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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Garambainas en el bar ─ Capítulo 3


A priori la fiesta empezaba a las 10 de la noche, pero nosotros llevábamos todo el día encerrados en casa y ya no aguantábamos más, así que partimos bastante pronto para allá.

Para ello debíamos coger el metro y comernos unas doce paradas. Parece estúpido pensar que para tomar unos tragos teníamos que ir tan lejos, pero no era el caso. En las fiestas de Fran el ambiente era el perfecto para unos jóvenes como nosotros. Había desde tías buenas, que al ser Fran gay la mayoría eran lesbianas, hasta tías inteligentes. Una combinación de ambas era poco probable. Además, tampoco se llenaba a tope la casa. Recuerdo que una vez, cuando Fran cumplió los 18, invitó alrededor de unas 30 personas y al final vinieron 12, de los cuales la mitad eran tíos homosexuales. Pero nos lo pasamos en grande, y no penséis mal. En la página del evento se calculaban unas 20 personas y entre ellas había suficiente tías, así que las expectativas eran favorables. Y todo sumado a que íbamos armados hasta los dientes, a lo que material se refiere; dos botellas de Black Label y dos gramos de cocaína. De lo último normalmente se ocupa Óscar.

El metro estaba a reventar. Parecía que la gente se había congeniado para jodernos la vida. Apenas podías respirar aire puro, todo lo que inhalabas era el apestoso aliento de la gente. El peor de todos era el anciano situado en la puerta, su aliento apestaba igual que el espacio que hay entre los huevos y el ojete de un vagabundo. Al menos mi aliento olía a whisky del bueno, pensé.
Llegamos a la siguiente parada, “Arruga de Santo”. Se bajó un montón de gente, entre ellos el anciano radiactivo. Fue un alivio para mí y para el mundo. Deseé no volver a cruzarme con él.
Seguimos unas paradas más, y en una de ellas entró un joven con el volumen del ipod a tope.
Incluso pude escuchar que sonaba Pitbull. Me fijé en Jorge, parecía algo nervioso y enfadado. Tratándose de él había la posibilidad de que estuviera enfadado con el crío, consigo mismo o con la vida.
─ ¡Puedes hacer el favor de bajar el puto volumen! ─gritó Jorge.
Todo el mundo se quedó mirándolo excepto el crío. Óscar y yo no dijimos nada. Intenté alejarme un poco para desvincularme del panorama. Entonces Jorge volvió a la carga.
─ Escucha tío ─dijo, mientras daba unos golpecitos en la espalda del joven─, estas molestando a la gente. Baja un poco eso, haz el favor. Seguidamente el joven se quitó los cascos y dijo:
─¿Qué?
─¡Que bajes el volumen capullo!
─¿Quién coño eres tu para decirme lo que tengo que hacer?
─Mira estúpido, no me toques los cojones...
─¡Vete a tomar por culo!
La cosa no fue a más pues llegamos a nuestra parada. Salimos del metro entre insultos y promesas de muerte. Jorge llegó a soltar su famosa frase; “¡El día que te salga la polla te la meteré por el culo!”. Creo que ya formaba parte de nuestras vidas.
─Me cago en ti Jorge, enserio ─le dije.
─¿Que pasa? ─contestó, abriendo los brazos en abanico.
─¿!Que pasa!? ─aulló Óscar ofendido. Luego le dio una colleja y dijo: ─Nada. Venga, tira.
Salimos de la estación y seguimos hacia nuestro destino.

Llegamos de los primeros a la fiesta. Bueno, que coño, fuimos los primeros.
─Fran se está duchando...─nos informó Tak, el compañero de piso asiático de Fran. “Tak” viene de Takion, por supuesto, un nombre la hóstia de común. De hecho, mi huevo izquierdo se llama Takion. El derecho, Koeman. Bien, resulta que Tak era el único chino gordo del mundo, un onanista compulsivo y adicto al porno al que sus padres mandaron a Barcelona para que toda Asia dejara de oler a lefa. Nunca supe si se traía algún rollo raro con Fran, y nunca me importó una santa mierda. Por mí como si se enculaban en medio de la Rambla, lo único que quería de él era que nos abriera la puerta. Fue bastante eficiente en ello.

Nada más entrar en la casa me di cuenta de que estaba bastante mosqueado, y que iba para largo. Jorge y sus escenitas de bravucón de dos estrellas, siempre cruzando a su antojo la línea que separa una broma de una tontería. Montar un pollo en el metro con tres gramos de coca en el bolsillo, hay que ser imbécil. Intenté que no me afectara, una gilipollez no podía joderme la noche. Miré a mi alrededor. La casa de Fran era una mierda. Pasillos angostos, cocina disfuncional, lavabos enanos y habitaciones cutres. Era un lugar horrible para vivir, pero que para los demás estaba de puta madre, pues el salón era enorme. Al mudarse allí tiraron un tabique de una habitación que nadie iba a usar y les quedó un espacio diáfano de cojones, ideal para una fiestecita. Hasta ahí nos guió Tak, sin esforzarse lo más mínimo en hacernos sentir cómodos. Murmuró algo señalando una gran mesa y se encerró en su cuarto, supongo que a quererse mucho. Dejamos las botellas en la mesa y abrimos unas cervezas. Jorge se encendió un pitillo y empezó a bailar pogo, cantando que era un gnomo.
¡Soy un gnooomooo...! No se qué del bosqueeee y un arboool.
─Deja de hacer el imbécil ─dijo Óscar, sentándose a mi lado, en el sofá ─. ¿A que hora te dijeron que llegarían ellas?
¡...siete veces más fuerte que tú, y veloz! A las diez, te lo he dicho antes. ¡Y siempre estoy de...!
─Cállate, antes de que te mate ─le dije.
─¿Y sabes quién viene? ─dijo Jorge. Había dejado de hacer el mono y me miraba con una enorme sonrisa. Levantó las manos, haciendo gestos de estrujar y exprimir dos enormes frutas.
─No me jodas...
─¿Alicia? ─preguntó Óscar, levantándose ─Jojojojo.
─¡Jackpot! ¿piensas tirartela de una vez o que, mariposo?

¡Alicia! Esto remataba mi noche antes de que empezara. Esa arpía escurridiza, calientapollas doctorada, la cruz de mi existencia. Mi asunto con Ali venía de lejos. Llevábamos años sumidos en un tira y afloja, de ahora quiero follarte y ahora quiero ser tu amiga, ahora bailo contigo como una stripper y ahora me aparto cuando me tocas. Un infierno. Ya en el instituto nos pasábamos notitas y nos dábamos el lote detrás de la fuente. Un día le brotaron pechos y curvas por todas partes, su mirada se volvió lasciva y nunca más me dejó probarla. Y no fue porque no lo intentase, pero no hacía más que comerme una cobra tras otra. Al parecer a ella ya solo le interesaban los hombres de bien, niños pijos y bien educados, con estudios y los huevos depilados, ¡con coche!. Nunca fui nada de eso, y mis huevos iban bien abrigados. Por desgracia, eso no mermó mi obsesión por esos ojos verdes, su melena rubia y sus insoportablemente perfectos pechos. Nunca fue ningún secreto lo que yo sentía por ella, supongo que por eso era tan violento cuando coincidíamos, y coincidíamos mucho. Silencio incómodo, trivialidades, poco más. Más raras y nacen azules, las mujeres. Lo más surrealista con Alicia era que hablábamos a todas horas por internet. ¿Quería acaso follarme el cerebro y no el cuerpo? Mujer insondable y desalmada. Aún sabiendo que se avecinaba otro planchazo, mi determinación respecto a ella no había disminuido un ápice.

2 comentarios:

  1. Elias... me has hecho reir como loca... puedo hacer un comentario diferente??' como no dijiste no lo tomo como un si...
    1. Gracias a dios no tengo idea de a que huele el el espacio que hay entre los huevos y el ojete de un vagabundo.
    2. si aveces el mundo nos hace la vida imposible, totalmente de acuerdo con el protagonista...
    3. Me encanto.... mis felicitaciones y un besote... gracias por las risas que me sacaste, me hacia falta.

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  2. jajaja simplemente decir que yo tampoco lo sé, pero intuyo que apestará..digo yo. xDD gracias!

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