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jueves, 12 de abril de 2012

Gentlemen's Club





Los colegas se tambalean, las furcias se menean. El DJ alza un dedo farlopero confirmando a la audiencia que, en efecto, la canción ha llegado al subidón. Los chulos de barra sorben sus birras con una ceja levantada. Pantalones blancos y polos rosas, cebolletas arrimadas perreando por doquier. El camarero rumboso prodigándose en chupitos para las niñas, la camarera de los zeppelines atrayendo y espantando moscones, siete euros por bebida y guiño. Colegueos espontáneos y volátiles, danzas espasmódicas y satánicas. El flash de un aifon inmortaliza sus caretos deformados y sus dedos imitando pistolas. Amagos de escaramuzas, machos que se golpean el pecho. La música suena como un Transformer cayéndose por las escaleras. Tipos duros entrando en el baño de tres en tres, vuela la farlopa, se mean en las paredes, marcando su territorio. Putas de quince años haciendo una carrera de zancos de aguja, asquerosamente borrachas, con relleno en el sujetador y extrañas pinturas tribales en la cara. Gritos y balbuceos incoherentes, olor a moho y sudor, fogonazos cegadores de luces de colores. Calor, empujones y codos. Éxtasis y delirio colectivo, espejismos de hermandad y transgresión inocua, la agonía de una generación repudiada. Despilfarro y evasión ilusoria en pos de un placebo envenenado. Es el alma putrefacta de una especie alienada. La dignidad regurgitada. El caos. Mi compañero no me oye, así que le doy un codazo. Se vuelve hacia mí, y me interroga con la mirada. Hay tanto, tanto ruido, y tanta oscuridad. Me acerco a él, y le grito a su oreja.

-¡No entiendo este lugar!

Se encoge de hombros y suelta una risita falsa, no habrá entendido ni una palabra. Y nuevamente se pone a bailar, sobando a la jamelga de piernas largas. Se me hace un nudo en la garganta, otra vez. Me acerco a la barra, donde los cachorros engominados se empujan unos a otros para pillar una teta. De repente mi rostro emerge de la nada, entre dos botellas, reflejado en el espejo de detrás de la barra. Ahí está, mi mirada húmeda y suplicante. Suspiro. Me han derrotado, todos ellos, y la inercia de su dogma falaz me arolla y me arrastra con la salvaje e inhumana brutalidad de las corrientes de la laguna Estigia. Y veinte minutos después resulta que es mi turno de pedir el bebercio. Que sean dos tequilas, pues, jamona.

9 comentarios:

  1. Peroooo... A qué clase de antros vas tú, hijo?? xDDD

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  2. Mirá curiosa la imágenes presentadas levantando una ceja, oh ´por DIOS, fingida indignacion, mientras recuerda imagenes de infacia (no tan lejana, casi ayer que quede claro) donde vestía si se puede llamar vestir las tiras que usaba que apenas cubrian los pesones, y con doce años se hacia pasar por de 15, de 15 ...18, ahora sé ve 23, gracias a dios :P
    Gran texto te felicito.

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  3. Me recuerdas al más cáustico Henry Miller y sus afamados trópicos(una de mis deidades, por cierto) No para de crecer tu ingenio, hermano; de la lucidez y descaro de tu pluma ya ni opino...SIMPLY GREAT

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  4. Esa cara en el espejo, entre las botellas, es la mía, y no una vez, varias, muchas; pero tampoco lo entendí nunca. Bravo!

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  5. tremendo Jud, me ha recordado a alguna desafortunada inmersión en algún que otro antro.... interesante de observar como si uno fuera un extraterrestre.

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  6. Este sitio es especial, sin duda. Gracias a todos por vuestro apoyo, sois el viento en mi teclado xD

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