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lunes, 2 de abril de 2012

Recuerdos (6, 7)


6


            Era de día, y la luz de un sol radiante irrumpía por el maltrecho tejado de aquella casa en ruinas. Todo ese cúmulo de recuerdos aún flotaba en su mente. El Bosque del Auxilio acogió a Yuritz, y es por ello que no la recordaba.  Ella misma había dicho que estaba protegido por fuerzas astrales sumamente poderosas, pero, ¿por qué debieron afectarle también a él? Navir no lo entendía, y eso le frustraba.
            El sonido del trote de caballos se empezaba a distinguir a lo lejos y él se percató de ello. Se escondió bajo una manta y, aún dentro de la derruida casa, esperó a que se acercasen. Los caballos se oían cada vez más de cerca, hasta que Navir notó que se habían detenido en seco al otro lado del muro. Silenció su nerviosa respiración. Por el sonido, hubiera dicho que eran dos las personas que desmontaron sus respectivos animales. Notaba vibrar el suelo y un sonido metálico: llevaban armaduras.
            -Conque éste es el lugar. Lo imaginaba más grande  -era una voz joven de muy buena pronunciación.
            -Sí -contestó tardíamente una segunda voz, más ronca y anciana que la primera-. El diabólico mago negro Kurat arrasó con él no hace mucho. Cuentan que lo hizo en cuanto detectó aquí un poder luminoso que podría superar incluso sus fuerzas.
            -Y, como es obvio, este lugar no alberga ni un ápice de ese poder hoy.
            Hubo una pausa. <<Así que esa es la verdadera razón... sólo yo sobreviví al ataque... puede ser que...>>.
            -De todas formas, dicen que aquí no vivía más que la escoria de Noiblar –el más joven irrumpió el silencio mientras miraba a su alrededor.
            -¿Cómo dices?
            Las palabras de Navir sonaron sin darse cuenta. Aún así, había delatado su presencia, así que se armó de valor y salió de entre las cuatro chamuscadas pero gruesas paredes. Al pisar la hierba, diferenció ante sí dos soldados de caballería ligera, uno más alto y maduro que el otro, ambos armados con largos y afilados estoques.
            Navir se detuvo frente a ellos y los miró, con un rostro marcado por una furia instantánea. Aunque, por dentro, temía por su vida.
            -¿De dónde has salido tú? –preguntó el más adulto.
            -Parece que aquí alguien quiere morir hoy –dijo su compañero en tono sarcástico, penetrando a Navir con la mirada maliciosamente, con los ojos entrecerrados acompañados de una sonrisa. Su táctica de intimidación no sirvió en absoluto.
            -Aquí no vivió ninguna escoria. ¿O acaso me estás insultando?
            -Cuidado con lo que dices, muchacho –intervino el canoso militar-. Tienes ante ti al mismísimo campeón de esgrima de la noble ciudad de Tháramos. Así que ándate con…
            -Puedo matarle con mi cuchillo en dos movimientos. No le tengo miedo.
            Estallaron en carcajadas. Navir, con el impacto sentimental fresco, crecía en ira. Así, se decidió y corrió hacia el susodicho campeón mientras sacaba su cuchillo. Éste se percató de ello, pero mientras se ponía en guardia, Navir le provocó, fugazmente, una profunda hendedura en el vientre. Debido al dolor, agachó intuitivamente su cabeza cuando, en una fracción de segundo, otra cuchillada mortal dividía su garganta en dos. Sin más, cayó muerto y sangrante en la hierba.
            Su compañero, que había vivido un sinfín de experiencias a lo largo de su vida, quedó perplejo y calló, mirando al adolescente que tenía ante sí, aterrorizado.
            -No puede ser… no es posible… tú… -balbuceó.
            -He sobrevivido.
            Navir tomó el estoque del suelo, manchado de sangre. Pero no era ésa la única sangre que vería ese estoque aquel día.





7



            Ambos estoques eran idénticos, pero la ligera armadura del joven y engreído soldado se le ajustaba mejor. Cuando quiso darse cuenta, los caballos habían huido, así que dejó atrás Inadh para retomar su camino hacia Tháramos.
            Hacia el norte. Iría a pie, pero, ¿qué importaba? A sus espaldas, yacían dos soldados asesinados por él. Sin ayuda ni previa militarización, Navir lo había hecho. Él no era ningún ególatra ni mucho menos un ingenuo muchacho excesivamente confiado: sabía por dónde caminaba. Llegar a la gran ciudad no era juego de niños. Debía caminar durante días, quizás semanas, hacia el norte.
            Se hallaba a pocos kilómetros de Inadh. Ni el más inmundo y triste animal se había aventurado a alterar el campo de visión de Navir hasta que oyó galopar cientos de caballos a lo lejos y el sonido del acero, en vibración sobre los lomos de tan nobles criaturas. En pocos segundos apareció tras una extensa y plana colina la caballería de todo un ejército armado. Serían unos aproximadamente doscientos soldados al galope en dirección a Navir: él se percató de ello pero, no se movió. Permaneció inmóvil disfrutando de la adrenalina que provocaba aquella situación.
            Cuando la tierra temblaba bajo sus pies, pudo diferenciar el atuendo de los militares: era, exactamente, el mismo que el que él había robado.
            Se acercaban cada vez más. Él los veía, y ellos le veían. Había que pensar algo rápidamente, porque lo que tenía en mente era una locura. Pero quizá funcionaría. Navir siguió de pie, con postura imponente y el estoque tomado en su mano derecha, mirando hacia abajo, cuando el cabecilla dio señal para rodearle e interrogarle. En unos segundos, era objeto de atención de aquellos doscientos soldados, que le impedían salir de dicha situación.
            Quien había dado la señal ahora se bajaba del caballo. <<Con razón es el jefe…>>, pensó Navir. Ese hombre debía medir dos metros, y su forma corporal decía mucho sobre su experiencia en el campo de batalla. Debía ser un veterano. Se acercó a Navir muy lentamente y lo miró a los ojos durante varios segundos; su mirada era implacable a la hora de intimidar, junto a las cicatrices de su rostro y esa desdeñada barba. No se había quitado el casco, pero podía intuirse que tenía el pelo corto. Su piel morena se diferenciaba de la del resto de soldados, que la tenían de tonalidad casi nórdica. Al fin, habló.
            -¿Nombre, soldado?
            No era una voz machacada por el grito de guerra. Más bien, era tranquilizante.
            -Soy Navir –contestó al tiempo que levantaba su cabeza para mirarle fijamente.
            -Será mejor que vayas a casa y le devuelvas esa armadura a tu papá, debe estar preocupado.
            Todos le rieron la gracia de forma burlona, como cabía esperar. Navir seguía impasible. Cuando el silenció tomó forma de nuevo, respondió.
            -Mi familia está muerta. No creo que quieras correr esa misma suerte –dicho esto, algunos se sorprendieron y prestaron atención a la disputa que se estaba formando ante sus ojos. Era una situación morbosa.
            -¿Es esa la suerte que estás tentando por penuria, o solamente intentas patéticamente sorprender a alguien?
            -¿Necesitas comprobar tu poderío viril intimidando a tu verdugo o es que una buena mujer no te satisface en la cama?
            Esto último provocó un silencio sepulcral. Parecía que nadie en años había tenido el valor de enfrentarse a alguien como él, y el nivel adrenalínico de Navir subía cada vez más.
            -¡Machácalo, Mayú! –alguien al fondo rompió el silencio, pero no pareció alterar nada.
            -Con que ese es tu nombre. En ese caso, ahora vas a morir, Mayú.
            Mayú se veía enfurecido, y cuando percibió el más mínimo movimiento en el estoque de Navir, arremetió ferozmente contra éste, pero el golpe fue bloqueado tan efímeramente como las crueles amenazas de muerte que su estoque lanzaba contra él. Todas eran rechazadas sin hacerle mover del sitio.
            -Esperaba más de alguien como tú. Parecías un hombre paciente y poderoso, pero me has decepcionado. ¿Cuántos inanes golpes más durará tu vida?
            Navir aguantaba el poder de dos brazos de Mayó con su solo brazo derecho. Cuando le pareció que su rival iba a dejar de forzar su estoque, desvió toda esa fuerza a un lado y aprovechó para hacerle un corte en la mano. Los dedos pulgar e índice de Mayú sangraban y su estoque se había caído al suelo. El de Navir, ahora apuntaba a su rival directamente, que parecía haber olvidado qué era temer por la vida.
            -Será mejor que vayas a casa, Mayú. Tu mamá debería estar preocupada.
            Dicho esto, el estoque de Navir atravesó el tórax de su contrincante y lo retiró manchado de sangre. Mayú cayó al suelo y, tras delirar durante unos minutos en el suelo observado por su escuadrón y Navir, murió.
            Nadie se atrevió a decirle nada. Caminó hacia el caballo ahora libre y lo montó.  
            -¡Vuestro líder era un incompetente y un desgraciado! –gritó -. Ahora, ¿quién me acompaña a la guerra?
            No lo esperaba, pero todos acompañaron su entusiasmo. Vaya una manera de tener acceso a Tháramos por la puerta grande.
            -Disculpe, caballero… -era una voz adulta aunque aguda -. Nos dirigimos hacia el sur a la batalla contra los rebeldes de Noiblar. Yo… le informo y… me retiro.
            Y hacia el sur se dirigieron.  

2 comentarios:

  1. Un capitulo emocionante, me encanto la parada del guerrero, me sacaste mas de alguna de sonrisa. Aunque voy a tener que leer los anteriores porque creo que ya olvide quienes son.

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  2. Que bien que continuaste la historia, ya la habias dejado bastante olvidada por un tiempo. Excelente capitulo, espero el siguiente. Y que actitud la de Navir :)

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