La mano derecha va y viene. Aletea como una singular mariposa con la aguja prendida entre un pulgar y un índice artríticos y de piel macilenta. Las uñas son conchas de bivalvo, amarillas y secas. Cada vez que concluye el gesto de tensar el hilo con un enérgico y siempre idéntico arco trazado de abajo arriba, le tiembla fláccido el pellejo del antebrazo. Mientras, la otra mano permanece como petrificada, huesuda y surcada de gruesas venas verdes, apoyándose con dulzura pero con firmeza sobre el punto del regazo donde descansa el fino paño.
Lleva más de tres días bordando sin parar, con esa cadenciosa minuciosidad a la que sólo el hábito de los años es capaz de dar un cierto deje de despreocupación que a la postre resulta sólo aparente, toda vez que las canosas cejas fruncidas y el inquieto vigilar de sus ojillos marrones a través de unas gafas de desgastada montura, se encargan de desmentirla. Mientras, de su boca desdentada no paran de brotar, en monótono soliloquio, sonidos de remembranzas, de lamentaciones y suspiros, de alguna risa ocasional, de toses y hueros paladeos.
-¿Pero qué haces mamá?- Se sienta a su lado la hija sobre una silla de enea.
-Aquí, ¿es que no lo ves? Se casa tu hermana y le estoy bordando un pañuelo. Lleva las iniciales suyas y las de su marido, este… ¿cómo se llama? Pero...¡qué cabeza tengo, hija!-
La joven, con el rostro súbitamente ensombrecido, apoya la mano sobre el hombro trémulo y delgado. No dice nada. La anciana ha permanecido así un buen rato, con la vista perdida, como buscando rescatar alguna imagen extraviada dentro de un tenebroso y caótico túnel poblado por irreconocibles figuras fantasmales; luego, tras un leve encogimiento de hombros, ha inclinado de nuevo el rostro hacia su labor, reanudando con sus manos los mismos movimientos. –Pues eso, que a ver si la acabo antes de que se casen esos dos…-
En la calle el hombre fuma exhalando volutas de humo que enseguida se deshacen arremolinadas en el frío aire otoñal. Para distraerse se ha asomado al ventanal que da a la sala de visitas donde, desde hace ya un año, dos veces por semana, su mujer se sienta junto a su madre mientras él la espera sin entrar. Hoy se le hace algo tarde así que, tras arrojar la colilla, ha avisado a la joven con tres golpes de nudillos sobre el cristal. Tras besar a la anciana, la mujer se ha abrochado el abrigo antes de salir al encuentro de su esposo. Luego, ambos han caminado con paso vivo por la acera dejando atrás el sobrio edificio del centro de salud mental.
En el interior de una de sus dependencias, un tímido rayo de sol ha logrado atravesar el cristal de la ventana para posarse sobre el regazo de la costurera. Por encima de éste, sus manos no dejan de tejer, con un hilo invisible que sólo ella ve, su inexistente labor, volando cual mariposa siempre de abajo arriba, de abajo arriba, sin descanso.
Impresionante Gandalf y parece que estar loco mola, es últimamente, a ver a donde me lleva la locura esta vez.
ResponderEliminarGracias Try. Por desgracia está basado en un hecho real que me es bastante cercano.
ResponderEliminarQuerido mago, una razón mas para admirarte, quien transforma una realidad así en arte, es mas que un genio, y lamento la situación, pero te repito, mi admiración hacia ti a aumentado considerablemente. un besote y si me permites un abrazo apretado.
ResponderEliminarRecibidos y gracias de nuevo
ResponderEliminarEntre tierno y triste, perfectamente "equilibrado", tenía que ser Gandalf.
ResponderEliminarCuando te da por hurgar en ese baúl en el que permanece, para muchos, adormecido el siempre presente fantasma de la sensibilidad humana, es que te sales...
ResponderEliminarBesos (también a ti, Man)
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