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Era de día, y la luz de un sol radiante irrumpía por el
maltrecho tejado de aquella casa en ruinas. Todo ese cúmulo de recuerdos aún
flotaba en su mente. El Bosque del Auxilio acogió a Yuritz, y es por ello que
no la recordaba. Ella misma había dicho
que estaba protegido por fuerzas astrales sumamente poderosas, pero, ¿por qué
debieron afectarle también a él? Navir no lo entendía, y eso le frustraba.
El sonido del trote de caballos se empezaba a distinguir
a lo lejos y él se percató de ello. Se escondió bajo una manta y, aún dentro de
la derruida casa, esperó a que se acercasen. Los caballos se oían cada vez más
de cerca, hasta que Navir notó que se habían detenido en seco al otro lado del
muro. Silenció su nerviosa respiración. Por el sonido, hubiera dicho que eran
dos las personas que desmontaron sus respectivos animales. Notaba vibrar el
suelo y un sonido metálico: llevaban armaduras.
-Conque éste es el lugar. Lo imaginaba más grande -era una voz joven de muy buena
pronunciación.
-Sí -contestó tardíamente una segunda voz, más ronca y
anciana que la primera-. El diabólico mago negro Kurat arrasó con él no hace
mucho. Cuentan que lo hizo en cuanto detectó aquí un poder luminoso que podría
superar incluso sus fuerzas.
-Y, como es obvio, este lugar no alberga ni un ápice de
ese poder hoy.
Hubo una pausa. <<Así que esa es la verdadera
razón... sólo yo sobreviví al ataque... puede ser que...>>.
-De todas formas, dicen que aquí no vivía más que la
escoria de Noiblar –el más joven irrumpió el silencio mientras miraba a su
alrededor.
-¿Cómo dices?
Las palabras de Navir sonaron sin darse cuenta. Aún así,
había delatado su presencia, así que se armó de valor y salió de entre las
cuatro chamuscadas pero gruesas paredes. Al pisar la hierba, diferenció ante sí
dos soldados de caballería ligera, uno más alto y maduro que el otro, ambos
armados con largos y afilados estoques.
Navir se detuvo frente a ellos y los miró, con un rostro
marcado por una furia instantánea. Aunque, por dentro, temía por su vida.
-¿De dónde has salido tú? –preguntó
el más adulto.
-Parece que aquí alguien quiere morir hoy –dijo su
compañero en tono sarcástico, penetrando a Navir con la mirada maliciosamente,
con los ojos entrecerrados acompañados de una sonrisa. Su táctica de
intimidación no sirvió en absoluto.
-Aquí no vivió ninguna escoria. ¿O acaso me estás
insultando?
-Cuidado con lo que dices, muchacho –intervino el canoso
militar-. Tienes ante ti al mismísimo campeón de esgrima de la noble ciudad de
Tháramos. Así que ándate con…
-Puedo matarle con mi cuchillo en dos movimientos. No le
tengo miedo.
Estallaron en carcajadas. Navir, con el impacto
sentimental fresco, crecía en ira. Así, se decidió y corrió hacia el susodicho
campeón mientras sacaba su cuchillo. Éste se percató de ello, pero mientras se
ponía en guardia, Navir le provocó, fugazmente, una profunda hendedura en el vientre.
Debido al dolor, agachó intuitivamente su cabeza cuando, en una fracción de
segundo, otra cuchillada mortal dividía su garganta en dos. Sin más, cayó
muerto y sangrante en la hierba.
Su compañero, que había vivido un sinfín de experiencias
a lo largo de su vida, quedó perplejo y calló, mirando al adolescente que tenía
ante sí, aterrorizado.
-No puede ser… no es posible… tú… -balbuceó.
-He sobrevivido.
Navir tomó el estoque del suelo, manchado de sangre. Pero
no era ésa la única sangre que vería ese estoque aquel día.
7
Ambos estoques eran idénticos, pero la ligera armadura
del joven y engreído soldado se le ajustaba mejor. Cuando quiso darse cuenta,
los caballos habían huido, así que dejó atrás Inadh para retomar su camino
hacia Tháramos.
Hacia el norte. Iría a pie, pero, ¿qué importaba? A sus
espaldas, yacían dos soldados asesinados por él. Sin ayuda ni previa
militarización, Navir lo había hecho. Él no era ningún ególatra ni mucho menos
un ingenuo muchacho excesivamente confiado: sabía por dónde caminaba. Llegar a
la gran ciudad no era juego de niños. Debía caminar durante días, quizás
semanas, hacia el norte.
Se hallaba a pocos kilómetros de Inadh. Ni el más inmundo
y triste animal se había aventurado a alterar el campo de visión de Navir hasta
que oyó galopar cientos de caballos a lo lejos y el sonido del acero, en
vibración sobre los lomos de tan nobles criaturas. En pocos segundos apareció tras
una extensa y plana colina la caballería de todo un ejército armado. Serían
unos aproximadamente doscientos soldados al galope en dirección a Navir: él se
percató de ello pero, no se movió. Permaneció inmóvil disfrutando de la
adrenalina que provocaba aquella situación.
Cuando la tierra temblaba bajo sus pies, pudo diferenciar
el atuendo de los militares: era, exactamente, el mismo que el que él había
robado.
Se acercaban cada vez más. Él los veía, y ellos le veían.
Había que pensar algo rápidamente, porque lo que tenía en mente era una locura.
Pero quizá funcionaría. Navir siguió de pie, con postura imponente y el estoque
tomado en su mano derecha, mirando hacia abajo, cuando el cabecilla dio señal
para rodearle e interrogarle. En unos segundos, era objeto de atención de
aquellos doscientos soldados, que le impedían salir de dicha situación.
Quien había dado la señal ahora se bajaba del caballo.
<<Con razón es el jefe…>>, pensó Navir. Ese hombre debía medir dos
metros, y su forma corporal decía mucho sobre su experiencia en el campo de
batalla. Debía ser un veterano. Se acercó a Navir muy lentamente y lo miró a
los ojos durante varios segundos; su mirada era implacable a la hora de
intimidar, junto a las cicatrices de su rostro y esa desdeñada barba. No se
había quitado el casco, pero podía intuirse que tenía el pelo corto. Su piel
morena se diferenciaba de la del resto de soldados, que la tenían de tonalidad
casi nórdica. Al fin, habló.
-¿Nombre, soldado?
No era una voz machacada por el grito de guerra. Más
bien, era tranquilizante.
-Soy Navir –contestó al tiempo que levantaba su cabeza
para mirarle fijamente.
-Será mejor que vayas a casa y le devuelvas esa armadura
a tu papá, debe estar preocupado.
Todos le rieron la gracia de forma burlona, como cabía
esperar. Navir seguía impasible. Cuando el silenció tomó forma de nuevo, respondió.
-Mi familia está muerta. No creo que quieras correr esa
misma suerte –dicho esto, algunos se sorprendieron y prestaron atención a la
disputa que se estaba formando ante sus ojos. Era una situación morbosa.
-¿Es esa la suerte que estás tentando por penuria, o
solamente intentas patéticamente sorprender a alguien?
-¿Necesitas comprobar tu poderío viril intimidando a tu
verdugo o es que una buena mujer no te satisface en la cama?
Esto último provocó un silencio sepulcral. Parecía que
nadie en años había tenido el valor de enfrentarse a alguien como él, y el
nivel adrenalínico de Navir subía cada vez más.
-¡Machácalo, Mayú! –alguien al fondo rompió el silencio,
pero no pareció alterar nada.
-Con que ese es tu nombre. En ese caso, ahora vas a
morir, Mayú.
Mayú se veía enfurecido, y cuando percibió el más mínimo
movimiento en el estoque de Navir, arremetió ferozmente contra éste, pero el
golpe fue bloqueado tan efímeramente como las crueles amenazas de muerte que su
estoque lanzaba contra él. Todas eran rechazadas sin hacerle mover del sitio.
-Esperaba más de alguien como tú. Parecías un hombre
paciente y poderoso, pero me has decepcionado. ¿Cuántos inanes golpes más
durará tu vida?
Navir aguantaba el poder de dos brazos de Mayó con su
solo brazo derecho. Cuando le pareció que su rival iba a dejar de forzar su
estoque, desvió toda esa fuerza a un lado y aprovechó para hacerle un corte en
la mano. Los dedos pulgar e índice de Mayú sangraban y su estoque se había caído
al suelo. El de Navir, ahora apuntaba a su rival directamente, que parecía
haber olvidado qué era temer por la vida.
-Será mejor que vayas a casa, Mayú. Tu mamá debería estar
preocupada.
Dicho esto, el estoque de Navir atravesó el tórax de su
contrincante y lo retiró manchado de sangre. Mayú cayó al suelo y, tras delirar
durante unos minutos en el suelo observado por su escuadrón y Navir, murió.
Nadie se atrevió a decirle nada. Caminó hacia el caballo
ahora libre y lo montó.
-¡Vuestro líder era un incompetente y un desgraciado! –gritó
-. Ahora, ¿quién me acompaña a la guerra?
No lo esperaba, pero todos acompañaron su entusiasmo.
Vaya una manera de tener acceso a Tháramos por la puerta grande.
-Disculpe, caballero… -era una voz adulta aunque aguda -.
Nos dirigimos hacia el sur a la batalla contra los rebeldes de Noiblar. Yo… le
informo y… me retiro.
Y hacia el sur se dirigieron.
Un capitulo emocionante, me encanto la parada del guerrero, me sacaste mas de alguna de sonrisa. Aunque voy a tener que leer los anteriores porque creo que ya olvide quienes son.
ResponderEliminarQue bien que continuaste la historia, ya la habias dejado bastante olvidada por un tiempo. Excelente capitulo, espero el siguiente. Y que actitud la de Navir :)
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