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sábado, 14 de enero de 2012

Un Mundo Blanco (Primera parte)

Como el Señor Tortuga encontró el amor en Miss Marple


Todo empezó con el amor. Con el primero, ese delirio pubescente que te afecta de un modo casi surrealista, que pone patas arriba tu concepción del mundo y de la vida. A mi me ocurrió tarde, a los diecisiete años, lo que no mitigó ni un ápice su impacto en mi vida. Pese a mi avanzada adolescencia, en esa época mi bagaje de vivencias era sorprendentemente escaso. Aún así, en una edad en que todos nos creemos un producto acabado y perfecto, yo era extrañamente consciente de mi inmadurez. Siendo como era, un joven solitario, sabía de mis carencias y era consciente de que me quedaba aún todo un mundo por descubrir. Mi generación me era ajena y desconcertante, no comprendía su impertinente actitud ante la vida ni me identificaba con sus ambiciones. Su humor no me divertía, sus opiniones me eran indiferentes. Por ello crecí en soledad, aguardando paciente y silenciosamente la llegada de tiempos que me fueran más propicios, amistosos. Tenía una fe ciega, casi obsesiva y moderadamente virulenta, en que esos días llegarían.

Así, esperando observé el mundo desde la distancia, a salvo en mi castillo. Un ordenador resultó ser el mejor modo de hacerlo. La tecnología, por primera vez en la historia, podía ofrecer al solitario un sucedáneo de la vida que se estaba perdiendo. Burdas y anónimas interacciones virtuales saciaron temporalmente mi necesidad de contacto humano. Tenía a mano una fuente casi inagotable de conocimientos, y ávido los devoraba. Necesitaba encontrar algo que justificase mi modo de vida, pruebas de que no estaba sólo en el mundo. Las respuestas tenían que estar allí, en alguna parte, y no había razón alguna para dejar de buscar. Allí, sentado en la oscuridad, bañado por el fantasmagórico resplandor de la pantalla, pasaba las horas, los días. A nadie parecía preocuparle, ni siquiera a mis padres. Nuestra relación era de estricta tolerancia, respetábamos nuestros espacios. Les recuerdo siempre trajeados, eran grandes tiburones del capitalismo, voraces, ganadores, completamente indiferentes a mi lenta pero constante conversión al eremitismo. Supongo que no iba con su estilo calculador y eficiente. Su método para criarme consistió básicamente en recordarme de vez en cuando que ellos nunca quisieron tener hijos. Aquello no me molestaba tanto como pudiere pensarse, nunca esperé cariño por su parte, y mucho menos que de ellos surgiera la llave de mi salvación. Aunque claro, tampoco esperaba que me llegase del modo en que me llegó.

Un día cualquiera, una calurosa tarde de otoño sin nada en especial, la encontré. La luz de mi vida. La más mágica de las casualidades condujo mis devaneos virtuales hasta la modesta página de una joven escritora, cuyas palabras encendieron un fuego dentro de mí, un fuego que ahora, tantos años después, sigue ardiendo en todo su esplendor. Me quedé fascinado por ella. Nunca había creído posible el encontrar a otro ser cuyo modo de ver la vida se asemejara tanto al mío. Un espíritu afín, oculto en algún lugar del mundo, tecleando despreocupadamente los relatos que me apresarían para siempre. A medida que me fui sumergiendo en sus escritos, descubrí un alma intrépida, incapaz de rendirse pese a los incesantes azotes de una vida hostil e indiferente. La admiraba del modo más sincero en que un ser humano puede admirar a otro. Sin envidia, sin ambición alguna. Ella había encontrado lo que a mí me faltaba, un modo hermoso de lidiar con la soledad. No se dejaba paralizar por ella, sino que la usaba para traer belleza a un mundo que no merecía nada de ella. Firmaba sus escritos con el nombre de Miss Marple, y desde el momento en que leí ese nombre por primera vez ya no hubo vuelta atrás, el fuego era ya demasiado grande para extinguirlo. De repente, me veía capaz de derribar montañas con el sonido de mi voz, de surcar los cielos con un suave aleteo de mis brazos. Estaba inspirado. Como no podía ser de otra forma, me sentí en la obligación de devolverle a Miss Marple algo de todo lo que me había dado. Yo no tenía ni un pelo de escritor, así que durante días trabajé en una carta para ella, una carta que le hiciera justicia. Puse mi alma en mi corazón en ella, y más de diez veces la di por acabada, otras tantas la destruí, preso de la frustración. Los días se convirtieron en semanas y, en un momento dado, la terminé. Así, en el primer día de invierno, Miss Marple recibió en su correo electrónico una interminable y apasionada carta de un joven que se hacía llamar Señor Tortuga, mi pseudónimo habitual en internet. Pasaron un par de días, y respondió, con una gratitud equiparable a la que yo le había mostrado. Hubo otra respuesta, y luego otra, y otra, y se hizo la amistad, y luego el amor. Nada de fotos, nada datos ni nombres reales, sólo sentidas palabras de soledad compartida. Recuerdo esas semanas como una de las épocas más felices y emocionantes de mi vida. Al caer la noche ahí estaba, puntual, el correo de Miss Marple hablándome de su vida, de sus sueños y pasiones, interesándose por mí. La distancia era una tortura y un alivio a la vez. Anhelaba poder ver su rostro, pero me aterraba la idea de que si nos viéramos lo nuestro, por lo que fuere, se estropease. Pero, y eso lo descubrí con el paso de los años, cuando se cruza una línea ya no hay vuelta atrás. En uno de sus correos se le escapó algo que rompía nuestro acuerdo, y se me heló la sangre. Vivíamos en la misma ciudad. Se lo dije. Me pidió que nos viéramos. Todo parecía pasar demasiado rápido, fue como si me precipitara al vacío. Aún hoy no consigo recordar una ocasión en que el corazón me latiera con tanta fuerza como en el momento en que acepté su invitación. En pocos minutos, leí el último correo que recibiría de Miss Marple.

“Este viernes, a las cinco. Bajo el puente del canal. ¡No llegues tarde!”


Los días siempre son largos cuando te embriaga la emoción, pero nada es inmune al paso del tiempo. Así llegó el viernes, silenciosamente, y engalanado salí de mi casa, dispuesto a afrontar lo que ya había declarado oficialmente como el día más importante de mi vida. La cita más importante de mi vida, cada paso era más importante que el anterior. El viento era gélido, pero no había nubes en el cielo que mermaran el calor del Sol. La ciudad entera me sonreía, colorida, pero no así sus habitantes. Cuando caminas por la calle no sueles fijarte demasiado en las caras de aquellos que se cruzan en tu camino, pero ese día lo hice, sediento como estaba de humanidad. Caras lánguidas y el paso apresurado fueron todo lo que me encontré, llevándome a la conclusión de que era la única persona del mundo con motivos para sonreír. “Buscad el amor”, les decía con mi mirada inquisitiva. La evadían, por miedo quizás a descubrir cuán insípido era el destino de la senda que seguían. No iban en pos del amor, de eso estaba seguro, nadie anda cabizbajo cuando sus pasos se dirigen hacia la persona amada. Les compadecía, pero no eran mi problema en ese momento. La ciudad desfilaba alegremente a mi alrededor, impaciente acercándome el puente a la par que yo me acercaba a él. Y por mucho que se eternizase mi viaje, llegué a mi destino. 
Taquicárdico contemplé el verdor de la vegetación que había conquistado el canal, que llevaba décadas seco. Estaba en las afueras, y sólo había un par de personas vagando por mi horizonte. Respiré profundamente, deleitándome con las primeras brisas perfumadas de aire campestre. Dos gaviotas surcaban el cielo en perfecta armonía. Ahogado llegaba el sonido del mar. Una sonrisa en mi rostro. A lo lejos, el puente. Viejo, raquítico, levantado con prisas, la cosa más hermosa del mundo, una promesa de felicidad. Y cuando estuve a poco más de cien pasos de él, la vi. Una chica esbelta, exageradamente abrigada, descendiendo torpemente entre los matojos del canal, a trompicones. Daba pasos cortos, inseguros, asiéndose con temor de cualquier cosa que encontraba en su camino. Una larga y negra melena, protegida por un gorro de lana lila, se agitaba suavemente. Tuve un gigantesco impulso de gritarle algo, lo que fuera, pero se impuso la cautela. “Disfruta cada segundo.”, Pensé, “No fuerces las cosas.” Contemplé pacientemente su descenso, y cuando desapareció bajo la sombra del puente inicié el mío. Quizá fuera por el ansia, o porque nunca fui un chico muy atlético o siquiera coordinado, la cuestión es que apenas había dado dos pasos cuando tropecé con lo que fuere, y rodando completé el descenso. No me importaba con cuantas cosas me había golpeado, ni el posible estado de mis ropas de gala, me limité  a suplicar en silencio que ella no me hubiese visto. Esperé unos segundos antes de levantarme, con la cabeza gacha y los ojos cerrados.

Fue entonces cuando, en el momento más insospechado, sucedió lo imposible.

Un grito, visceral, congeló el tiempo. Una voz femenina, desgarrada por el terror, gritó con el pánico de quien contempla la materialización de sus peores pesadillas. No pedía auxilio, era un aullido de rendición, sin esperanza alguna. Tardé unos segundos en reaccionar, petrificado por el miedo, intentando convencerme de que los ecos del grito de Miss Marple eran un engaño de mi mente. Pero no lo eran, y me incorporé de un salto Y una luz blanca me cegó. Provenía de debajo del puente, poderosa, terrible, cómo si el Sol mismo hubiera bajado a la tierra. Ni siquiera entrecerrando los ojos y cubriéndome con el brazo podía ver lo que estaba sucediendo. Pero aún así avancé, aterrado pero temblando de furia. Algo horrible estaba sucediendo a la persona que menos se lo merecía del mundo. Mi paso inseguro se tornó en una carrera, pues una angustiosa sensación de pérdida empezaba a tomar forma en mi corazón. “Aún no has perdido nada.”, Me dije. A medida que me acercaba, el resplandor de la luz parecía atenuarse, y empecé a vislumbrar una figura que se movía. Más cerca, menos luz. Y cuando estaba a pocos pasos del puente, tuve que detenerme. Ya podía ver con claridad. La luz, ahora débil, provenía de un enorme círculo ovalado que parecía flotar en el aire. Y ante él, una figura enorme y oscura. Terrible era su silueta, grotesca, inhumana. La luz a su espalda me impedía verle con claridad, sólo sé que al mirarle sentí un terror como nunca habría creído posible, como si fuera la encarnación de todos los males que había conocido o soñado. Quise gritar, pero se me había secado completamente la garganta, mis músculos no respondían. Contemplé, impotente, como la negra criatura alzaba algo del suelo, un cuerpo inerte. Una larga melena surgía de él, balanceándose en el aire. Miss Marple yacía inconsciente en los brazos del mal.

-¡No!-Grité. No con mi voz. Fue un sonido gutural, ahogado, como si se me estuviese partiendo el cuello. 

Y la criatura se volvió hacia mí, y por un instante tuve la certeza de que me estaba sonriendo. Con una agilidad insospechada saltó, con Miss Marple en brazos, hacia el círculo de luz. Volvió entonces a brillar con fuerza, y para cuando recobré la visión ambos ya habían desaparecido en su interior. El agujero, al parecer ya sin propósito alguno, empezó a cerrarse rápidamente.

-¡No, no! ¡Vuelve!-Grité, empezando a correr, sintiendo como me invadía rápidamente una fuerza casi sobrenatural.

Ya no había terror en mi interior. La ira, visceral, primitiva, había ahogado todo lo demás. La aberrante injusticia de lo que estaba sucediendo había convertido a un introvertido adolescente en una bestia ciega, sorda y muda, sedienta de sangre y venganza. El amor, ancestral espada de doble filo, puede con su llegada llevar la paz al corazón de un hombre, pero el afán de protegerlo puede también llevarle a rebasar la frontera de la locura. Apreté los puños, y aceleré el paso hasta más allá de los límites humanos. Con un rápido movimiento recogí el gorro de Miss Marple que yacía, hueco, en el suelo, y me abalancé sobre la luz. El círculo se había cerrado del todo, y sólo quedaba una fina línea vertical, cuyo resplandor se estaba desvaneciendo. En un gesto instintivo, metí mis dedos en ella. Brilló entonces con fuerza, y la electricidad empezó a recorrer mi cuerpo. Uno nunca sabe donde está su umbral del dolor, pero lo que sí supe era que estaba soportando mucho más del que me habría creído capaz. No me importaba. Daba igual el dolor, así como la naturaleza sobrenatural de lo que estaba ocurriendo, sólo sabía que Miss Marple necesitaba mi ayuda. Me ardían las manos, todo mi cuerpo se convulsionaba por la incesante corriente eléctrica que surgía del agujero. Me sentía a morir, pero eso no era excusa. Ya era demasiado tarde para mí, había acallado la voz del sentido común. Ahí estaba, la más hermosa y aberrante expresión del amor, el frenético afán de protección más allá de toda ética o moral conocidas. Es el punto sin retorno, cuando estás dispuesto a morir por amor, a matar por él, a hacer lo que sea necesario para salvarlo, más allá de toda lógica. Un grito inhumano de rabia visceral surgió de mí, y con todas mis fuerzas abrí el agujero. Y el Señor Tortuga se precipitó al vacío, desapareciendo entre la blanca luz.

9 comentarios:

  1. Disculpadme por la extensión, homefanfiqueros, se trata de un pequeño proyecto que tengo y la verdad, me ayudaría vuestra opinión a la hora de decidir si merece la pena continuarlo. Gracias de antemano!

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  2. Jamás vuelvas a disculparte por la extensión de algo tan genial, oye... originalmente pensé que habías conocido el blog de Lady, pero de ser así, por tu bien recuperala o un lobo y un mago se encargaran de ti, y creo que nada es mas terrible que esos dos juntos.

    Con respecto a si merece la opinión ser terminado, ¡ES BROMA! no lo merece.... debe terminarse... ahora tienes una obligación moral, me dejaste intrigada, enganchada, quiero saber que pasa.

    Finalmente he de decir que logras la empatía con la soledad del protagonista, eso y el hecho de que enrostras lo miserable que fue mi vida. ya que, donde crecí no había internet :-(, increíble como alguien puede hacerte sentir aun peor.
    Un Gran trabajo JUdah, pero eso ya lo sabes...

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  3. Será por que te llevaba esperando unos días quizá pero no sé a que extensión te refieres. Has atrapado. El prologo ya promete calidad, en la historia y en el tratamiento de los personajes. Amo los relatos en primera persona, me parecen más impactantes. Si merecía la pena o no, te lo comentaré en el último capitulo. Quiero verlo aquí publicado Judas. Lo hacéis a uno tan insignificante coño!... Ah! y disculpa por la extensión.

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  4. Gracias, gente, hacéis que todo ese trabajo valga la pena, y para alguien que escribe el sentir que no está perdiendo el tiempo es poco menos que fundamental para su salud mental. Un abrazo.

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  5. Ha capturado mi atención, tengo ganas de continuar leyendo. Un abrazo

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  6. El amor (en todas sus variantes), a mi parecer, es ya lo único sincero que queda en el mundo; y como un gran sabio ya me dijo una vez: "cuando el amor dicta a la razón, ni siquiera la lógica puede detenerlo".
    BRILLANTE.

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  7. no t disculpes xq sea largo y sigue asi, sta genial...

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  8. Perdona, antes no pude comentar más extensamente porque tenía que hacer una cosa... pero coincido con Trysha en la mayoría de las cosas y con mandragás en que más te vale continuarlo... de mi cosecha añadiré que la forma de introducir la acción es sencillamente brillante y promete mucho, así que no tienes excusa para no continuar! :D

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  9. Dame tiempo y algún capítulo más, hombretón...ya te cuento

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