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martes, 8 de noviembre de 2011

Garambainas en el bar ─ Capítulo 1

Jorge, Óscar y yo estábamos sentados en el bar del Puerto cuando entró Melinda.
Un zumo de naranja natural ─le dijo al camarero. Cuando le sirvieron la bebida, Melinda se quedó observándola con la mirada baja.¿Qué hay de nuevo? ─le preguntó Óscar.Entonces nos contó un montón de cosas. Nos dijo que la noche anterior había tenido problemas con el casero, un tal Manolo Edebar. El caso es que este había ido a pedirle el alquiler mucho antes del día previsto. Melinda no disponía de suficientes ahorros para pagarlo, por lo que se negó. Entonces tuvieron una fuerte discusión que derivó con varias amenazas, entre ellas la de echarla a la calle . Ella solía pagar a final de mes, cuando le ingresaban la nómina, como es habitual. Además escuchó por el vecindario que el casero se gastaba todo el dinero en “tragaperras” y que por eso siempre andaba jodiendo a los demás. Yo estaba de acuerdo con ella. Llegaría un día en que le pediría el pago de todos los meses de contrato de un golpe. Y eso era inviable. La ludopatía es jodida cuando se pierde el control. Yo he jugado alguna vez a las “tragaperras” pero nunca me he excedido. Una vez Jorge y yo fuimos a un salón de juegos a echar unas monedas y al cabo de un rato nos ibamos con un beneficio de 1000€. Fue una gran noche. Jorge se desvirgó, ahí lo dejo.Seguimos hablando un buen rato sobre estas y otras penurias hasta que me acordé de un rumor que oí sobre Melinda.He escuchado por ahí que te has echado novia. No sabía que eras lesbiana.No, no tengo novia. Lo que si es verdad es que soy lesbiana ─su cara se sonrojó un poco─. Bueno, más bien sexual.¡Toma ya! ─gritó Óscar─ Eso es una muy buena noticia Melinda, ¿ya has empezado a chupar coños? Ya sean peludos, depilados, coños en general.No, todavía no. Solo me he liado con un par de amigas.Melinda se apartó el flequillo. Eso me excitó un poco.¿Un trío lésbico? ─pregunté.Pues tampoco es eso, no llegamos a nada más que el beso.¡Cojones! ¿A qué esperáis? ─dijo Jorge.Después de eso Melinda se quedó pensativa. Nos miraba raro. Parecía un poco nerviosa, como si acabara de pifiarla en algo. Luego Jorge pidió un whisky doble. Yo intenté reanimar la conversación sugiriendo algún juego de beber, pero teníamos que comprar una botella de chupitos y nadie, excepto yo, estaba dispuesto a financiarla. Al poco rato el camarero trajo el whisky doble que había pedido Jorge.Perdone ─le dije al camarero─, tráigame uno a mí también. Y si es posible que sea Black Label, por favor.Por supuesto señor, ahora mismo.

Melinda se levantó y se fue al baño. Nosotros nos quedamos en silencio. Supongo que cada uno se quedó pensando en una ingeniosa estrategia con el fin de ligarse a Melinda, yo por lo menos. Era lo que siempre había querido. Estaba charlando con una tía bisexual, abierta, dispuesta a todo y que además tenía amigas que también eran bisexuales. Por todo ello deseaba que aquella noche transcurriera lenta, muy lenta. También deseé que apareciera alguna amiga de Melinda. Me imaginé una cosa tras otra.
Miré mi cartera y me quedaban unos veinticinco euros. Calculé que podía tomarme unos seis whiskys más, suficientes para emborracharme. Luego me trajeron el whisky y eché un trago.

Melinda ya había regresado del lavabo y Óscar y Jorge le estaban mirando el escote. Yo las había estado mirando todo el tiempo, y a decir verdad, no tenía tetas. Era completamente plana. Solo se le marcaban los pezones tras su camiseta de tirantes enorme y blanca de moderna.
─ ¿Has pensado en operarte los pechos? ─le pregunté, sin ánimo de ofender.─ ¡Calla! Eso a ti no te importa.─ ¿Te has ofendido Melinda? ─soltó Óscar─. Eso es un punto a tu favor. Haces bien en no menospreciar la importancia de tal defecto.─ ¡Se acabó! Me voy de aquí.─Muy bien zorra, tu presencia me estaba incomodando ─dijo Jorge mientras daba unas leves palmaditas.El hombre que estaba en la mesa de atrás se levantó bruscamente y se acercó a Jorge. Seguidamente flexionó las piernas, cargó su brazo y le soltó una ostia en todo el morro. De su boca salió un hilillo de sangre flotante. Le había reventado el labio inferior.─ ¡Panda de subnormales! ─gritó el agresor─ Esa no es forma de tratar a una dama.

Poco después nos encontrábamos fuera del bar ante la sórdida mirada de la gente. Nos habían echado a patadas. El agresor por lo visto era el propietario y quizá por eso se armó de valor. Era un hombre corpulento y peludo, muy peludo. Del cuello de la camisa le salían un montón de pelos. Y Jorge no tardó mucho en anunciarlo. “¡Maldito gorila!”. Intenté calmar a Jorge pero no obtuve éxito, estaba fuera de si. Su cara se volvía cada vez más rojiza a medida que subía su tono de voz.”¡Jorge, vámonos a casa cojones!” ─le grité. Era inútil, apenas podía escucharme. En aquel momento me sentí realmente avergonzado. Todo el mundo nos estaba mirando. Y no solamente la gente que estaba en el bar, sino también las familias o grupos de amigos que paseaban tranquilamente por el paseo marítimo. Jorge no parecía darse cuenta de ello, seguía con su ira descontrolada. “¡Y no lo digo por tu grandeza, lo digo por tu vello asqueroso y repugnante! “ Lo peor de todo era que el agresor ya no nos hacia ni puto caso, estaba ignorando totalmente la ira de Jorge. Y este enfurecía aún más por ello.
Entonces, a lo lejos, pude divisar a dos agentes de la policía aproximándose a paso ligero a través del puente que comunica ambos lados del puerto. Venían hacia nuestra zona. Se lo dije rápidamente a Óscar que todavía conservaba algo de cordura y nos dispusimos a cargar contra Jorge. No queríamos mayores problemas, así que cogimos a Jorge de la camiseta y lo arrastramos como pudimos hacia casa dejando atrás el bochornoso espectáculo.

Una vez en casa, vimos que todavía le sangraba el labio inferior así que le pusimos una gasa. Luego nos sentamos en el sofá ya relajados e intentamos reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir.
─ ¿Llámanos al número de siempre?─dijo Óscar.No tenía dinero suficiente así que lo negué de inmediato.─Cuando Jorge pare de sangrar ─dije─, podemos irnos a otro bar. Me he quedado con las ganas de salir. Además, quiero emborracharme para olvidar el desastre de hace unos minutos.─Por mi vale ─dijo Jorge.─Por mí también ─dijo Óscar.

Mientras discutíamos quien se había pasado de la raya con Melinda, íbamos bebiendo de una botella de vino barata que nos regaló un moro al traernos un pedido de comida basura; kebabs, patatas fritas y derivados. Era asqueroso. Me llené un vaso. Tenía un sabor vil y nauseabundo, no podías pensar en ello mientras lo bebías a riesgo de vomitarlo al instante. Así que siempre proyectaba otra película en mi mente cuando me pegaba un trago. Solía imaginarme los posibles fichajes del F.C.Barcelona para la nueva temporada. O pensaba en una seductora dama quitándose las bragas muy lentamente. Esta vez elegí la de las bragas. Bebí otro trago. Más tarde nos fijamos que el vino estaba pasado. Pero eso daba igual, el alcohol me había pegado.
─ Venga, vamos ─dije, tomando un sorbo─. Qué sino se hará tarde.Nadie me contestó. Jorge se había quedado sobado y Óscar tenía mala cara. Supuse que el vino le había sentado mal pues se fue corriendo hasta el lavabo y vomitó. Entonces Jorge se levantó del sofá torpemente y dijo:─Lo siento Elijah…Sí, me llamó Elijah. Y dijo:─Me voy a la cama. Me duele todo. No podré hacerme ni una maldita paja.

Estaba borracho y no deseaba quedarme en casa. Así que cogí mi chaqueta y me fui en busca de un bar. Paseaba por el pueblo a solas, sin destino. No encontraba un buen lugar para pasar el resto de mi pésima noche. Algunos bares habían cerrado y la gente ya se había ido a dormir. Eran pasadas las 3 de la madrugada. Mi embriaguez se iba esfumando a la par que aparecía la resaca, y con ella el dolor de cabeza.
Me paré a mear en un portal de la calle Degolladorme. En ese momento me sentí liberado. De alguna forma la oscuridad de la calle iba acorde con mi estado de ánimo y eso hizo sentirme compenetrado con la noche, aunque no la perdonaría todavía, no hasta que me regalase un ligue o dinero o algo para olvidarlo todo. Entonces un maldito gato negro de ojos verdes se paró junto a mí. Me observaba extraño, como si no entiendera porque no estaba meando en un lavabo como todo el mundo. Tu no meas en un lavabo cabrón, pensé. Intenté rociarlo con mi pis pero lo esquivó. Y me volvió a mirar, inmóvil. “¡Vete de aquí!”─grité mientras me la enfundaba. Me sentí estúpido en aquel momento. También solo. Odié a Óscar y a Jorge por claudicar y conformarse con otra velada insulsa. Sólo se rinde aquel que no se cree digno de su objetivo. Con esa idea en la mente reemprendí mi camino, desafiando al sentido común e ignorando las inequívocas señales de que ya no quedaba nada por hacer. Las indirectas siempre me parecieron una mariconada, aunque provinieran del destino mismo. Me dirigí al “Chipirón”, convencido de que estaría abierto y que tendrían al menos una copa y amables palabras. En mi camino me crucé con una lata de “Budweiser”, mirándome desde un portal como una guarra contoneante. La sopesé, vi que estaba medio llena y le dí un trago. Estaba tibia, y un par de colillas asquerosas se deslizaron suavemente hasta mi boca. Escupí con furia y estampé la lata contra la pared mientras hacia esfuerzos para no vomitar. Otro signo divino de que debía irme a casa.─ ¡Que te follen, Jesucristo! ─grité, desgañitándome.─ ¿¡Quieres dejar de gritar, subnormal!? ─gritó una voz anónima. Tardé unos segundos en comprender que no era Dios, sinó algún vecino tocapelotas gritando desde una ventana.─ ¡Calla, pajero! ─le dije, haciéndole un corte de mangas. ─ ¡Baja si tienes cojones!

No bajó, se conformó con gruñir asqueado y cerrar su ventana. No pude odiarle completamente, casi con toda seguridad era un buen tío que lo único que quería era planchar la oreja. Pensé que cada vez me resultaba más difícil ser amable con la gente, que la vida es una puta que te va succionando lentamente tu humanidad. Caminé, cabizbajo, rumbo otra vez al puerto. Estaba convencido de que de vez en cuando hay que luchar para que las cosas sucedan. Me deslicé suavemente por las calles, bañado por la luz anaranjada de unas farolas que ni se molestaban en intentar imitar al día. No había un alma por las calles, el único ruido real parecía ser el de mis perezosos e inseguros pasos. El reso sólo eran risas simiescas a lo lejos, el eco de una moto invisible, susurros y golpeteos metálicos de los últimos bares cerrando. Me pregunté donde estaría todo el mundo, y cuanta gente debía estar follando en quinientos metros a la redonda. Por unos segundos intenté oír sus gemidos, pero no tardé en sentirme un psicópata pervertido y lo dejé estar. Estos y otros asuntos menores ocuparon mi mente hasta que arribé a las costas del “Chipirón”. 
Estaba abierto, así que entré con una sonrisa. Colgué mi chaqueta en el perchero y observé la zona. Era un local tranquilo y sórdido, de luces tenues y escasas mesas, la clase de sitio donde sabes que nadie va a agobiarte. Estaba prácticamente vacío, así que me senté en la barra y pedí un gin tonic, una bebida quizá demasiado alegre pero mi humor era demasiado sombrío para el whisky. Mientras me lo servían observé detenidamente el resto de parroquianos. Al final de la barra había dos hombres que debían rondar los cincuenta años, ambos de panza generosas y cerveza en la mano. No pude oír de que estaban hablando pero parecían bastante indignados por algo. Puede que hablasen del paro y de pensiones de jubilación y de despidos improcedentes y de políticos corruptos, quien sabe. Seguramente no tenían razón en nada de lo que decían, sus gestos y sus caras denotaban estupidez. Sólo un anciano ocupaba una de las mesas. Era un tipo hosco y robusto, casi calvo y con barba de tres días. Tendría unos setenta años pero daba la sensación de que durante la mayor parte de su vida tuvo una fuerza descomunal. Sus manos eran grandes como palas y sus brazos eran gruesos aunque temblorosos. Sus ojos eran fieros y hostiles, daban la impresión de no querer necesitar nada de nadie. A su lado tenía una botella de Jack Daniels medio vacía, y varios vasos con el hielo casi completamente fundido, como si su compañía acabara de marcharse. Tenía un montón de monedas esparcidas por su mesa, las cuales iba cambiando de sitio con gesto de concentración. Intenté comprender sin éxito lo que estaba haciendo. Hacía montones, las hacía girar y las reordenaba en grupos aparentemente aleatorios. Quise preguntarle que putas estaba haciendo, pero era improbable obtener una respuesta cordial o coherente siquiera, parecía realmente bebido. Supongo que me quedé demasiado tiempo observándole fijamente, pues en un momento dado levantó la mirada y sus ojos iracundos se posaron en mi.─ ¿Y tú que miras? ─me dijo con voz grave y gastada.─ Nada señor, perdone.No dijo nada más. Bajó la mirada y se limitó a observar la botella de Jack Daniels. Luego le dio un trago y me volvió a mirar.─Oye, chico. Ven y siéntate en mi mesa.Me quedé callado mientras intentaba analizar la situación. La noche me había estado pateando el culo todo el tiempo, y a decir verdad no parecía dispuesta a dejarme en paz. ¿Qué más me podía pasar? El viejo no daba miedo, simplemente salpicaba respeto como si se tratase de alguna divinidad. De alguna manera cabía la posibilidad de que ese viejo me alegrase la noche. Tampoco me podía permitir el lujo de elegir compañía, así que cogí mi vaso de gin tonic y me dirigí a su mesa. Me senté.─ ¿Cómo te llamas? ─me preguntó.─ Elijah.─ ¿Elijah? ─metió un sorbo─ Espero que no te moleste pero creo que es un nombre horroroso. Suena como si uno fuera a escupir.─No lo elegí yo, señor.─Pues claro que no, eso fueron tus desacertados padres. Pero tranquilo, al fin y al cabo, el protocolo social de dar nombre a las cosas me resulta exasperante. Y tú te preguntarás; ¿Y cómo cojones representaríamos la realidad, los objetos, las cosas…? ¡Y yo que sé! Eso es algo redundante. No terminaría nunca de hablar de este tema, llegaríamos a un punto en que la base de mi teoría sería absurda. De hecho, creo que ya lo es. Joder…

Me había dejado perplejo. Estaba claro que su teoría era una estupidez. No quise participar en ello, así que me callé y fingí estar de acuerdo. Eché un trago, él me siguió.
─Y dime, ¿qué hace un joven como tú en este bar? De algún modo sonaba como una orden.─Todos mis amigos son gays.Y entonces se rió, enseñando su ristra de dientes amarillentos.─Pobrecito, te han dejado tirado, ¿eh?Y siguió riéndose, ahora con más ganas, mirándome fijamente con los ojos muy abiertos. Empecé a sentirme algo humillado, pero no dije nada. Tomé un gran sorbo de mi vaso y aparenté indiferencia.─¿Y los tuyos, donde están?─Le dije, sonriente.─¡Muertos! ¡Jajajajajajaja!Se descojonó un rato, dando puñetazos sobre la mesa. La cara se le estaba poniendo roja como el culo de un babuino. Se tumbaron dos vasos vacíos y las monedas hacían clinc ticlinc tinc clinc. No hubo que lamentar más desperfectos.─¡Salas, estáte quieto!─Gritó el camarero.─Sí hombre, si…─Dijo, ahogando los últimos accesos de risa.─Oye, trae al chico otra de lo mismo, que se le acaba.Y me miró, con una gran sonrisa. Había malicia en esos ojos, aún estando nublados por la bebida. Miré sus manos, convencido de que habían repartido más de una hostia a lo largo de los años. Era un tío bastante escalofriante, en general, pero había algo en él que me despertaba una incomprensible necesidad de caerle bien. Supongo que todos quieren caerle bien al matón de la clase.─No hacía falta, pero gracias.─Le dije. Entonces el viejo puso una cara rara y me miró las manos. Yo también lo hice, descubriendo que por alguna razón le estaba haciendo el “heavy metal” con las dos manos, levantando los índices y los meñiques. ¿Cuanto tiempo llevaba haciéndolo? Al acto puse las manos sobre las rodillas, disimulando. Nos quedamos un par de minutos en silencio, hasta que el camarero trajo mi bebida y se llevó los vasos vacíos.─Juega conmigo, niño.─Dijo de repente el viejo, tirándome aproximadamente la mitad de las monedas.─Tu empiezas.─¿A que jugamos?─A los castillos, va, empieza…─Vale pero, ¿como se juega?.─Casi me dio miedo preguntarlo.─Mierda, niño. Tanta nintendo y tanta pajilla… Te explico.─Dijo, antes de liquidar su whisky de un trago. Tosió un poco y continuó.─Mira, tienes que conseguir hacer un montón de monedas en forma de pirámide, un castillo. Como este, ¿ves? Tienen que ir de grande a pequeña, y sólo una de cada. Primero mezclas todas las monedas, aaaasi. Ah, y se juega por turnos. Bien, primero coges una y la haces girar. Si sale cara va a la derecha, cruz a la izquierda. ¡Oye, mírame cuando te hablo! Vale… ahoraaaa… Si, cuando tienes dos grupos, las separas por valores. Empiezas por las grandes, que van debajo. Vas al montón de las “caras” y buscas una de las mayores. Si tienes una, pues tienes que hacer cara tres veces seguidas para comenzar la pirámide, tres veces cruz en el montón de cruces. Si fallas pierdes tu turno. Si te sale, pues sigues. Si en el grupo que estás, sea el de “cara” o el de “cruz”, no hay ninguna moneda del valor que necesitas, pues busca varias monedas que sumen el valor que necesitas, las haces girar, y si sale todo cara o todo cruz, puedes traer esa moneda del otro montón. Si no, pierdes el turno. Si no puedes juntar el valor con varias monedas, sea porque es la menor o yo que se, pierdes el turno y empiezas en el otro montón. Y así hasta tener la torre. El que acabe antes gana, y el otro le invita a un cubata, ¿vale? ¿Lo entiendes, niño? Aquí tenemos monedas de un céntimo hasta un euro, siempre llevo bastantes encima para jugar…─Vale, creo que lo tengo…─Le dije sin mucha fe. Todo en ese juego parecía bastante confuso e innecesario─Empecemos.Comenzó la partida, separando las monedas tras hacerlas girar sobre la mesa. El viejo Salas lo hacía bastante rápido, rozando lo sorprendente. Sus gestos no eran ahora los de un borracho, sino los de un artesano concentrado en la confección de una pieza perfecta. Noté en ese momento que el bar estaba en silencio, así que me volví. Los dos viejos y el camarero nos estaban mirando, sonrientes. Les respondí con una mueca nerviosa.─Cuidado, niño─Me dijo el más gordo, quién llevaba una boina gris y un imponente bigote.─Es un viejo tramposo, te sacará los cuartos.─¡Métete en tus asuntos, tonel!─Dijo Salas, apartando un momento su tarea.─¡Eres tu el que no sabe perder, cornudo de mierda!─¡Claro, claro, discúlpeme usted!─Dijo el bigotudo, riéndose a coro con los otros dos.─Lo retiro, eres una hermanita de la caridad.

Mi oponente escupió en el suelo y reemprendió su tarea, ahora más lentamente y con cara de cabreado. Se le estaba poniendo roja otra vez.
─No les hagas caso, son unos trompas.─Me dijo, murmurando.─Yo ya estoy, date prisa.No tardé mucho en acabar mis montones, y comencé. Me di cuenta de que tampoco estaba tan mal para ser un juego tan estúpido. Se me daba bastante bien, al poco tiempo ya tuve tres monedas en la pirámide y el viejo todavía ninguna. No decía nada, pero mascullaba y gruñía ruidosamente, sin dejar de moverse en su silla.─¡Gabi, estoy seco, trae más de ese garrafón tuyo!─Gritó de repente, tras volver a fallar.─Mierda de juego…Y entonces empezaron las trampas. Salía cruz y decía que era cara, salía dos veces cara y decía que era la tercera, poniéndola en la pirámide con una enorme sonrisa. A veces hasta cambiaba las normas de repente. Era algo tan descarado que no fui capaz de decidir si estaba bromeando o si realmente intentaba estafarme. Si era lo segundo, debía ir realmente bebido para creer que no me daba cuenta. Yo, por si acaso, no dije nada. Cada vez que hacía una de sus “jugadas” me miraba un momento a los ojos, con fiereza, como preguntándome si tenía algo que decir al respecto. No tardó mucho en ponerse en cabeza, y eso le puso de buen humor. Empezó a hablar por los codos.─¿Sabes? Este juego lo aprendí cuando hice la mili, allá en Ceuta.─Me dijo, tras poner la penúltima moneda en la cima.─Me lo enseñó un griego, Carlos Fotsis. Era un cabrón muy raro y muy gordo, las pasó putas cuando hacíamos la gimnasia. Sus padres eran de Tesalia, o algo así, pero él nació en Málaga, así que era tan ratero y mentidero como esos gitanos sureños. Me dijo que es un juego muy popular por ahí, en Grecia, pero a mí siempre me ha parecido un bulo.─En verdad es la primera vez que oigo hablar de él…─Dije, intentando participar en su monólogo. Él me ignoró.─De todos modos era un chalado. Le llamábamos el “Chapero”, porque ya sabes como se las gastan por el Mar Egeo, a su lado Chueca es un convento. ¡Jajajajajaja! Te podría contar mil de ese personaje…Mira, escucha esta: Una vez, el tío robó una morcilla de la cantina, pues ese tonel necesitaba la manduca de siete hombres… Le salió bien la jugada, y tan henchido estaba con ello que se pavoneó al respecto sin saber que el Capitán Basora estaba detrás de él…─Cerró los ojos, intentando no reírse antes de contarlo.─Entonces le dijo: “¡Soldado Fotsis, julandrón asqueroso, ¿es que los de su unidad tienen la polla tan pequeña que ha de sisar una morcilla para rellenar su culo?!” ¡Y le mandó dos semanas al calabozo! ¡A pan y agua!

Nos reímos un rato. Sería un viejo maloliente y engatusador, pero sabía contar una historia con gracia. También contribuyó que empezaba a pegarme fuerte el gin tonic. Aún así, por un instante pude ver como ese hombre bajaba la guardia. Vi nostalgia en su alegría, y también pena. Supongo que le habían pasado cuatro cosas al joven cadete Salas para terminar así. No parecía en verdad un mal hombre, sólo un personaje más descarriado que un tren hundido en el Atlántico. No le culpo por ello, es difícil salir ileso de la vida. Es imposible. Entonces su mirada triste se posó en mí.
─Oye, joven…─sus ojos empezaron a sollozar─ ¿Serías tan amable de pagarme la cuenta de esta noche?─Ahí esta la depresión de Salas otra vez dando la lata. Menuda vida, ¿eh? ─comentó el barman dirigiéndose a los viejos acodados en la barra─ Pero lo peor de todo es la pasta que me debe el cabrón.Seguidamente Salas se echó las manos a la cara y empezó a llorar. Yo tardé en reaccionar. Primero me acordé del gin tonic que amablemente me había invitado, y que visto aquello, ahora estaba a cargo de mi cuenta. La cuál excedía de mi presupuesto. Luego me fijé en sus monedas esparcidas por la mesa e inútilmente intenté sumarlas, estaba claro que aquello no llegaba ni para pagar un ‘chupito de melocotao’.─No llevo suficiente dinero Salas, lo siento ─dije al final.Él seguía llorando detrás de sus frías y rocosas manos. De vez en cuando le oía suplicar algo pero no lograba entenderlo. El cúmulo de desgracias acumulada durante años le invadió el alma. Intenté imaginar cuales podrían ser esas desgracias que le perturbaban, pero lo dejé estar de inmediato. Nunca lo sabría con exactitud, y lógicamente, nunca se lo preguntaría. Entró en un bajón moral y su actitud cambió. No se estaba quieto, sus movimientos destemplados daban la impresión de que estaba al borde del abismo,como si le hubieran arrebatado el alma. Después alzo un poco la voz y pude escuchar su plegaria.─Vete a sacar más, porfavor. Debo una fortuna al Bar y…al mundo. Necesito beber, no puedo dejar de beber. Sino lo hago, sino lo hago…¡Luego vienen las pesadillas, y con ellas el insomnio!─Creo que debería irme…─dije, acojonado, mientras me terminaba la copa. Nunca había deseado salir de un bar con tal ímpetu.Me levanté al fin con el deseo de que aquello terminara en una simple anécdota, sin dejar de mirar a Salas por miedo a su reacción. Pero no se inmutó, al decir aquello permaneció inmóvil como si su corazón hubiera dejado de latir. Me apoyé en la barra y saqué mi cartera.─¿Quién va a pagarme el último gin tonic?─preguntó el camarero dirigiéndose a mí.─Verá señor, la verdad es que llevo el dinero justo para pagar mi cuenta, el último gin tonic a mi suponer era una invitación del señor Salas. No puedo pagárselo.─Entiendo… No es culpa tuya, siempre hace lo mismo. Dame los 10 € de tus dos copas y vete.

Así lo hice. Pagué la deuda y me sentí liberado. De alguna forma la noche parecía querer echarme una mano. Toda la noche se quedaría en una simple anécdota aburrida que no sería digna de compartir, ni con mis apreciados y desleales compañeros de batalla. Enfundé mi cartera, me despedí y salí del local dirección a casa.
─¡MALDITO ANORMAL! ¡CRETINO DEL DEMONIO! ¡IDIOTA!─gritó una voz saliente del bar. No tardé en deducir que era la del señor Salas. “¡TU PUTA MADRE!”─vociferé sin entender muy bien porqué. Poco después escuché el ruido de vasos al romperse seguido de más gritos y otras cosas que no quise ni imaginarme, así que me puse a correr mientras me maldecía por haber dejado la chaqueta en el perchero. Ahora ya pertenece al bar para siempre, pensé.


3 comentarios:

  1. Una gran Historia, me ecanta, te felicito... Muy buena...
    aunque yo habria hecho dos capitulos, se puede tener mas mala suerte en una noche jajaja, mis felicitaciones... Un besote.

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  2. jajaj si, es muy largo. Mañana publico el segundo.

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  3. Genial, espero anciosa a mañana...
    Un besote...

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