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martes, 24 de abril de 2012

El último de la familia (II)


Sonó el timbre. Enrique temblaba y gemía de terror. El pomo de la puerta se movía, como si alguien desde el otro lado quisiera abrirla. No se inmutó, pero la televisión sí pareció reaccionar. West Side Story volvía a lucir una escena, al parecer, desconocida por él. Era la única iluminación en toda la casa. El pomo seguía moviéndose. Se fijó en el televisor, y vio que Se trataba de un hombre y una mujer en su casa. Les sonó el timbre.
                -Charles, ¿no abres la puerta? –decía la señora.
                -No esperábamos a nadie ahora. ¿Quién será? –respondió el caballero.
                -Por favor, abre esa puerta, cariño –insistía su mujer.
                Enrique, expectante, observaba detenidamente la televisión desde el pasillo. El trajeado protagonista se dirigió a la puerta y la abrió. Y dijo:
                -¡Nadie! Debe haber sido una broma.
                Enrique giró su cabeza. La puerta al exterior de su casa se había abierto sin hacer ruido, y, desde fuera, un rastro de barro se perdía en las escaleras hacia el sótano. No hacía ni pizca de calor, pero el sudor caía como a chorros de su frente. Y, de nuevo, el tímido silencio. Eran las cuatro menos cuarto de la madrugada y algo o alguien había entrado en casa de Manrique.
                La oscuridad lo acechaba desde todos los rincones de su hogar. Ese televisor de veinte pulgadas parecía haberse apagado por sí solo, pero Enrique lo vigilaba. No se atrevía a moverse de allí, no tenía las agallas de enfrentarse en un mano a mano con el intruso, así que permaneció sentado en su sofá sin intención de mover un músculo hasta el amanecer. Pero aún era de noche, y el suelo vibraba. Aunque él no bajaría al sótano nunca más.
                El televisor permanecía apagado, pero el hombre pálido le observaba al otro lado de la ventana de su comedor. En cuanto se percató de ello, salió corriendo y se encerró en su lavabo, como acto reflejo. Se metió en la bañera, entre la insistente e irremediable oscuridad. No era la opción más inteligente, pero su extremo temor lo llevó a ello. Abrazado a sí mismo, se dio cuenta entonces de que el hombre pálido también le observaba desde el espejo.
                Esta vez no corrió. No quería llamar la atención de lo que fuera que hubiese en el sótano, de manera que caminó con pies de plomo hacia la planta superior en busca de un quinqué. Ese rostro le observaba desde todas partes. Y una vez tomado el quinqué, se dio cuenta de que su sombra no era suya. Estaba ahí, pero era más flaca y alta, casi geométrica. Era el hombre pálido. Y la sombra caminó hacia abajo. Hacia el sótano.
                Enrique creía haber perdido el juicio, pero no era así: la sombra del hombre pálido caminó hacia el sótano y se deshizo en el punto donde la luz y la oscuridad se besaban. Él pensó que si no bajaba allí pronto, algo malo iba a suceder. Pero temía que algo peor sucediese si lo hacía, porque era consciente de que en ese lúgubre y sombrío sótano se escondía algo, y el mero hecho de no saber de qué se trataba le provocaba tanto pánico que ya no se atrevía a caminar por su propia casa. Se limitó durante un minuto a mirar al suelo y, entonces, caminó hacia abajo. No levantó la mirada; no quería encontrarse con esos ojos vidriosos tras las ventanas de su hogar. Entre paso y paso había dos segundos de tiempo, y cuanto menos inseguramente pisaba la madera, más chirriaba.
                Bajó las escaleras con una cautela extrema. Si bien parecía que la luna no se había movido ni un solo centímetro desde las tres de la madrugada, para Enrique no volvería a moverse durante el resto de sus días de vida. Enrique se encontraba a dos metros frente a la puerta abierta de su sótano. No oía nada, y eso le provocaba un sudor frío y severas dificultades en la respiración. Procuraba controlar el tembleque, pero era imposible. No tenía más luz que la iluminación lunar, apenas perceptible, y la de su quinqué. Situado enfrente de esa puerta, tenía a su derecha el comedor y, detrás suya, la puerta al exterior. Pero intentar huir no se le pasaba por la cabeza. No sería capaz de no ser atrapado en una persecución. Pensó en su automóvil, pero tampoco se atrevía. Quizá su enemigo le esperaba en el garaje, o tendría que enfrentarse a una nueva sensación de pavor intenso.
                Mientras indagaba entre las posibles resoluciones a una situación que carecía de ellas, esa televisión infernal volvió a encenderse. Enrique tardó en girar la cabeza para mirar qué pasaba dentro de esa pantalla. Ya no creía que eso fuera West Side Story. Eso era una aberración perteneciente a un universo paralelo, desde el cual conspiraban contra él. En la pantalla podía verse a la misma pareja de antes subiéndose a un coche aparcado en la carretera. El hombre entró primero.
                -¡Cariño, si no te das prisa llegaremos tarde! –se quitó el sombrero y cerró la puerta del automóvil.
                -¡Ya voy! Ya sabes, Charles, que no me perdería este estreno por nada del mundo –contestó apresuradamente la mujer. Salió de su casa y entró como copiloto -. Arranca, vamos. La cámara enfocaba un primer plano de ambos asientos delanteros. Charles veía a su  mujer algo incómoda y agitada, así que quiso saber qué sucedía.
                -Pero bueno, ¿qué pasa?
                -Está muy oscuro. Llevamos varias calles y no hay ni una farola encendida, ni una casa con las luces encendidas. Solamente son las nueve de la noche, no debería ser así.
                -Tranquilízate mujer, será un apagón general, que con los nervios es normal no darse cuenta.
                -No, no es posible. Algo así hace ruido, la gente hace ruido, hay movimiento. Pero hay demasiado silencio desde hace varios minutos. No es normal, Charles…
                -Está bien, en un par de manzanas nos encontraremos con el teatro.  Tranquilízate, aquí no pasa nada.
                Pero era cierto. No había más luz que la de los faros del coche ni más sonido que el de sus propias voces y el motor. Charles se percató de ello, pero no perdió las formas.

***

Venga va, la próxima ya va la buena y lo termino.

1 comentario:

  1. Vaya, sin duda estoy ansiosa por conocer el final de esta historia, en ambos paralelos (los de la televisión y de enrique) Excelente relato y la tematica del suspenso es una de mis favoritas. Espero el siguiente:)

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