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lunes, 26 de marzo de 2012

Zac el nigromante

Gnomo_atrapado.jpg (245×377)

Recuerdos (parte 1)

Durante el tiempo que Zac pasó inconsciente en la enfermería después de la operación, el muchacho soñó. Pero no eran sueños exactamente, mejor dicho: Zac recordó. Recuerdos de dos años atrás, recuerdos del que sería el mejor y más largo año de su vida. Recuerdos de cuando conoció a Luci. Recuerdos del año en que ingresó en el Gremio de Nigromantes.
Por aquél entonces él era realmente un chico normal que, a sus catorce años, no hacía mucho que había empezado tercero de la ESO. Un curso como cualquier otro. A pesar de que, ante la cada vez más cercana decisión de Bachillerato, Ciclos formativos, etc…, los profesores no dejaban de repetir, una y otra vez, lo importante que eran dichos cursos para su futuro, y que tenían que elegir con cuidado cual querían hacer dentro de dos años, puesto que eso ya influiría en ciertas asignaturas del año siguiente.
Zac no tenía ni idea de qué quería hacer. No era exactamente un cerebro en los estudios, pero tampoco se le daban del todo mal. Aunque hasta entonces nunca se había planteado su futuro. ¿Qué quería hacer? ¿Qué iba a ser de él?
Una mañana se levantó enrarecido, su mente estaba como nublada. Primero pensó que solo estaba medio dormido, pero a medida que avanzaba el día su estado solo empeoraba. También le molestó la frecuencia con que la gente le salía con comentarios del tipo “¿Te encuentras mal?” o “Pasa algo malo?” e incluso cosas como “Creo que deberías ir al médico”. Esos comentarios lo llevaron finalmente a mirarse en un espejo cercano. (Tampoco se sentía tan enfermo ¿qué les pasaba?) Pero ni siquiera él creyó lo que veía reflejado.
Todo él parecía estar muriéndose. Estaba pálido, y presentaba unas ojeras moradas y repugnantes. Sus ojos estaban hundidos en las cuencas, y algunas zonas de su torso mostraban unas manchas negruzcas que no le gustaron nada.
Al volver a casa estaba exhausto. Pero en su cansancio aún no pasó por alto las palomas negras que lo seguían por la calle. Eran tres. A veces daban vueltas en círculos sobre él, otras incluso bajaban y se posaban en sobre farola o banco, siempre mirándolo, como si temieran que pudiese desaparecer en cualquier momento. Cuando llegó, a sus padres les dio un vuelco el corazón. En seguida le tomaron la temperatura y lo metieron en la cama sin dejarlo levantarse. Pronto Zac se quedó dormido mientras miraba por la ventana a las tres palomas negras, que ahora estaban en fila sobre la rama frente a él. Devolviéndole la mirada.
Tuvo un sueño inquieto en que las palomas crecían y se metamorfoseaban en enormes águilas que se abalanzaban sobre él. Zac trataba de defenderse a manotazos, pero de nada servía contra las aves, que terminaban por devorarlo vivo.
Al despertar se le heló la sangre ante lo que vio. Los muebles, toda su habitación, habían sido destrozados. No había nada a parte de su cama, que estuviera a menos de tres metros alrededor. Los muebles se amontonaban en los rincones como si un gigante los hubiese arrojado bruscamente. Las ventanas y espejos estaban hechos añicos, y tanto mobiliario como las paredes tenían cortes muy profundos.
Su madre lo contemplaba desde la puerta. Su rostro dibujaba una expresión de profundo miedo. Miedo a Zac.
-Mamá, ¿qué ha pasado?
Hizo gesto de levantarse, pero su made lo cortó chillándole.
-¡¡¡No te muevas!!! ¡¡NI TE ACERQUES!!- Y se fue cerrando con un portazo.
El chico estaba aturdido, no podía creer lo que acababa de pasar. Se tumbó de nuevo y saltó de la cama al ver esos largos brazos negros. Pero apartarse no sirvió de nada, los brazos emanaban de él. De todo su cuerpo emergían decenas de brazos oscuros que reaccionaban ante su espanto dando manotazos a todo cuanto entraba en su alcance. Zac trató  de respirar  hondo y comprobó que, con su calma, los brazos cesaron sus ataques. Pero entonces algo lo asustó de repente y estos volvieron a cometer contra todo cuanto tenían delante. Era el timbre de casa. Oyó como sus padres abrían y comenzabas a hablar con alguien que, por la voz, dedujo que debía ser un hombre de mediana edad. Se arrastró hacia la puerta y pegó la oreja en ella para escuchar, aunque solo pudo oír unos trozos de la conversación.
-Tranquilícense, no está poseído ni nada por el estilo… mantener la calma… Es, complicado-. Luego comenzaron a hablar en voz baja así que solo copsó palabras sueltas-.  Don…nigromancia… sombras… peligro…
Poco después, escuchó que de levantaban mientras el visitante decía:
-Si no les importa, desearía conocer al chaval.
Zac saltó de nuevo a la cama y se fingió dormido mientras contemplaba las dos palomas negras de la rama… ¿Dos?
La puerta se abrió y, antes de entrar, el hombre dijo en tono tranquilizador.
-Sobretodo quiero que entiendan que lo de su hijo no es nada malo. Es un don, pero tiene que aprender a controlarlo o entonces sí que pueden pasar cosas malas-. Y dicho esto cerró la puerta dejando a sus padres fuera.
-Vamos, si realmente estubieras tan tranquilo y relajado como hacer ver tu sombra volvería a su sitio.
¿Sombra? No se había fijado hasta entonces, pero hacía ya varios días que no recordaba haber visto su propia sombra. O si acaso, verla mucho más difuminada de lo normal. Tampoco la veía ahora a pesar de la luz que se filtraba por la ventana.
El hombre se acercó y se sentó a los pies de la cama. Los brazos lo acometieron, pero ago en ese extraño los hizo detenerse y encogerse como un perro apaleado.
-¿Cuánto hace que te sentías mal?
-Ayer comenzó.
-Imposible-. Dijo él negando con la cabeza.-En cualquier caso, ayer empeoró mucho. Pero en dos días es imposible que avance tanto.
-¡¿Pero el qué?!
-Tus habilidades latientes para la nigromancia. En algunos aflora desde el nacimiento, en otros durante la pubertad, en otros durante la edad adulta e incluso a mucha gente jamás le aflora. En tu caso, tus habilidades llevan por lo menos una semana en estado de despertar, poco antes de que comenzásemos a vigilarte-. El chico se lo quedó mirando sin comprender.
-Chicos, entrad-. Dijo el hombre a las palomas.
Estas alzaron el vuelo y entraron en la habitación, en donde su tamaño aumentó, sus alas fueron sustituidas por brazos y sus picos por rostros. Ahora tenían la forma de un hombre y una mujer vestidos con el mismo uniforme negro que su compañero. Zac se giró bruscamente hacia el desconocido.
-En efecto-. Dijo asintiendo.- Te llevamos observando desde hace  unos pocos días. Teníamos que estar seguros de que la señal que recibíamos venía de ti. Ya ha pasado alguna vez que han entrado en casa de algún sujeto sin poder alguno y créeme, no es una experiencia agradable. Ayer quedó demostrado que eras tú, pero preferimos esperar hasta hoy. Un error por mi parte. Siento mucho lo que ha pasado, es la primera vez que hago esto.
-¿Qué haces el qué?
-Reclutar a nuevos miembros.
-¿Nuevos miembros?
El hombre suspiró.
-Chico, eres un nigromante, el poder de manipular las sombras ha despertado en ti, pero eso es algo que podemos explicarte más tarde. Ahora lo importante es que aprendas a dominarte a ti mismo o ese poder terminará por poseerte. Una prueba de ello es lo que acaba de pasar aquí.
-Pero ¿qué es un nigromante? ¿Qué son estas cosas? ¡¿Qué diablos me está pasando?!
-Entiendo que tengas muchas preguntas. La nigromancia es un don. Un don excepcional que no todos poseen, nosotros podemos enseñarte cómo dominarlo. Si entrenas con nosotros, no sólo podrás evitar estos descontroles sino que serás capaz de hacer cosas que jamás podrías ni soñar.
-¿Entrenar?
-Bueno, el término correcto sería “instruirte”. Los nigromantes nos organizamos por países. Cada país tiene su gremio, y cada gremio tiene varios edificios diseminados por su territorio además de la sede central que se encuentra generalmente en la ciudad capital. En España los edificios se reparten por comunidades autónoma. Tú estás de suerte; el edificio que corresponde a Catalunya está en esta misma ciudad, en Sabadell, cerca del teatro “La Faràndula”, con el consentimiento de tus padres podrías pasarte por las tardes, o cuando te vaya mejor, para que te enseñemos. Allí te formaremos y aprenderás no solo a controlar tus poderes, sino a defenderte con ellos.
-¿Defenderme?
-Sí… bueno… ya lo verás. Todo a su debido tiempo. Por el momento puedo hacer esto.- Posó una mano suave y bondadosa sobre la frente de Zac.- Relájate, si te mantienes en guardia no puedo hacer nada. - Zac dejó la mente en blanco y sintió  un manto que se extendía desde su frente con un cosquilleo. Las manos desaparecieron, así como su palidez, ojeras y malestar. Y ahora su sombra volvía a estar proyectada en el suelo.
- Por el momento esto lo retendrá. Pero cuidado con las emociones fuertes. – Le entregó una tarjeta con una dirección. – Ya está todo hablado,  comienzas mañana a las siete. Tus padres has dicho que estás disponible a esa hora. Te estaremos esperando.
Entonces, los tres desconocidos regresaron a su forma aviar y salieron por la ventana.
Zac leyó la dirección: <<Calle “tres creus”, número 77>>. Cuando alzó la vista halló a sus padres en la puerta. Ya no tenían  tanto miedo, pero parecían preocupados. Aquél iba a ser un día largo.
Después de mucho discutirlo, decidieron que, efectivamente, lo mejor pare el chico era que aprendiese a dominar su “problema”, como ellos lo llamaban, así que lo dejaron ir al gremio.
Zac caminó un rato desde la estación de autobuses donde lo dejó el suyo. Iba en dirección a “La Farándula”. Ya conocía la ubicación del teatro; de más joven, había salido en una o dos obras como personaje de relleno. Se detuvo justo antes de llegar a la librería técnica. Ante él tenía un muro viejo, ruinoso. Plantas trepadoras asomaban desde el otro lado y estaba coronado por varios carteles publicitarios. Había una gran puerta de metal, pero el óxido la hacía imposible de abrir. Sin embargo, se dio cuenta de que había otra puerta. Un portón viejo de madera con un 77 de metal en el centro. Algo tenía, algo raro, que le impedía fijarse en ella, como si no deseara prestarle más atención de la que s ele presta a una piedra por la calle. Como si existiera solo a medias.
La empujó y entonces el espacio  a su alrededor se distorsionó. Una sensación de mareo se apoderó de Zac, que estuvo a punto de vomitar.
Ante él ahora se extendía un patio de pasto verde, con algún que otro árbol bajo el que se relajaban, despreocupados, unos jóvenes que debían de rondar los veinte años. Gente de todas las edades iban de aquí para allá, algunos por el camino de piedra que llevaba al imponente edificio rectangular de piedra blanca, con una altísima torre en el centro que el chico no había recordado ver desde fuera. A Zac lo habían citado en el vestíbulo principal, así que comenzó a cruzar el patio, prestando suma atención a todo lo que veía. A veces se quedaba boquiabierto al ver como unos hombres levantaban sus sombras del suelo y estas cambiaban de forma como si fueran agua.
Por el camino, Zac vio a un lado, en la hierba, a dos jóvenes más o menos de su edad (los primeros que veía), parecía que estaban peleando. Aunque estaba claro que no trataban de hacerse daño serio. <<Probablemente entrenan>>, pensó él.
Zac se fijó sobretodo en la chica. Su grácil cuerpo se movía con una elegancia que a él le pareció más una danza que una pelea. Y su pelo, castaño muy claro, casi rubio, le llegaba a los hombros, y cuando ella daba un giro rápido para evitar un golpe, este flotaba unos instantes, creando un efecto cautivador.
Zac aún observaba cuando el contrincante hizo un gesto con las manos y ella salió proyectada, cayendo sobre Zac, que a su vez fue mandado uno o dos metros hacia atrás.
-¡Oh! Lo siento mucho. – Se giró hacia su oponente. - ¡Carles vigila lo que haces! ¿estás bien?
- Sí, tranquila, no ha sido… - Entonces Zac se perdió en esa mirada de zafiro que lo inspeccionaba detenidamente. -… nada.
-¡Eh! Tú eres el nuevo hincado ¿no? Nunca te he visto por aquí antes. – Le tendió la mano. – Lucía Handsom, encantada. – Luego señaló al chico que se acercaba. –Él es Carles Cario. Seguro que tienes muchas preguntas, pero se te pasará. Aquí la gente es muy maja. Si quieres entrenar, sólo avísanos.
Zac asintió y retomó su camino. El vestíbulo era una habitación octogonal con mucha luz. Las paredes tenían estanterías llenas de libros y había algunos rincones con lámparas y limitados por butacas. En el centro de la sala había una gran mesa circular de cristal, rodeada  de cómodos sofás.
El chico no sabía adonde ir, así que caminó al fondo del vestíbulo, donde había algo que parecía un mostrador de recepción.
- ¡Zac! Por aquí, te esperábamos.
En uno de los rincones de lectura estaban el hombre del día anterior, junto con uno de sus compañeros. Había otra butaca vacía, así que se sentó.
- No nos presentamos ayer. Me llamo Sergi, y este es Guillem. Recuerda bien su nombre, porque se ha ofrecido a ser tu mentor.
- ¿Mentor?
- Así es. Yo te enseñaré todo lo que hace falta saber para poder hacerte llamar nigromante. Pero antes tienes mucho más que aprender. Sígueme. – Ambos se levantaron, Guillem se despidió de Sergi y salieron al patio. Guillem era un hombrecillo de estatura media-baja, estaba un poco relleno, pero no s ele podía llamar gordura. Tenía el cabello recogido en una trenza que le bajaba por la espalda, y su mirada marrón se clavaba siempre en la de aquellos a quien miraba.
Lo primero que Zac aprendió fue un poco de historia. El origen de los nigromantes era un completo misterio. Pero se basaba en una antigua y conocida leyenda:

<<Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, existió un ser horrible. Un animal espantoso, venido de ningún sitio y sin nombre que asolaba todo cuanto tenía delante. Su origen era desconocido por todos, pero su insaciable apetito era muy bien conocido. Y nada parecía poder con él. Las descripciones del ser se han perdido en el tiempo, pero el terror que causó no lo ha hecho.
Mas no todo lo que hizo fue destruir. De los restos de su devastación emanaban radiaciones horrendas que intoxicaban a quien las recibía hasta causarles una muerte lenta y dolorosa. Pero los más fuertes, aquellos que lograron aguantar el dolor si sucumbir hasta asimilar las radiaciones de la bestia fueron bendecidos con un poder como pocos se han visto. Un poder que igualaba a los dioses mismos.
Los portadores de dicho poder se unieron y combatieron, pero su fuerza no bastó para matar al demonio. Pero, según se dice, los Portadores aprovecharon la escasa inteligencia del monstruo y lo engañaron, encadenándolo y sellándolo para siempre en las tinieblas. Y sobre le lugar en donde fue encerrado se edificó el famoso castillo de Camelot, el primer Gremio de nigromantes del que se tienen registros. El poder de los Portadores pasó de padres a hijos durante muchas generaciones. Y a pesar de que su fuerza no podía ni medirse con el poder original de los Portadores, los descendientes usaron el Gremio para entrenar y aumentar sus fuerzas con el objetivo de ayudar a aquellos menos afortunados que no habían heredado el poder de las sombras. A pesar de todo esto, los nigromantes siempre han sido rechazados por la sociedad debido al miedo que generaba su fuerza en los humanos corrientes. Es por ello que, finalmente, decidieron mantenerse en las sombras que tan bien conocían,  en donde se han mantenido hasta esta época, y en donde se mantendrán hasta el fin de los días. >>
Lo que Guillem no le contó a Zac, ni le contaría hasta llegado el momento. Era el objetivo actual de los suyos, la razón por la que los nigromantes se habían mantenido activos hasta ahora. No le contó nada sobre las sombras salvajes.

1 comentario:

  1. Que excelente capitulo! estuvo bien lo de contar la historia para entender mejor el trasfondo del relato. Y la historia de como obtuvieron sus poderes, ahora seria como cuando caes a un barril radiactivo y te dan super poderes, segun algunas historias de marvel XD pero la tuya es mucho más sofisticada. Espero la siguiente :)

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