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sábado, 14 de abril de 2012
Arritmia
Alzo los brazos hacia el cielo nocturno. Indómitas fulguran las estrellas blandiendo la implacable indiferencia que otorga la eternidad, y mis ojos agotados descansan en su regazo. No es noche de epifanías u odas ostentosas, no me quedan palabras por entretejer. Un vendaval me azota con virulencia, como un niño caprichoso y consentido, ignorando el hecho de que no estoy allí. Estoy volando, por simple inercia, como un anhelo ancestral desatado. No es noche de cantar a la Luna. No quedan palabras por decir, ni oídos que las necesiten. Es noche de empatía, de sincronía silente e insondable. Mis ojos empapados absorben la inmensidad negra y centelleante, y la dejo entrar. Sin preguntas, sin barreras, sin promesas. Sólo eso. Sincronía. Un enlace cuántico inquebrantable, de una sinceridad sobrecogedora, básica. El Todo y la Nada se juntan en sus extremos, y sólo queda quietud. El infinito, la justicia más pura. De mis pies brotan raíces, y todo mi cuerpo respira con la naturalidad de una antigua costumbre. Pequeño, grande. Joven, viejo. Abstracciones que se deshacen con la brisa, y pierden todo el significado que una vez pudieran tener. Mi espíritu chapotea por las oscuras mareas de la bóveda celeste, y siento que nada en este mundo puede quebrarme. Sólo ocurre aquello que debe ocurrir, cualquier otra cosa negaría la lógica misma de la existencia, desharía los patrones fundamentales que estabilizan el ser. Recuerdos polvorientos se insinúan, carentes de sentido. Eones atrás algo estaba sucediendo, cosas que soy incapaz de comprender. Apenas un niño, deshecho por la soledad y la incomprensión, como si nadie le hubiera dicho que no existen tales cosas. Creció y le rompieron el corazón, y se obligó a olvidar como amar, creyendo por alguna razón que no formaba parte de un todo, indivisible y eterno. Abrazo a ese espejo polvoriento con una sonrisa tierna, confiando en que algún día escapará de la prisión de su mente sensorial. No le digo nada, no es noche de palabras. Es noche de acompasar con el latido del cosmos. Sin preguntas, sin barreras, sin promesas...
Y la gravedad me arrastra violentamente hasta el punto de partida, como si nada hubiera ocurrido. Vuelvo a sentir el frío en la piel. Una última respiración, profunda y sanadora, y me despido de la noche. Entro en casa, agotado. Ningún mensaje en el teléfono. Nadie ha contestado. Tampoco pensé que lo harían, no tienen por qué. Sigo llorando, pero no hay tristeza en esas lágrimas, ni alegría. Vienen de más adentro, de un ansia tan primitiva e insaciable que escapa a toda lógica. Fugazmente se asoma la pregunta de si el ser humano está preparado para vivir. Vuelvo a coger la pistola, y mis manos sopesan nuevamente el frío acero. No siento nada. Parece que tampoco ocurrirá esta noche. La dejo en el cajón del escritorio, y me siento ante el ordenador. Y el teclado empieza a latir.
«Alzo los brazos hacia el cielo nocturno...»
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No sé si debo preocuparme o qué, déjalo a mi entrever. Maravilloso, Glass, sinceramente. Parece que todo es tristeza en esta época, y si gracias a ella brotan semejantes textos, que nos engulla hasta más no poder. Salud!
ResponderEliminarun relato triste pero maravillosamente escrito, y que nunca llegue el dia en que el frio de la pistola se sienta tibio para el protagonista. Excelente escrito.
ResponderEliminarSe le quedó el cuerpo pequeño al protagonista. Esas ansias de liberación están en algún rincón de todo ser, creo. Magnífico. Me recordó a la canción "Aire" de Mecano.
ResponderEliminarAsí que cualquier día dejo de ver tus joyas por aquí... Será una pena por que son valiosas. Esta en concreto de diamantes. Aguanta la bala plis.
ResponderEliminarPoe, Becker, Lovecraft, Byron...,Glass
ResponderEliminarEsperemos que Glass no...
ResponderEliminarPor cierto me gusto el ultimo párrafo, con la descripción del primer parrado quería pegarte yo el tiro.