La princesa y sus perros
La joven se encontraba profundamente dormida o eso es lo que suponía el joven a su lado, sabía muy bien quien era ella y que había hecho. La única opción racional que procesaba su cerebro era matarla. No hay más opción, no hay otra opción, se repetía lo mismo tratando de convencerse pero en su interior sabia lo inútil de aquel acto. Odiaba a aquella muñeca, como solía llamarla, la detestaba, la odiaba pero al mismo tiempo la ¿amaba? Sacudió su cabeza tratando de apartar esos tontos pensamientos. La mujer que dormía tranquilamente era la misma que había asesinado a la persona que amaba. Fijo sus orbes rojas sobre la muñeca que yacía en la cama y acercó su mano haciendo que unas filosas garras crecieran. Sabía que está seria su oportunidad, debía hacerlo ahora o atenerse a las consecuencias porque en cuanto la muñeca despertara su libertad se acabaría. Intento cortar aquel delgado y pálido cuello pero su mano no se movió en lo más mínimo. Se maldijo por ser tan débil, se maldijo por ser tan cobarde, ¿la odia o la amaba?
Una voz cortó sus divagaciones y dejó su mano de un modo sumiso sobre la frente de la joven que lo miraba fijamente, aquellas orbes bicolores tenían algo raro, solo bastaba una mirada para que sintiera algo extraño e intangible formarse en su pecho.
-Buenos días Jack, ¿Qué haces aquí?-
-Nada Alice… solo vine a verte-
-Está es la segunda vez en el mes que lo intentas, no te rendirás ¿verdad?-
-Te odio…- dijo con una clara duda en su voz.
-Eso está bien Jack, solo debes odiar, es lo único que te ayudara a sobrevivir. Vísteme-
Se levanto de la cama quitándose el conjunto que usaba para dormir, un short y una polera corta. Jack rodeó la cama y tomó el vestido negro que estaba en el respaldo de la silla frente al escritorio. Se lo colocó a la joven con cuidado, la parte de abajo le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas y la parte del abdomen era una especie de corsé, aseguro los hilos con fuerza y lo terminó con un nudo al finalizar la espalda. La joven tomó la cinta negra con el pequeño cascabel plateado que estaba en el velador junto a su cama, las magas eran holgadas y le llegaban hasta las muñecas lo que le acomodaba aun más. Le entregó la cinta a Jack para que se la atara en el cuello. Este obedeció sumisamente pero, como ya acostumbraba, colocó algo de resistencia.
-Podría matarte, justo ahora, nadie se enteraría, ninguno de ellos llegaría a tiempo para detenerme-
-¿Y qué te hace pensar que alguien te detendrá?- respondió la joven de cabellos negros- Eres libre de hacer lo que desees Jack, jamás les he impuesto algo, ustedes están aquí por su voluntad-
-Lo sé… pero eso no quita el hecho de que te odio- término diciendo el chico de ojos rojos- Listo-
La joven se sentó al borde de la gran cama de sabanas de seda negra y estiró sus pálidas piernas, indicándole a Jack con la vista que le colocara sus botas negras. El joven se arrodilló frente a ella y obedeció en silencio, acomodó las botas hasta las pantorrillas de Alice y ató las hebillas en completo silencio.
-Ya está-
-Muy bien, vamos abajo, tengo la impresión de que hoy recibiremos visitas- dijo la joven sin emoción en su voz.
-Nadie se atrevería a venir a este lugar- respondió el hombre con el mismo tono en su voz- Nadie se atrevería a pisar los dominios de la princesa oscura y sus leales perros-
La joven salió de la habitación ignorando aquel comentario, odiaba cuando alguien se refería a ella con ese título, más aun cuando conocía el significado de ello.
Al bajar las escaleras se detuvo en el último escalón, algo plateado iba volando directamente a ella, pasó rozando su mejilla izquierda y haciéndole un corte que sangraba ligeramente. Alzó la vista sin cambiar su rostro inexpresivo. En el umbral de la puerta frente a la escalera había un hombre de cabellos rojizos, ojos ámbar y piel pálida.
El hombre se acercó a la joven con una amplia sonrisa y pasó dos de sus dedos por el corte en su mejilla, lamio la sangre que quedó en ellos y se inclinó para susurrar al oído de Alice.
-Mi querida princesa, te ves hermosa hoy, de seguro un poco más de rojo te quedaría bien-
-No me gusta la sangre, Sebastián- dijo con un tono algo agrio en sus palabras.
-Claro que no, te queda perfecto, un poquito más de rojo se te vería increíble-
Sebastián volvió a sonreír de una manera sombría y sacó un pequeño pero afilado cuchillo plateado, iba a cortar el cuello de Alice pero una veloz mano lo detuvo y de un certero golpe lo lanzó contra la pared. El joven se quedó frente a Alice y revolvió un poco sus cabellos rubios fijando sus orbes azules en Sebastián.
-¿Por qué tienes que hacer eso todas las malditas mañanas?-
-Calma, calma, Caín, solo estoy saludando a mi princesa, ¿tienes un problema con eso?-
-Por supuesto, tu estúpido saludo siempre termina con sangre-
-No puedo evitarlo, me encanta el rojo, tú tampoco te verías mal con ese color-
-Te matare si intentas algo- dijo el chico de ojos azules e hizo aparecer un látigo negro en su mano derecha- si tanto deseas ver sangre, te enseñare la tuya-
-Encantado de verla, mi pequeño Caín-
-¡Hola Alice!- dijo una voz chillona.
La joven vio como aquella sombra negra se aproximaba a toda velocidad hacia ella y se apartó unos centímetros lo que ocasionó que el cuarto hombre de la casa chocara estruendosamente contra la escalera de madera. Se levantó con lágrimas en los ojos y observó su mano derecha.
-Mi chocolate…- dijo mirando como su amado dulce estaba estampado contra uno de los escalones- Alice… ¡eres tan cruel!- rompió en un fingido llanto de dolor y tristeza.
-Fue tu culpa Eliot- dijo Alice- Si saludaras con un simple hola no tendría que esquivarte-
-Pero mi chocolate- dijo levantándose del suelo y viendo la mancha café en su mano.
-Te compraré uno pero deja de llorar-
-Gracias Alice- la abrazó sonriendo, Caín lo apartó de la joven.
-Ve a lavarte las manos Eliot-
El joven de orbes doradas se aparto de Alice y fue a la cocina sonriendo mientras tarareaba una canción. Caín llevó a su querida princesa al comedor y le corrió el asiento para que tomara su lugar en la mesa.
-Te serviré el desayuno Alice-
-No tengo hambre-
-Debes comer, estás muy delgada y hace tres días que solo te mantienes bebiendo la repulsiva sangre de esos miserables demonios-
-¿Quieres que beba la tuya?- dijo sin inmutarse.
-Para mí sería un honor que lo hicieras-
-No-
Jack apareció en el umbral de la puerta y fijó su vista en la joven, la odiaba, estaba completamente seguro de que era así pero aquellos ojos no le permitían matarla. Aun no, cuando el brillo volviera a esos bicolores seria el momento para cobrar su venganza, mientras ella se mantuviera como una muñeca no tenia caso hacerla sufrir. Un corte en su mejilla derecha lo hizo regresar a la realidad, Sebastián le sonreía sosteniendo uno de sus pequeños cuchillos plateados.
-Despierta, cualquiera podría matarte si estás con la guardia baja-
-Maldito sádico-
-Gracias-
Eliot regresó junto a ellos sosteniendo un dulce en sus manos, está vez era un paleta multicolor, se acercó a Alice y le entregó algo mientras sonreía, la joven observó las tres pastillas rojas en su palma y luego dirigió su mirada a Eliot.
-Adelante Alice, son pastillas de frutilla, pruébalas, te subirán el ánimo-
La joven las dejó sobre la mesa despreciándolas, Eliot hizo un berrinche fingiendo indignación y se sentó al lado derecho de la joven. Caín regresó de la cocina con una bandeja, sobre ella había cinco tazas humeantes que expedían un delicioso olor a café. Las repartió sobre la mesa con cuidado de no derramar ni una gota y se sentó al costado izquierdo de Alice, la joven se mantenía a la cabeza, ya que era considerada la princesa de ese extraño grupo.
Alice bebió un sorbo suspirando y observó a Jack, le hizo una seña para que se acercara y demonio de ojos rojos obedeció de mala gana.
-¿Qué quieres?-
-Está casa llena de hombres es aburrida, tráeme a una mujer que me haga compañía-
-¿Qué…? ¿Entiendes lo que me pides? Nadie en su sano juicio vendría aquí, ningún demonio se atrevería-
-Entonces encuentra algo que no sea un demonio y tráemela-
-Bien- respondió resignado el hombre- Como quieras-
Desapareció de la habitación para ir a cumplir con su tarea. Caín mantenía la vista en la joven, siempre habían sido los cinco en esa gran mansión, no… eran seis pero ese hombre… el hombre que Alice amaba fue asesinado hace dos años por aquel sujeto de cabellos plateados. Sacudió ligeramente su cabeza para apartar esos recuerdos.
-Alice… no creo que sea buena idea traer a alguien a esta casa- dijo preocupado.
-Sebastián- pronuncio la joven- ve a abrir la puerta… tenemos visita-
El demonio sonrió complacido y fue a abrir, en la entrada había una joven de cabellos negros, ojos amatistas y cubierta con un abrigo negro que la protegía de la lluvia.
-Hola…-
La joven se encontraba profundamente dormida o eso es lo que suponía el joven a su lado, sabía muy bien quien era ella y que había hecho. La única opción racional que procesaba su cerebro era matarla. No hay más opción, no hay otra opción, se repetía lo mismo tratando de convencerse pero en su interior sabia lo inútil de aquel acto. Odiaba a aquella muñeca, como solía llamarla, la detestaba, la odiaba pero al mismo tiempo la ¿amaba? Sacudió su cabeza tratando de apartar esos tontos pensamientos. La mujer que dormía tranquilamente era la misma que había asesinado a la persona que amaba. Fijo sus orbes rojas sobre la muñeca que yacía en la cama y acercó su mano haciendo que unas filosas garras crecieran. Sabía que está seria su oportunidad, debía hacerlo ahora o atenerse a las consecuencias porque en cuanto la muñeca despertara su libertad se acabaría. Intento cortar aquel delgado y pálido cuello pero su mano no se movió en lo más mínimo. Se maldijo por ser tan débil, se maldijo por ser tan cobarde, ¿la odia o la amaba?
Una voz cortó sus divagaciones y dejó su mano de un modo sumiso sobre la frente de la joven que lo miraba fijamente, aquellas orbes bicolores tenían algo raro, solo bastaba una mirada para que sintiera algo extraño e intangible formarse en su pecho.
-Buenos días Jack, ¿Qué haces aquí?-
-Nada Alice… solo vine a verte-
-Está es la segunda vez en el mes que lo intentas, no te rendirás ¿verdad?-
-Te odio…- dijo con una clara duda en su voz.
-Eso está bien Jack, solo debes odiar, es lo único que te ayudara a sobrevivir. Vísteme-
Se levanto de la cama quitándose el conjunto que usaba para dormir, un short y una polera corta. Jack rodeó la cama y tomó el vestido negro que estaba en el respaldo de la silla frente al escritorio. Se lo colocó a la joven con cuidado, la parte de abajo le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas y la parte del abdomen era una especie de corsé, aseguro los hilos con fuerza y lo terminó con un nudo al finalizar la espalda. La joven tomó la cinta negra con el pequeño cascabel plateado que estaba en el velador junto a su cama, las magas eran holgadas y le llegaban hasta las muñecas lo que le acomodaba aun más. Le entregó la cinta a Jack para que se la atara en el cuello. Este obedeció sumisamente pero, como ya acostumbraba, colocó algo de resistencia.
-Podría matarte, justo ahora, nadie se enteraría, ninguno de ellos llegaría a tiempo para detenerme-
-¿Y qué te hace pensar que alguien te detendrá?- respondió la joven de cabellos negros- Eres libre de hacer lo que desees Jack, jamás les he impuesto algo, ustedes están aquí por su voluntad-
-Lo sé… pero eso no quita el hecho de que te odio- término diciendo el chico de ojos rojos- Listo-
La joven se sentó al borde de la gran cama de sabanas de seda negra y estiró sus pálidas piernas, indicándole a Jack con la vista que le colocara sus botas negras. El joven se arrodilló frente a ella y obedeció en silencio, acomodó las botas hasta las pantorrillas de Alice y ató las hebillas en completo silencio.
-Ya está-
-Muy bien, vamos abajo, tengo la impresión de que hoy recibiremos visitas- dijo la joven sin emoción en su voz.
-Nadie se atrevería a venir a este lugar- respondió el hombre con el mismo tono en su voz- Nadie se atrevería a pisar los dominios de la princesa oscura y sus leales perros-
La joven salió de la habitación ignorando aquel comentario, odiaba cuando alguien se refería a ella con ese título, más aun cuando conocía el significado de ello.
Al bajar las escaleras se detuvo en el último escalón, algo plateado iba volando directamente a ella, pasó rozando su mejilla izquierda y haciéndole un corte que sangraba ligeramente. Alzó la vista sin cambiar su rostro inexpresivo. En el umbral de la puerta frente a la escalera había un hombre de cabellos rojizos, ojos ámbar y piel pálida.
El hombre se acercó a la joven con una amplia sonrisa y pasó dos de sus dedos por el corte en su mejilla, lamio la sangre que quedó en ellos y se inclinó para susurrar al oído de Alice.
-Mi querida princesa, te ves hermosa hoy, de seguro un poco más de rojo te quedaría bien-
-No me gusta la sangre, Sebastián- dijo con un tono algo agrio en sus palabras.
-Claro que no, te queda perfecto, un poquito más de rojo se te vería increíble-
Sebastián volvió a sonreír de una manera sombría y sacó un pequeño pero afilado cuchillo plateado, iba a cortar el cuello de Alice pero una veloz mano lo detuvo y de un certero golpe lo lanzó contra la pared. El joven se quedó frente a Alice y revolvió un poco sus cabellos rubios fijando sus orbes azules en Sebastián.
-¿Por qué tienes que hacer eso todas las malditas mañanas?-
-Calma, calma, Caín, solo estoy saludando a mi princesa, ¿tienes un problema con eso?-
-Por supuesto, tu estúpido saludo siempre termina con sangre-
-No puedo evitarlo, me encanta el rojo, tú tampoco te verías mal con ese color-
-Te matare si intentas algo- dijo el chico de ojos azules e hizo aparecer un látigo negro en su mano derecha- si tanto deseas ver sangre, te enseñare la tuya-
-Encantado de verla, mi pequeño Caín-
-¡Hola Alice!- dijo una voz chillona.
La joven vio como aquella sombra negra se aproximaba a toda velocidad hacia ella y se apartó unos centímetros lo que ocasionó que el cuarto hombre de la casa chocara estruendosamente contra la escalera de madera. Se levantó con lágrimas en los ojos y observó su mano derecha.
-Mi chocolate…- dijo mirando como su amado dulce estaba estampado contra uno de los escalones- Alice… ¡eres tan cruel!- rompió en un fingido llanto de dolor y tristeza.
-Fue tu culpa Eliot- dijo Alice- Si saludaras con un simple hola no tendría que esquivarte-
-Pero mi chocolate- dijo levantándose del suelo y viendo la mancha café en su mano.
-Te compraré uno pero deja de llorar-
-Gracias Alice- la abrazó sonriendo, Caín lo apartó de la joven.
-Ve a lavarte las manos Eliot-
El joven de orbes doradas se aparto de Alice y fue a la cocina sonriendo mientras tarareaba una canción. Caín llevó a su querida princesa al comedor y le corrió el asiento para que tomara su lugar en la mesa.
-Te serviré el desayuno Alice-
-No tengo hambre-
-Debes comer, estás muy delgada y hace tres días que solo te mantienes bebiendo la repulsiva sangre de esos miserables demonios-
-¿Quieres que beba la tuya?- dijo sin inmutarse.
-Para mí sería un honor que lo hicieras-
-No-
Jack apareció en el umbral de la puerta y fijó su vista en la joven, la odiaba, estaba completamente seguro de que era así pero aquellos ojos no le permitían matarla. Aun no, cuando el brillo volviera a esos bicolores seria el momento para cobrar su venganza, mientras ella se mantuviera como una muñeca no tenia caso hacerla sufrir. Un corte en su mejilla derecha lo hizo regresar a la realidad, Sebastián le sonreía sosteniendo uno de sus pequeños cuchillos plateados.
-Despierta, cualquiera podría matarte si estás con la guardia baja-
-Maldito sádico-
-Gracias-
Eliot regresó junto a ellos sosteniendo un dulce en sus manos, está vez era un paleta multicolor, se acercó a Alice y le entregó algo mientras sonreía, la joven observó las tres pastillas rojas en su palma y luego dirigió su mirada a Eliot.
-Adelante Alice, son pastillas de frutilla, pruébalas, te subirán el ánimo-
La joven las dejó sobre la mesa despreciándolas, Eliot hizo un berrinche fingiendo indignación y se sentó al lado derecho de la joven. Caín regresó de la cocina con una bandeja, sobre ella había cinco tazas humeantes que expedían un delicioso olor a café. Las repartió sobre la mesa con cuidado de no derramar ni una gota y se sentó al costado izquierdo de Alice, la joven se mantenía a la cabeza, ya que era considerada la princesa de ese extraño grupo.
Alice bebió un sorbo suspirando y observó a Jack, le hizo una seña para que se acercara y demonio de ojos rojos obedeció de mala gana.
-¿Qué quieres?-
-Está casa llena de hombres es aburrida, tráeme a una mujer que me haga compañía-
-¿Qué…? ¿Entiendes lo que me pides? Nadie en su sano juicio vendría aquí, ningún demonio se atrevería-
-Entonces encuentra algo que no sea un demonio y tráemela-
-Bien- respondió resignado el hombre- Como quieras-
Desapareció de la habitación para ir a cumplir con su tarea. Caín mantenía la vista en la joven, siempre habían sido los cinco en esa gran mansión, no… eran seis pero ese hombre… el hombre que Alice amaba fue asesinado hace dos años por aquel sujeto de cabellos plateados. Sacudió ligeramente su cabeza para apartar esos recuerdos.
-Alice… no creo que sea buena idea traer a alguien a esta casa- dijo preocupado.
-Sebastián- pronuncio la joven- ve a abrir la puerta… tenemos visita-
El demonio sonrió complacido y fue a abrir, en la entrada había una joven de cabellos negros, ojos amatistas y cubierta con un abrigo negro que la protegía de la lluvia.
-Hola…-
El titulo se este relato se puede traducir como "hijos de la oscuridad" qeu hace referencia a la oscuridad de cada persona y su pasado. en el tercer capitulo se explicara mejor. Gracias por leer!
ResponderEliminarHolaaaa que emocion volver a leer esos nombres a los que les tengo tanto cariño, como extrañaba a Alice, a Jhoshua o a Eliot... :-P
ResponderEliminarMe encanto espero con ancias y curiosa los otros capitulos.
Besitos.
Una nueva serie comienza.Ansioso estoy por ver como seguirá.
ResponderEliminarGracias a los dos por leer, a medida que avancen los capitulos se ira colocando más emocionante la historia :D
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