Daisy deambulaba solitaria por los senderos perdidos de aquél bosque sombrío, musitando a la Luna llena un monólogo ininteligible que, junto al resonar húmedo de sus pisadas en la tierra, conformaban una perfecta banda sonora. La inocente ovejita, con su capa de lana casi deshilachada, sus zapatos de tacón y su minifalda, salió a buscar los bocados de cualquiera.
Desde la penumbra el lobo feroz observaba, libidinoso, el cadencioso balanceo de las lanudas caderas de la oveja Daisy, al son de una melodía sorda que reverberaba sólo en su mente de animal perturbado. Se recreaba con lujuria en sus delicadas formas, en sus piernas de mármol quebradizo, de niña a medio hacer…. Ronroneaba esperando devorar a su víctima… Él no lo sabía pero durante todas esas noches se había conformado con relamerse, al igual que ella.
Pero aquella noche de invierno frío y desolado, en aquél bosque desértico, Daisy no se libraría de las sucias y bajas intenciones de aquél lobo abandonado. Sin pensarlo ni un momento y completamente dominado por sus instintos de lobo hambriento de vanidad, se abalanzó sobre la inocente y dulce oveja Daisy. Ella, viéndose acorralada entre el suelo y el peludo pecho de su agresor y adivinando que (¡por fin!) su fantasía se vería consumada, decidió dejarse hacer. El lobo, ciego de placer, dejó chorrear desde sus fauces la baba del deseo, impregnando la tersa piel de su joven cuello. Con un gemido de placer, que debió escucharse más allá de donde alcanzan las copas de los árboles, la oveja Daisy permitió a su amante nocturno clavar sus amarillentos dientes sobre su pescuezo. El lobo, sabiendo que tal vez, y sólo tal vez, esa sería la única oportunidad que tuviera de poseer a Daisy, se afanó en devorar a su víctima, desgarrando a dentelladas la sabrosa y cruda carne de la ovejita, devorando sin control los músculos, grasa y tendones que a su paso encontraba ahogando entre gorgoteos sordos los débiles gritos de la pobre oveja Daisy. Finalmente, y tras haber relamido todos y cada uno de sus huesos, el lobo feroz marchó, con su hambre saciada, en busca de una nueva e incauta ovejita que se atreviera a caminar por aquél bosque solitario.
Me encanta que te encante *.*
ResponderEliminareres increíble!
EliminarVaya deliciosa merienda!
Gracias y Mordiscos Daisy!
Muac
¡Qué cuidado han de tener las delicadas ovejitas que en el mundo son, my god! Ya la 1º frase tan made in Lady vale por un guión de thriller psico donde, claro está, la muchachita lo acaba pasando mal.
ResponderEliminarMis felicitaciones un cuento exquisito, tan único, como genial.
ResponderEliminarY el lobo debe haber sido realmente genial para entregarse así. Un besote.
Jajajajajaja, no doy tregua Gandalf, TODAS lo pasan mal. Así soy, qué le voy a hacer... ;-)
ResponderEliminarGracias Trys, y no, el lobo (el del cuento) es malo, malo. Quien se entrega es Daisy, pero claro, acaba como acaba...