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lunes, 16 de enero de 2012

El cazador cazado

Aún cavilando sobre la decisión que acababa de tomar, a sabiendas de que tal osadía habría de pagarla incluso con su propia vida, el cazador continúo caminando rumbo al castillo arrastrando por el fango del bosque sus ajadas botas de cuero. A medida que avanzaba, más crecía en su interior esa horrible sensación de desasosiego que impulsaba a su corazón a oprimirle el pecho en un vano intento por querer escapar de él, sólo superada por la tranquilidad que le aportaba el saber que había hecho un buen trabajo, aún habiendo actuado al margen de una ley que bien se merecía ser puesta en entredicho.

  Sin darse cuenta, el montero había llegado a las puertas de la muralla que tan imponente e impenetrable se le antojaba en aquél entonces, deteniendo sus pasos durante unos segundos que transcurrieron como horas los cuales dedicó a acompasar su respiración, la cual amenazaba ya con convertirse en un ataque de ansiedad. Una vez se hubo calmado y con paso algo más decidido, se encaminó por el puente que levitaba sobre las estancadas aguas que discurrían por el foso de aquél alcázar, tan sólo concentrado en que, llegado a ese punto, debía afrontar su negro fin.

  Frente a la puerta de los aposentos de la reina se encontraba cuando una voz resquebrajada, vieja y casi, casi varonil, retumbó por las paredes del corredor sobresaltándolo:
-    “Dime, fiel batidor, ¿cumpliste ya con tu cometido?”
  Y con la imagen de la bella Blancanieves todavía grabada en su memoria y en su corazón y preguntándose si de verdad la reina tenía el alma tan corrompida y podrida como para poder conciliar el sueño tras haberle ordenado cometer el más atroz de los crímenes, el cazador se volteó, tembloroso, depositando en las arrugadas y ásperas manos que como garras de buitre se extendían ante su persona, un cofre de oro y brillantes en el que, acertadamente, conservó un sanguinolento corazón de ciervo.
-    “Aquí tiene mi señora, tal y como ordenó”

  Y por fin, presa de la felicidad que otorga la más inocente de las ignorancias, la reina pudo dormir bien aquella noche, manteniendo en su envejecido rostro una siniestra sonrisa de satisfacción.

5 comentarios:

  1. recuerdo este escrito y esos dulces cuentos de la infancia. genial un besote

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  2. Y sigue la música hechizando tus letras, pequeña diosa; no dejes nunca de hacerme bailar a tu dulce son. Ksss

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  3. Gracias por prestarme vuestro tiempo, bombillitas.

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  4. Me encanta esa debilidad tuya hacia los cuentos.

    fdo. Lobo Feroz.

    Genial de nuevo.

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