Muchos dicen mal de mí,
y yo digo mal de muchos:
mi decir es más valiente,
por ser tantos y ser uno.
Que todos digan verdad,
por imposible lo juzgo;
que yo la diga de todos,
con mi licencia lo dudo.
Por eso no los condeno,
por eso no me disculpo;
no faltará quien nos crea
a los otros y a los unos.
Confieso que mis sucesos
han parecido columpio:
rempujones y vaivenes,
poco asiento y mal seguro.
Yo que doy por condición
tenga la propia del humo,
que tizno y hago llorar,
y de la luz salgo obscuro.
[...]
Francisco de Quevedo
*
Pregúntaselo a mis amantes. Pregúntales si se sintieron amadas, arropadas, pregúntales si vieron un alma en mi mirada esquiva. Si alguna vez he hablado con el corazón ha sido sintiendo el calor de una mujer. Este mundo hostil nunca ha esperado ni merecido más de mí. Sólo de los labios de una mujer tolero las verdades. Sólo ellas, divinas, me ataron a este mundo. Pregunta a las gentes de mi vida si tengo corazón, si hay coraje en mi hostilidad. Pregunta si siento amor.
No pocos me difamarán, sin duda ni reserva. Nunca he esperado ni merecido nada más de ellos. Sin duda, así conocerías los bandazos de mi existencia, mis gestas y mis fracasos, todas las impúdicas habladurías. Ninguna de esas verdades contará, ni por asomo, la historia de mi vida. Sólo Ella, la que ya no está, podría hacerlo. Los demás sólo conocen los picos, los destellos mas brillantes, la simas más oscuras. Un relato sin pies ni cabeza, retazos inconexos, hechos sin las causas, interpretaciones apañadas por mentes más vulgares que aquellas que realmente acompañaron mi trayecto.
Sólo ellas, aquellas que desnudas me ofrecieron su amor, podrían contarte algo auténtico sobre mí. Mis miedos, mis debilidades y esperanzas, mi innata fragilidad. Ellas podrían decirte que siempre fui capaz de sonreír, de ser cortés, aunque pocas veces me sintiera con fuerzas para hacerlo. Podrían decirte que les contaba mis sueños al despertar, sueños que eran como una prisión que me impedía volver junto a ellas.
Si mis palabras no te convencen, pregunta a quien quieras. No faltará quien dé un paso adelante y mienta. Al final, solo ellas saben gran parte de mi verdadera historia. Sólo una la supo toda. Y todo cuanto he sido, mi única verdad y mi legado, murió con ella. Así vagan mis despojos por la tierra, huecos, y la humanidad rehuye mi mirada inerte.
El precio de la inteligencia es la sensibilidad. El precio de la sensibilidad es la fragilidad. El precio de la fragilidad.... es romperse.. y con ello volverse hostil o miedoso o misántropo o vaya usted a saber....
ResponderEliminarNadie es quien para juzgar a nadie.
Y hay quien puede ver el amor rebosando entre las líneas hostiles. Aunque el precio de la hostilidad es, muchas veces, la soledad.
Lo malo de las personas es que hablamos (me incluyo) sin saber siquiera de qué o de quien. Y por ese mismo motivo no hay nada tan placentero como darles en los dientes con algo como esto que tú acabas de hacer, sea o no esa tu intención.
ResponderEliminarMe has dejado completamente impresionada con esta OBRA MAESTRA.
Las palabras... pocas personas conocen el poder que estas tienen, pueden ser lanzas envenenadas o dadoras de esperanza y vida. Yo he viajado en un torrente de letras de la vida a la muerte.
ResponderEliminarTienes un talento único Judah, pero si todos escribiéramos igual no serias especial, no midas a todos por tu talento, todos tenemos diferentes habilidades, no lo olvides.
Pero ten cuidado, cuando juegas a atacar a alguien que no conoces corres un gran riesgo, al no saber nada sobre esa persona y no querrás cargar el peso que yo cargo.
Felicitaciones por tu obra, y no es necesario preguntar a nadie, basta con leer tu obra para conocerte, tus palabras nos dicen quien eres.
profundo, conmovedor. Eres un artista, de eso no cabe duda. Que sepas que voy a preguntar.
ResponderEliminarVas sentando cátedra con tu estilo directo y maduro, amigo; todo un lujo poder leerte a menudo.En cuanto a lo de las mujeres: ¿qué somos acaso sin ellas?
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