Aún no me creo que todo haya terminado así. Mi método era brillante. Claro que siempre podía haber… imprevistos… contratiempos. Y uno nunca debe confiarse de la ingenuidad de los ancianos, y mucho menos de la policía (a veces hay uno o dos de paisano, sobretodo en ciudades grandes, ya que este tema se ha puesto cada vez más serio, sobretodo ahora, con la crisis). Pero de verdad que nunca, jamás habría esperado algo así.
Después de llamar varias veces, la puerta se abrió mostrando a una dócil y desconcertada anciana; bajita, encorvada, el pelo blanco grisáceo lleno de rulos. Vestía una bata cian repleta de flores que se alargaba hasta sus desgastadas zapatillas.
Al ver mi falso uniforme de la compañía del gas su mirada se agudizó.
-¿Ocurre algo malo, joven?
Traté de esbozar una sonrisa de aparente sinceridad.
-¡Muy buenos días! Estamos haciendo un registro, algo rutinario, no se preocupe, ¿me permite ver su caldera?
-Yo uso bombonas de butano.
Allí me había atrapado. Mi mente iba a mil por hora buscando una nueva artimaña. Fingí alarmarme.
-¡No me diga! ¿Ya cuenta esta casa con los permisos del ayuntamiento? (Dudo mucho que existan dichos permisos, pero los ancianos creen cualquier cosa)
-¿Qué permisos? Yo he vivido toda la vida aquí y nunca me han dicho nada.
-Ya, es que es una normativa muy nueva. Me temo que debo hacer una inspección para asegurarme de que… ejem, de que su casa está adecuadamente construida por si… sí, por si hubiese un accidente con la bombona. ¿Me permite?
Detrás de las gruesas gafas semicirculares, sus ojos se abrieron más y se clavaron en los míos, tuve una extraña sensación. Era como si algo hubiese entrado en mi mente, como si la estuviesen… registrando, buscando mis verdaderas intenciones. Y al fijarme bien… ¿era posible? Sus ojos se habían vuelto de un tono azufre intenso.
-No lleva mucho tiempo en esto ¿verdad joven? Anda, pase.
No entendía nada, ¿se refería a la compañía del gas o a lo de las estafas? Y su sonrisa me desconcertó por completo. Sus ojos habían vuelto a su azul natural.
-Le, le advierto de que en caso de reforma no, no será barato.
-Lo comprendo, pero pase, joven, por favor. ¿Le apetece un café?
-S-s-s-sí, claro, gracias.
Entré y me dirigí a la habitación de la lavadora, dónde había una vieja bombona naranja, y fingí investigar. Mientras la anciana estaba en la cocina, me percaté de algo. La bombona era vieja. Muy vieja, antigua sería la palabra correcta, si alguna vez había sido usada realmente, llevaría ya años agotada.
Tampoco vi ninguna luz eléctrica o enchufe en toda la casa. Esa mujer llevaba años sin luz ni gas ni probablemente agua corriente. Al darme cuenta de ello fue instantáneo, como si un manto muy fino me hubiese estado ocultando la realidad; pero al ver los pequeños errores, la ilusión de desmoronó. La casa era extremadamente antigua, los muebles parecían piezas de museo y la cantidad de polvo era propia de una casa abandonada. Me levanté, anonado, mientras escuchaba las zapatillas, acercándose.
-Con que, pretendías estarme ¿cierto, joven?
Al voltearme mi expresión comenzó con espanto para después tornarse en puro terror. Pero no por verme descubierto, sino por aquello que se erguía ante mí. La anciana caminaba ahora recta, lo que hizo darme cuenta de que era incluso más alta que yo, aunque, no, estoy seguro de que antes no era tan alta. Sus gafas ya no estaban, y esos ojos, otra vez, salvajes, felinos, depredadores; que ahora resplandecían con una cegadora luz dorada. ¿Qué era esa cosa? ¿Una bruja? ¿Un demonio? ¿Las dos cosas? O tal vez nada de lo anterior.
Eché a correr hacia la puerta, pero esta se cerró sola ante mí. Traté de forzarla con todas mis energías, pero no se movió ni un milímetro. El sonido de los rulos al estrellarse contra el suelo se fundió con la pregunta.
-¿Ya te vas, joven?
Al girarme, vi su larga cabellera que flotaba en el aire, cargada d electricidad estática, y me dí cuente que ese pelo no era blanco, ni gris, sino del plateado más puro y reluciente.
-¿Por qué tanta prisa?- Sus zapatillas desaparecieron, dejando sus pies descalzos, y su bata se transformó en un largo vestido negro cubierto con una capa en llamas. –Hace siglos que no recibo visitas- Luego su rostro se tornó en el de una joven de unos veinte años, el más bello y hermoso rostro que he visto en mi vida, salvo por esos afilados colmillos que tenía por dientes. –Muchos siglos, sí. –Avanzaba lentamente hacia mí – Y tengo tanta hambre.
guau que historia, me ha encantado y la narrativa es excelente. ya les tocaba a los ancianos cobrarse una por todas las veces que los han engañado. y que seria esa mujer, un vampiro, demonio, una mezcla de todo un poco?, excelente, felicidades.
ResponderEliminarSólo te puedo dar una pista de lo que es: tiene que ver con el duende de un relato anterior que hice. Ya que ambos pertenecen a una mitología personal que introduzco sutilmente en mis relatos y que ya se irá descubriendo
ResponderEliminarvaya, si es mitología propia, entonces esperare a ver si sale en otros cuentos que nombre reciben estás criaturas. crear tu propio repertorio de criaturas, igual que el gran HP Lovecraft, muy bien!
ResponderEliminarWow me encanta y creo que tendre que releer algunos relatos para interiorizarme sobre esta nueva mitologia.
ResponderEliminarUn besote y perdona la tardanza en el comentario.
Muack