LA DAMA TRISTE (By Gandalf)

Aquella mañana la señora Gherardini llegó más tarde de lo acordado y en su rostro se mostraban, a pesar del mucho maquillaje, inequívocas señales de agotamiento y tristeza. No obstante, atendiendo a los modales propios de los de su alta alcurnia, la dama saludó escueta y recatadamente y se dirigió con el gracejo y la esbeltez que otorga al cuerpo la temprana juventud, hacia el escabel que la esperaba en una zona bien iluminada de la enorme sala.

El pintor, hombre maduro y orgulloso, tras devolver con una exagerada inclinación del tronco el saludo de su honorable clienta, se sentó a su vez en su silla de trabajo y tomó el carboncillo con el que estuvo trajinando durante largos minutos sobre una tabla de madera de álamo previamente tratada. Al cabo de un rato, resultaba evidente que, si seguía plasmando el gesto exacto que la joven dama, a duras penas, pretendía disimular, el resultado evidenciaría el mismísimo retrato de la desdicha y la desolación, circunstancia ésta que se hallaba en las antípodas de lo que su buen amigo Francesco, responsable del encargo, se había propuesto; y es que su joven esposa, por motivos que sólo a ella incumbían, esa mañana no se hallaba en el estado emocional que, para semejante empresa, era el deseable.

Así que, no deseando ofender a la dama con impertinentes insinuaciones acerca de su humor y aspecto físico, el artista, hombre curtido en mil adversidades y dotado de una aguda inteligencia, ante tamaña adversidad resolvió, por esa vez, otorgar libertad a su mano para que, allá donde rezaba ansiedad, surgiera serenidad, donde asomase pena, se insinuase picardía y donde se intuyese abatimiento, quedase marcada una divertida complicidad. De modo que, llegado el turno de delinear el siempre delicado trazo de la boca, con breves y gráciles movimientos de muñeca, hizo que el carboncillo esbozase una discreta pero inconfundible sonrisa que terminó de iluminar la expresión de la modelo sobre la tabla.

Una vez finalizado el cuadro algunas semanas después, Francesco Giocondo pagó con generosidad a Leonardo el excelente retrato que representaba a su joven esposa Lisa Gherardini y de seguro lo habría hecho con aún mayor desprendimiento si entonces hubiese intuido que ese trozo de madera con aquella enigmática sonrisa sobre ella pintada, se convertiría en lo que es tal vez el más popular y famoso cuadro de la historia del arte.