Llevo días vagando como una
sombra por las desoladas callejas de esta aldea a la cual no recuerdo cómo vine
a parar. Sólo sé que amanecí sacudido por la frenética cháchara de mil pájaros
dando caótica bienvenida a una mañana de luz difusa y renuente, filtrada por el usado
algodón de ubicuas nubes.
La aldea reposa anclada al fondo
impreciso de un pequeño valle por el que discurre un arroyo cantarín. Aquí la
humedad es la pauta; el silencio, su contrapunto. Por no haber no hay ni
tiendas, y de las pocas casas habitadas surgen raramente bultos fugaces, de
esquiva conversación, esbozos humanos que han logrado, a base de soledad,
burlar el peaje del tiempo.
Tengo alimento de sobra en la
cabaña y el agua no me ha de faltar, de modo que, privado de mayores urgencias
vitales, me dedico a vencer las horas paseando, con la única compañía del
rítmico crepitar de mis propios pasos sobre la grava, mientras me dedico a
urdir historias con mi desbordante imaginación. Casi siempre acabo por detenerme
junto a las estribaciones de un extenso campo de adormideras que pespuntean de
sangre un verde mar de hierba en perpetua tremolación y al que peinan eternos
alisios provenientes de allende los riscos que cercan el valle.
Por cierto, no sé si ya he dicho
antes que aquí, en este centro de ninguna parte donde el río, las invisibles
aves y la bruma pertinaz abortan cualquier otro intento foráneo de perpetuidad,
una suerte de somnolencia, taimada pero implacable, se adueña de las pocas
mentes que aún persisten sobre los ajados cuerpos. Al principio se presenta
bajo la engañosa apariencia de una leve obnubilación, algo así como un lento
preludio al pasmo, para alcanzar su clímax en forma de plúmbeo sueño que tumba
durante horas al más resistente y es capaz de amansar al más inquieto. Luego,
con el paso del tiempo, su infeccioso efecto acaba por adherirse a las
consciencias como moscas de caballo y suele acontecer que, cuando va uno a
darse cuenta, suele ser ya demasiado tarde.
Ante semejante prodigio, mi razón
no deja de argüir a favor de la influyente proximidad de ese inabarcable manto
de adormideras, el cual, como un siniestro y antagónico vecino, se complaciera
en confundir la poca vida que en el
valle queda.
Mientras tanto, mi interior no
permanece ocioso y con el paso de los días no dejan de agolparse en mi mente,
como viajeros confinados en un abarrotado vagón, fragmentos de historias aún
por contar que no dejan de crecer, de estructurarse e intentar cobrar vida. ¡Si
al menos hubiera en esta mísera aldea dejada de la mano de Dios algún triste tugurio
en el que poder adquirir lápiz y papel, tal vez así dejarían de una vez por
todas de atormentar mi fatigado cerebro mientras pugnan por abrirse paso a un
mundo que no las necesita…!
Esta mañana al despertar, he
advertido, no sin alarma, que no puedo despegar la cabeza de la almohada, (¡son ellas; pesan ya tanto…!) y que por
más que lucho por impedir que mis párpados se cierren de nuevo, éstos, oscuras
contraventanas del alma, vuelven, una y otra vez, a caer como un pesado telón
sobre la escena final de un acto.
Un leve y acre suspiro de flores
muertas entrando por la ventana entreabierta será lo último que perciba justo
antes de que el mundo se vuelva gris y yo me deje llevar por ellas. Tengo tanto
sueño…
NO te dejes dormir, que el sueño no hace bien, a veces despierto y entre lagrimas sonrio ante una buena historia, antes de dejarme vencer.
ResponderEliminarSé que no he publicado nada ... ni siquiera bueno, pero mis escritos serían llenos de melancolia y tristeza un mostrario de desesperacion y desolacion y otras euforicos e infantiles, creo que todas infantiles, si sa vergüencita escribir asi, frente a los talentos que entrega la madre patria, mas... si no importa que apenas recuerde como escribir... :-) se te aprecia mucho, gracias por este escrito y por todos. Un besote.
Tienes mucho mérito, amiga; no te conozco, es cierto, pero lo que sí me resulta evidente en ti es que a veces, cuando ni siquiera tú misma eres consciente de ello, tu corazón deja escapar un rayito de luz pura y limpia, de esa que cada vez escasea más en nuestro sufrido mundo. Un beso.
ResponderEliminarLo mejorcito para leer antes de irse uno a la cama.
ResponderEliminarY si no encuentras lápiz y papel siempre te quedará el socorrido sistema del grabado sobre piedra. O escribirlo en la pared con tu propia sangre, algo macabro, pero enriquecedor.
Sublime!
Gracias my little goddess; me encanta ser reconocido pero más especialmente cuando se trata de una pequeña pieza labrada con pretencioso primor y todo el cariño y la sinceridad de la que puedo disponer en mi limitado corazón. Y el mérito siempre tuyo de saber valorarla, una vez más...
EliminarYa intuía yo que utilizabas opiáceos en tus pócimas literarias Mago. Claro! por eso soy adicto. Que bonitas las amapolas. Que buen relato, relajante.
ResponderEliminargracias Man, un abrazo
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