La olla llevaba un buen rato ya salmodiando su monótono borboteo en el fogón mientras un dulzón olor a cebolla frita flotaba por toda la estancia, adhiriéndose a muebles y tejidos con contumaz querencia. Acababa de empezar a cortar los tomates en finas rodajas cuando oyó cómo saltaba la noticia en la radio de la cocina. El hombre detuvo en seco la mano que asía un enorme cuchillo cocinero para no perderse un ápice de lo que decía el locutor cuya voz reflejaba alarma sin molestarse en disimularlo: la flota enemiga había finalmente lanzado una primera andanada de misiles con ojivas nucleares cuyo objetivo caía demasiado cerca de donde él mismo vivía como para que el hecho le dejara indiferente. Aún así, tras secarse el sudor de la frente con el dorso de su otra mano, se obligó a seguir la tarea de terminar de cortar y echar los ingredientes que requería su ya legendario guiso de conejo a la jardinera con un toque de hierbas silvestres de las montañas donde habitaba. Como no podía ser de otra manera, ya el gobierno de la nación había ordenado dar réplica a la agresión enviando contra las principales ciudades del país enemigo una contundente respuesta igualmente mortífera. El hombre frunció un momento el ceño y se preguntó si debía ya echar la carne que previamente había troceado y adobado o debería esperar algo más hasta que la verdura estuviera bien refrita. Finalmente decidió ponerla en la olla con el resto de ingredientes, tras lo cual la regó con un buen chorro de vino tinto de su cava, cuidando de dejar un buen trago que se bebió con deleite mientras miraba por la ventana que daba al valle. Pudo apreciar el remoto regusto a brea y a cerezas maduras que dejaba el vino al fondo de su paladar a la vez que hacía lo propio con ese paisaje cuya salvaje pureza cortaba el aliento de cualquiera que tuviese la suerte de contemplarlo. –Lástima- se dijo, mientras pensaba que a la mañana siguiente todo estaría calcinado e infectado por la terrible radiación; tanta vida, tanta belleza desperdiciadas… El silbido del vapor huyendo por la válvula de la olla lo sacó de su ensimismamiento. El hombre volvió a la cocina y apagó el fuego. En la radio voces sobreexcitadas se atropellaban sin orden ni concierto así que la desconectó. Luego, de uno de los cajones sacó un sobre con tabaco de liar y se fue al porche; se sentó en su mecedora y empezó a fabricar un fino pitillo entre sus dedos anchos y coriáceos. Mientras fumaba, un maravilloso aroma a conejo guisado le recordaba que dentro de poco empezaría a comer. La verdad es que ya tenía un poco de hambre.
Incluso las peores tragedias se viven con el buche lleno. Que se vea que somos de buen comer, leñe!!!
ResponderEliminares una de las tres cosas por las que merece la pena la vida!
ResponderEliminarHasta el último minuto... Vivir! Exquisito Mago.
ResponderEliminarMaestro, perdon por la demora en el comentario y lo escueto de este, pero solo se me ocurre la palabra genial, sumado a un simple gracias, me encanto y me abrió el apetito.
ResponderEliminarcebolla frita ñamm ñamm
gracias mil!!
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