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miércoles, 11 de abril de 2012

El Sol de verano

─ Hace un día espléndido, ¿verdad? ─dijo la señora Margarita, casi con suspiro. Parecía apunto de estallar. La transpiración le rezumaba tanto en la frente como en el labio superior, atravesando incluso la pesada capa de maquillaje. Llevaba un pañuelo envuelto en el cuello, de doble estampado: de flores y nubes de colores, que a pesar del sofocante calor, lo había llevado puesto todo el rato, sin hacer el mínimo ademán de quitárselo. Resultaría ser una práctica asaz masoquista sino fuera que, la señora Margarita, llevaba aquél pañuelo a modo de ocultar una marca significativa a causa de un chupetón de algún que otro hombre, que daría a entender a su amiga allí presente que aún seguía viéndose con su famoso amante, indistintamente de que fuera verdad o no.
─ Sí, y aquí en la terraza el Sol pega plenamente ─le respondió la señora Carmen, luego de dar una calada al cigarro─. Aunque el hombre del tiempo ha dicho que esta tarde se pondrá feo. Muy feo ─soltó una torva bocanada de humo─. El viento es fuerte, y traerá las nubes cargadas del norte. Ese chico es todo un experto en predicciones. No falla una, de verdad. ─se sacudió la falda quitándose algunos restos de ceniza que le habían caído sobre el regazo y dio otra chupada al cigarro─. Ya veréis.
En ese momento el camarero trajo el café que había pedido la señora Margarita anteriormente, para ser exactos, diez minutos, los que llevaba sentada en la terraza del bar. La señora Carmen, que acababa de llegar, aprovechó la ocasión y pidió un descafeinado de máquina y una pasta.
La señora Carmen fue la última en llegar. No acostumbraba a llegar tarde a las citas, pero esa mañana tuvo que hacer algunos recados que había ido posponiendo durante toda la semana. Era sábado, y como todos los sábados la gente enloquecía por el pueblo. Las calles estaban abarrotadas; las tiendas, bares, restaurantes, todo saturado de gente, y encima con un maravilloso sol acompañando la marcha, que levantaría de la cama hasta el más depresivo de los seres. A la señora Carmen no le gustaba el calor, ni el verano, ni nada que se hiciera en esa época, entre otras cosas porque sudaba a mares, y por lo general era una dama muy agarrada a la tranquilidad, así que esa misma mañana anduvo cabreada desde el primer momento en que pisó la calle.

─¿Y como está tu marido? ─preguntó la señora Margarita─. Hace tiempo que no sé nada de él.
─Vivo, creo...
─¿Crees? ¿Que le pasa? ─inquirió.
─Nada, no importa. Anda algo perdido últimamente.
─¿Has hablado con él?
─Ese es el problema, Margarita, que no hablamos ─se calló unos instantes al ver el camarero aproximándose a paso ligero des de la caseta del bar. El camarero depositó el café y la pasta encima de la mesa y desapareció de la escena─. Lleva varios días regresando a casa a las tantas, y porque oigo la puerta, que sino ni me entero de su regreso. ¡Se pone a dormir en el sofá! ─chilló de repente─ ¿Tú lo ves normal, Margarita? Porque yo no, sinceramente.


La señora Carmen llevaba casada con Juanjo, su marido, más de cuarenta años, y como toda pareja peligrosamente perenne, habían sufrido toda clase de crisis matrimonial, pero la que asolaba en aquellos tiempos al matrimonio era, sino la más ínfima, la más perturbadora de todas.

─Y cuando está en casa ─siguió hablando la señora Carmen, que empezaba a alterarse─, no para de leer la basura, si es que es digno de llamarse así siquiera, de obra de Salinger o Silenger o como puñetas se llame. Y siempre murmura cosas extrañas cuando lee. A veces me asusto un poco Margarita, de verdad. Un día de estos le quemaré esos malditos libros. Estoy convencida que es por culpa de esos libros que mi marido se comporta así...
─Como no apagues ese cigarrillo de inmediato la que se quemará serás tú ─interrumpió la señora Margarita, acercándole el cenicero. La señora Carmen apagó el cigarro con vehemencia─. Vamos, relájate un poco Carmen, y desayuna, por el amor de Dios.
─¿Ves, Margarita?, sabía que no debía hablar de Juanjo, me pongo de un humor...

Entonces, a lo lejos, la señora Carmen divisó lo que podría ser su marido, aproximándose con cautela hacia ellas.
─Dios mío, es Juanjo ─dijo la señora Carmen.
Efectivamente era Juanjo. Llevaba su habitual camisa beige, acompañada por su inseparable bufanda, de color gris oscuro, al igual que su boina. Se acercó con aire anheloso hasta la mesa donde estaba su mujer y la señora Margarita. Las contempló. Sacó un revólver Colt del 35 de detrás del cinturón, tanteó el arma en el aire unos instantes, apuntó a su esposa, quitó el seguro, y disparó. El eco de un estrépito grito poco antes de cesar fue lo que perduró en el aire durante unos segundos. Luego Juanjo miró a la señora Margarita, que presentaba un rostro totalmente pálido, inerte, mirando con recelo el revólver, y entonces le dijo: “No te asustes, Margarita, la voz humana hace lo que puede para profanar todo en la tierra”. Y se disparó un tiro en la sien derecha.

5 comentarios:

  1. J*** me has dejado clavadísima con el final.
    Espero que con tanto Salinger no acabes igual, xD
    Plas, plas, plas!

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  2. Impresionante final, maravillosas descripciones, y me has dejado enganchada y con la pregunta en los labios ¿qué paso? con algunos adjetivos entre medio.
    Un besito, me encanta.

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  3. Tengo que leer yo al Salinguer ese, si señor. muy bueno DD.

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