Comparto este relato que escribí hace varios años. Ahora no lo escribiría igual, aunque todavía me agrada.
Existió un tiempo en el que todo era UNO. Había un solo ser, una sola conciencia, un gran punto de luz concentrado. No había distinción entre lo bueno y lo malo, lo masculino y lo femenino, la luz y la sombra. No era el principio, ni el final, sólo uno de tantos momentos de la rueda del tiempo. A ese TODO o NADA le llamaremos TAO.
Y entonces ocurrió algo nunca antes visto en el universo. TAO, en un acto de creatividad, engendró conciencias separadas de él, aunque siempre conectadas con la fuente primaria de energía. Estos ángeles recibieron el nombre de “Hijos de la Luz” y TAO preparó un lugar muy especial para algunos de ellos al que denominó Gaia.
Los Hijos de la Luz cuidaron de Gaia con dedicación y alegría, partícipes de su creación. Crearon leyes de evolución y todo tipo de formas vivientes. Eran seres inocentes y felices, que simplemente disfrutaban de su imaginación y sentido del humor, nutriendo un planeta que era la envidia del universo.
Durante ese tiempo habían proliferado otros sistemas de vida, pero ninguno tan rico como Gaia. En Gaia convivían seres de muchas dimensiones diferentes, y se combinaban todos los elementos en una magistral obra de perfección. Los Hijos de la Luz cuidaban de cada detalle para que todo estuviera en armonía.
Pero un buen día los Hijos de la Luz fueron sorprendidos por fuerzas extraterrestres que intentaban dominar Gaia. Y así, de repente y por primera vez, estos ángeles inocentes se encontraron con las emociones. Sintieron miedo, rabia, ira y odio y no quisieron ceder a otros el poder que con tanto esmero habían trabajado.
Comenzó una guerra inter-galáctica por el dominio de Gaia. Los Hijos de la Luz lucharon infatigablemente por el poder, convirtiéndose en guerreros expertos. Al ser copias perfectas de TAO, eran muy poderosos, y ninguna fuerza fue capaz de vencerles. Llenos de orgullo y auto-satisfacción, no se dieron cuenta a tiempo de las consecuencias de sus actos violentos.
Era demasiado tarde. La vida en Gaia había sido afectada, rompiéndose el perfecto equilibrio que antes existía. Los Hijos de la Luz habían generado Karma y tenían que encontrar una solución. TAO les propuso que se encarnaran en Gaia, en la tercera dimensión, para expandir su conocimiento por el Planeta, y así ayudar en su evolución. A ellos les pareció muy buena idea y aceptaron.
Pero cuando se encarnaron, al entrar en una dimensión en la que nunca antes habían estado, se sintieron perdidos. Como todos los seres de la tercera dimensión, padecieron amnesia y se olvidaron de su destino. Desorientados e inexpertos en sus emociones, pronto se dieron cuenta de que tenían un poder mental muy superior a sus hermanos, más jóvenes que ellos.
Y ante el miedo y la confusión, los Hijos de la Luz optaron por el viejo patrón de poder, y usaron sus magníficas cualidades mentales para el control de la humanidad. Fueron los gobernantes de la Atlántida que, al tiempo que ofrecieron su sabiduría y conocimientos al mundo entero, utilizaron dichos conocimientos para su propio interés.
Realizaron experimentos genéticos y discriminaron a los débiles. Ciegos de poder, esclavizaron pueblos enteros mientras ellos se bañaban en oro. Viendo TAO la prepotencia de sus hijos, mandó destruir su civilización y que no quedara resto alguno de ella. Sabía que no era fácil para ellos, pero ahora la rueda debía darse la vuelta.
Cuando los Hijos de la Luz reflexionaron, se dieron cuenta del gran error que habían cometido. ¿Pero cómo lo iban a saber, si todavía no entendían las emociones? Por segunda vez se había caído su inocencia. Ahora el Karma que cargaban era más grande que antes, y tendrían que reencarnarse hasta solucionarlo.
Ni la vida ni los seres humanos habían desaparecido de Gaia. Pero el conocimiento atlante se había marchado con su civilización. Todavía quedaban algunos supervivientes que recordaban algo, pero esos recuerdos pasaron a ser mitos que con los años se fueron olvidando. Los seres humanos entraron en una era de oscuridad, de amnesia colectiva y barbarie.
Los Hijos de la Luz eran conscientes de su responsabilidad y se encarnaron en momentos puntuales para aportar conocimiento a la humanidad. Pero como arrastraban mucho Karma, esta vez les tocó ser los oprimidos. Fueron los crucificados, los quemados y decapitados por la Inquisición y los perseguidos por sus ideas progresistas. Pero también fueron los compositores, filósofos, científicos, videntes y sanadores que posibilitaron los cambios.
Sufrieron la otra cara de la moneda: el rechazo e incomprensión de sus semejantes. Aprendieron a ponerse en el lugar del otro y desarrollaron una gran compasión. Se volvieron más humildes y dejaron de juzgar al experimentar gran variedad de rangos y situaciones. Era el camino de vuelta a casa, la apertura del corazón.
TAO se puso muy contento con el trabajo de sus hijos. Poco a poco, uno a uno, estos ángeles volvieron a casa, cerrando el ciclo de reencarnaciones. Habían cumplido su misión y, en el camino, habían aprendido lo que ningún ser había aprendido antes en el universo. Eran los grandes expertos en emociones, y fueron recibidos con alegría, admiración y respeto.
Pero Gaia entró en una situación alarmante. El desarrollo de la tecnología había generado una carrera armamentística. Al ser los herederos de la barbarie, había mucho miedo, y el único calmante era el poder. El terror llegó a su cénit con la Segunda Guerra Mundial y TAO, viendo la evolución de Gaia, pensó que lo mejor sería destruir de nuevo la civilización, como lo había hecho anteriormente con la Atlántida.
Los Hijos de la Luz no podían seguir mirándolo con los brazos cruzados. Algunos de los más valientes decidieron volver a encarnarse de nuevo e intentar evitar el Apocalipsis al que Gaia se precipitaba. Pero no era una tarea fácil, y TAO se mantenía escéptico sobre las posibilidades.
Estos ángeles actuaron rápido, creando movimientos que se extendieron durante el siglo XX. A pesar de todo su esfuerzo, seguía existiendo una gran probabilidad de destrucción. Los seres humanos , ávidos de dinero y poder, parecían sufrir de una grave amnesia. Pero no todo era oscuridad, también se reunían multitudes para celebrar la paz.
Y entonces ocurrió lo que muy pocos creían: la conciencia colectiva de los seres humanos optó por la luz, disminuyendo en gran medida el potencial de destrucción. Ante el cambio energético, los más sensibles de los Hijos de la Luz pudieron encarnarse. Ellos eran los que llevaban más tiempo “en casa”, teniendo la energía más limpia, pero siendo tremendamente vulnerables.
Y ahora estamos en ese punto. Posiblemente habéis oído hablar de los trabajadores de la luz. Algunos los llaman buscadores. Otros los niños índigo y cristal. No importa cómo se les denomine, en realidad son ellos la estirpe más antigua de la Tierra, la que participó de su creación. Y ahora están trabajando silenciosamente para que sus hermanos más jóvenes, con el mismo potencial que ellos, realicen el camino de vuelta a casa y creen conjuntamente una civilización basada en el corazón.
Bonita leyenda.
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