Muchas personas no miden las consecuencias de sus actos, un minuto… un mísero minuto que marca la diferencia entre el suceso y sus consecuencias. Eso fue algo que él jamás comprendió, nunca le tomó el peso a ese miserable minuto, después de todo… ¿Qué es perder un minuto?
A veces la vida puede enseñarte de la manera más irónica que un minuto, es todo lo que necesitas para separar el suceso de las consecuencias.
El hombre se levantó temprano, como solía hacer para cumplir con su rutina de los tres tiempos, mañana, tarde y noche. Se preparó su desayuno una taza de humeante café, una tostada con un poco de mantequilla sobre ella y comenzó a hojear las cartas que a menudo le llegan, esta vez no fue distinto.
-Inútil, desperdicio de tiempo, banco, hipoteca, tarjeta de crédito, mi tío Jacinto, las cuentas del teléfono- el último sobre amarillo llamó su atención, conocía ese particular estilo de escritura, sacó la carta leyendo el contenido- Que idiotez- dijo dando una bofetada al aire- ¿Piensas que ahora te ayudare a pagar la universidad? Ingrato, si fuiste capaz de traicionarme al apoyar a la perra de tu madre, ahora te las aguantas como los hombrecitos y no me jodas la existencia. Estúpido cretino-
Terminó diciendo para arrojar a la basura la carta de su hijo mayor. Bebió su café dándole mordiscos a la tostada para apresurar el desayuno y se alistó para marcharse al hospital. Su trabajo en urgencias le agobiaba, le molestaba de sobremanera tener que ir como alma que lleva el diablo cada vez que alguien llamaba asegurando que se moriría en segundos y no era verdad, más de alguna vez le había tocado un niño ocioso que solo llamaba para joderle la existencia, cosa que le recordaba mucho al ingrato de su hijo mayor. Cuando su esposa lo dejó, la única compañía que tenía era a la pequeña Alice, una dulce niña de ocho años que lo admiraba y lo tenía en lo más alto de un pedestal. Gracias a ella aun mantenía lo poco de cordura que le quedaba.
A medio día recibió esa llamada, la de su ingrata ex-mujer que le recordaba (o más bien, le exigía) puntualidad al depositarle el dinero. Aquella mujercita que al principio le pareció perfecta, perfectos ojos, rostro, carisma, hermosa cabellera, dulce personalidad, ahora le significaba la perra más grande que alguna vez allá existido sobre la faz de la tierra.
Una de las enfermeras corrió a su lado notificándole la emergencia que se presentaba. El hombre subió raudo hacia la ambulancia de emergencia y encendió las sirenas para asegurarse de tener paso preferencial. Cuando estaba a tres cuadras de llegar, cayó en cuenta de que podría ser otra broma de un niño ocioso, la sola idea de pensarlo lo enojo de sobremanera y antes de llegar al lugar de la (fingida, según él) emergencia, se detuvo para comprarse un café. Después de todo solo le tomaría un minuto, ¿Qué es un mísero minuto?
La pequeña Alice vio como su padre entraba a la casa, algo cabizbajo, tenía la mejilla roja, como si lo hubieran abofeteado. Ingenuamente creyó que el sonrojo de la mejilla se debía al calor, así que corrió a la cocina y regresó con un vaso de agua mientras sonreía, se lo entregó a su padre esperando que este le sonriera como siempre y acariciara su cabeza, de esa forma que le gustaba a ella. La sorpresa fue mayúscula para la pequeña Alice cuando su padre golpeó su mano con fuerza y el vaso cayó al suelo rompiéndose en varios trozos y derramando el contenido sobre la alfombra. Su mente recordaba vagamente un hecho ocurrido antes de que sus padres se separaran, cuando sus padres hablaban fuerte (gritando) y su papá siempre terminaba aventando cosas contra su madre (aunque jamás comprendió la razón de ello)
-¡No me molestes! ¡Sal de mi vista antes de que te castigue por esto!- grito muy enojado el padre.
La pequeña Alice corrió hacia el pasillo que llevaba a la entrada intentando contener las lagrimas que ya salían por si solas. Su papá jamás le había gritado, eso solo lo había visto que lo hacía con su madre. Se quedo junto a la entrada llorando y abrió la puerta, las farolas de la calle estaban encendidas y pude distinguir en la vereda de enfrente como se alzaba un pequeño diente de león. Tuvo la idea de que su padre se alegraría si tomaba aquella flor y se la daba, justo como cuando lo hizo aquella vez cuando su madre se fue de casa.
El hombre golpeo la mesa de la cocina intento ahuyentar las corrientes de ira que lo invadían, se detestaba por gritarle a su hija, ella era todo lo que amaba pero no podía contra la culpa. Por haberse detenido a buscar ese café la mujer que había sido apuñalada en la puerta de su casa acabo muerta, las palabras del doctor aun resonaban en su mente “si hubiera llegado un minuto antes, quizás hubiera logrado salvarse” la culpa era más fuerte.
Se disponía a ir a dormir, cuando notó que la casa estaba extrañamente silenciosa, revisó las habitaciones pero no encontró a su adorada hija. Finalmente reparó en el detalle de que la puerta de la calle estaba abierta. Se asomó a mirar algo curioso y entonces fue presa del pánico cuando vio a mitad de la calle un grupo de gente que murmuraba, una de las mujeres (su vecina) se acercó llorando.
-¡Gracias a dios que estás aquí José! Alice… ella-
-No… no…-
El hombre corrió al centro del tumulto y vio a su adorada hija tendida en el suelo y con un charco de sangre bajo la cabeza, abrazo el cuerpo inerte y comenzó a aplicarle los primeros auxilios, cuando la ambulancia al fin llegó la niña fue a urgencias. Fue en aquella infernal espera que aquella mujer le contó lo ocurrido, como la pequeña Alice cruzo la calle sin mirar antes que viniera un vehículo y fue atropellada, el conductor se dio a la fuga sin que nadie pudiera tomar su matrícula. El hombre comenzó a llorar y cayó de rodillas fue su culpa que la pequeña Alice saliera a la calle. Divisó al doctor y lo abordó rápidamente.
-¿Cómo está mi hija?-
-Lo siento mucho- dijo el doctor- Hicimos todo lo posible pero fue inútil, perdió demasiada sangre, si hubiera llegado un minuto antes… quizás podríamos haber hecho algo, lo siento mucho-
Un minuto… la palabra resonó en su mente cobrando cada vez más fuerza. Un minuto… fue lo que le tomó echar a su hijo mayor de casa cuando apoyo a su madre en el divorcio. Un minuto… fue lo que le tomó detenerse a comprar ese café antes de acudir a la emergencia. Un minuto… fue lo que le tomó descargar su ira sobre su mujer hasta casi matarla. Un minuto… un minuto… un minuto… un minuto…
El hombre cayó de rodillas gritando y llorando, su devastación fue tal que los enfermeros tuvieron que sedarla para intentar calmarlo.
¿Aun crees que un minuto no es nada? ¿Qué es perder un minuto? ¿Qué es perder un mísero minuto?
El hombre se despertó bañado en sudor a las tres y media de la mañana. Se apresuró en ir al cuarto de su pequeña hija y la vio durmiendo mientras abrazaba a uno de sus peluches.
-Un minuto- dijo para sí mientras sonreía- Un minuto me ha bastado para entender todo lo que he perdido- se dirigió a la cocina y marco un numero esperando la contestación del otro lado.
-¿Quién es?-
-Hijo… soy tu padre-
Más vale tarde que nunca, no?
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