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miércoles, 11 de enero de 2012

El tío del traje - 3 parte

Pasaron poco más de seis horas hasta lograr acumular 3 euros con 21 céntimos. Le di las gracias al último ser humano que me ofreció limosna y me dirigí al supermercado. A decir verdad, lo que más necesitaba era un buen abrigo, o tal vez un buen pantalón, pero el hambre se había apoderado de mis necesidades y sinceramente, no parecía ser algo pasajero. Tampoco era viable ahorrar para comprarme ropa, moriría de hambre en el intento. De camino al supermercado soñé con un buen filete con salsa de roquefort y guarnición extra, y de postre flan de huevo, y ya puestos una cerveza fría, con la etiqueta un poco mojada y esas gotas frías tan hermosas sobre la superficie del vaso. Entré en el supermercado y compré una barra de pan y algo de embutido. Salí de allí ansioso por echar el primer bocado pero mis principios decían que había que hacer las cosas bien, comer sentado y en un lugar agradable. Poco después mordisqueé la punta del pan.
El día empezó a ceder ante la oscura noche y las farolas, con luz tenue, se encendieron a mi paso. Pensé en regresar a la plaza Miró pero opté por pararme cerca del paseo náutico. Me senté en uno de los bancos que daban al océano y empecé a comer. Devoré aquello en tiempo récord. Me sentó realmente genial. Era como cargar pilas. Urge en mi bolsillo y saqué las monedas restantes. Entonces un hombre se sentó a mi lado. Me asusté. No había que tener mucho ojo para ver que también era un indigente. Llevaba un sombrero azul oscuro con manchas en los bordes y en el cuello le colgaba un collar hecho con bolsas de plástico. Como componente del collar llevaba atado un envase de iogurt. Tenía unos ojos minúsculos e inexpresivos que fijaban la mirada al frente, sin apenas pestañear. Era mucho más viejo que yo, rondaría los 60. Le sonreí, pero no pasó nada. Volví a guardar las monedas en el bolsillo. Entonces se giró.

─Tranquilo ─dijo─, no te voy a robar. Creo haber contado 93 céntimos.
─Ahm...─saqué otra vez las monedas y efectivamente sumaban 93 céntimos. Las guardé de nuevo─ Gracias señor.
─¿Qué te ocurrió?
Se acomodó en el banco y encendió un cigarro.
─¿Cuando?
─Chico, ¿porqué estás en la calle?
─Ah....bueno, es una larga historia.
─¡Perfecto!, Me lo cuentas mientras te invito a una copa, conozco un bar aquí cerca.
─¿Invitarme?

─¡Que pasa!, soy rico. Vamos.
¿Rico?, pensé.
─Bueno, no tengo otra cosa que hacer─le dije.
Se echó a reír. Nos levantamos y partimos calle abajo.

4 comentarios:

  1. Fresco y ligero, como siempre, tres bien!

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  2. Coincido, lectura agradable. Cuatro bien!!

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  3. Otro alarde de maestría, ¿no te cansas?

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  4. Ya sabes que me encantas...solo una cosa te pido... por fis... terminalo, no me dejes como en las historias del bar, que aun veo al tío excitado mirando a la chica y a estas altura esta que revienta de ganas.

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