muy nerviosa pero si había llegado hasta allí no iba a permitir que el miedo lo echara todo a perder. Lo primero sería averiguar si él se encontraba o no en su despacho. Y para eso lo mejor que podía hacer era llamar. Le diría que había subido a la biblioteca a estudiar y que quería aprovechar para preguntarle algo. Marqué el número de su despacho y contuve la respiración. Un tono, dos tonos…., cinco tonos. En este momento no se encuentra disponible, puede dejar su mensaje después de oír la señal. Dulcifiqué la voz y comencé a hablar –Hola Arturo, soy Sakmet. Estoy por la universidad y llamaba para ver si estás porque quiero preguntarte algo personal. Te volveré a llamar en otro momento. Hasta pronto.
No sabría decir si era mayor el alivio o la frustración. Me resigné, si no estaba no había nada que hacer. Lentamente comencé el camino de vuelta, eligiendo la ruta de los coches para optimizar las posibilidades de un encuentro fortuito. Justo antes de dar el paso definitivo de vuelta, una parte de mí se resistió y decidí desplazarme hasta el aparcamiento, desde dónde podían divisarse las ventanas de los despachos. Tan sólo el guarda de seguridad merodeaba la zona, mirándome con extrañeza, seguramente preguntándose qué hacia una señorita solitaria y bien arreglada mirando al cielo. Y cuál fue mi sorpresa al ver las luces encendidas de un único despacho que resultó ser el objeto de mi búsqueda. ¡Tenía que estar allí! Subiría por esas escaleras que me causaban pavor y lo enfrentaría.
Dos personas se hicieron figura en la oscuridad de la noche. Un señor mayor parecía estar cortejando a…. ¡a Ana! ¡Qué casualidad! Ana y yo nos miramos incrédulas por un momento. En su gesto se reflejaba el alivio de no tener que lidiar con el señor y la sorpresa de verme aparecer saliendo del aparcamiento. –Sakmet, justo ahora te estaba llamando pero tú móvil no daba señal. Todo estaba sincronizado.
Le expliqué el motivo de mi presencia y se ofreció a acompañarme hasta su despacho. Si está –me dijo- desapareceré y ya mañana me cuentas cómo te ha ido. Agradecí inmensamente su compañía, pues me ayudó a calmar mi ansiedad. Subimos las temidas escaleras y llegamos hasta el despacho. Toc-toc. Sin respuesta. La puerta estaba cerrada con llave. Merodeamos para ver si se encontraba en los alrededores. Ni rastro. De nuevo una mezcla de alivio y frustración me inundaron. ¡Vaya! ¡Pues volveré mañana!
En vez de bajar las escaleras directamente, alargamos el trayecto recorriendo los pasillos y exprimiendo así la última esperanza. Todo estaba oscuro. En la segunda planta se escuchaba un partido de fútbol a todo volumen dentro de una clase. Quizá fuera el conserje. Tan sólo quedaba la primera planta. Y en cuestión de segundos, a punto de descartar la última posibilidad, una sombra alargada se proyectó avanzando en nuestra dirección. Sin tiempo para pensar, Ana salió corriendo escaleras abajo y antes de que pudiera reaccionar tenía a Arturo delante de mí, en el umbral del pasillo oscuro.
Éste sería el primer posible final del relato. Continuáremos un poco.
-Hola Arturo –expresé con energía.
-Buenas tardes Sakmet.
-¿Cómo estás Arturo?
-Muy cansado –respondió de mala gana. Hoy he tenido muchísimo trabajo y ya ni veo.
-Me gustaría hablar contigo, aunque imagino que no es un buen momento.
-Pues no –añadió de forma seca y cortante, y continuó subiendo.
-Bueno, si quieres acércate mañana a las 10.30 por mi despacho, que tengo un hueco.
-Está bien, muchas gracias –sonreí. No había sido la interacción más afortunada pero al menos había logrado concertar una cita para enfrentarlo.
-Yo no pido dinero, toco porque me gusta.
Y comenzó a cantar “Pongamos que hablo de Madrid”, mi ciudad de origen.
Este sería un segundo posible final del relato.
Comencé a sentir como si una fuerza mayor que yo me acompañara en mi aventura, como si el universo simpatizara con mi dolor y también con la emoción de sentirme viva. Había algo que brillaba mucho en mis ojos y hacia que la gente se diera la vuelta. En el metro me pararon varias veces. -¿Te puedo preguntar si eres actriz? Eres igual que la actriz de flashdance –añadió uno. Otro me dejó una tarjeta con su número. Algo muy raro había en mi energía.
Salí del metro y caminé desde las Ramblas, adentrándome en el Gótico hasta llegar el Born. Puedo asegurar que nunca jamás he recibido tantos piropos seguidos. Era mágico. No había ni un solo hombre que no girara la cabeza y dijera algo, en cualquier idioma. Y no eran basteces sino expresiones bellas y con respeto. Energéticamente sentía que mi aura estaba muy expandida, tal vez fuera eso. Subí la pequeña escalinata de la casa de mi amiga y abrí la puerta. No había nadie. Encendí el reproductor de música y subí el volumen. Impressioni di Settembre. Me dejé caer entre los cojines del salón y un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas.
Mañana será otro día.
Cuando perseguir la zanahoria se convierte en una cuestión de orgullo, bravo! No puedo sino identificarme con esos altibajos, y realmente el mejor modo de afrontarlos es un "Mañana será otro día". Sigue publicando cosas, un abrazo.
ResponderEliminarBravo Sak, de aplaudir. Repito que la media de calidad sube como la espuma.
ResponderEliminarVarias cosas... la primera... después dicen que yo doy miedo :-( y eso que no viajo 8 horas por ver a nadie jeje...
ResponderEliminarMaravilloso relato, te felicito, muy entretenido
Y sobre esa energía, pues sí, somos lo que proyectamos, el uso que hagas de ese poder depende de ti... pero se le puede sacar mucho provecho, creo que lo he aprovechado muy bien.
Muchas gracias a los tres...... ¡Maestros! Un abrazo....
ResponderEliminar