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viernes, 16 de marzo de 2012

El Laberinto (o ensoñación de una primavera adelantada)

"En el laberinto, uno no se pierde, se encuentra. En el laberinto, uno no encuentra al Minotauro, se encuentra a sí mismo" ~Herman Kern

"Nadie está tan cerca como para no poder llegar muy lejos. Nadie está tan lejos como para no poder encontrar el centro. Ninguno de los tramos del camino es más decisivo que todo el camino en su conjunto: la proximidad y la lejanía, el principio y el fin"
~Wilhelm Müller


Sumergida en mis elucubraciones emocionales, no pude evitar enviarte una sugerencia:

Mañana aprovecharé el último día de sol encontrándome en el laberint d'Horta, sobre las 14:00. No sería bonito ni nada que nos encontráramos por casualidad, ¿qué haces por aquí? -Nada, he venido a dar un paseo. -Ah, qué casualidad, ¡como yo! Disculpa mi imaginación, por favor, y en último caso, siempre puedes reírte un rato (de mí, conmigo, como plazcas).


14 de marzo del 2012. Un sol radiante acompaña Barcelona cerca de las 2 del mediodía. Un miércoles que invita a perderse en el Laberinto d’Horta, en las alturas de la ciudad condal.

Mis ojos se pierden en el horizonte azul, limpio y nítido como recién salido de la lavadora. Barcelona se perfila en tejados asimétricos que van llevando la visión del espectador hasta la franja del Mediterráneo, precedida por una línea de edificios modernos. Una bruma grisácea sobre el mar perturba el perfecto azul del cielo.

Apenas una pareja y un grupo de turistas han elegido la misma ruta que yo. Me siento en la escalinata de uno de los templetes que preceden la entrada principal del laberinto. Dos mujeres pasan por delante de mí acompañadas de una niña de pelo enrevesado. Me mira y la sonrío. Entramos en un juego de miradas. Adoro los niños.

Me sitúo delante de la entrada del laberinto como si estuviera ante mi mismísimo nacimiento. Tomo una foto –normalmente se toman fotos en el parto- y comienzo a caminar. ¡Parece tan fácil no perderse desde fuera! Y ahora que estoy dentro los árboles me impiden ver el bosque. Camino hasta encontrar el centro. La suerte del principiante me lleva al centro en cuestión de un minuto. Una desfigurada estatua de Eros me recuerda que en el centro de la vida se encuentra el amor, el súmmum de nuestras búsquedas personales. Ojalá estuvieras aquí.

Me siento con las piernas cruzadas y las manos abiertas sobre las rodillas, pulgar y dedo medio en contacto, respiración abdominal, ojos cerrados. Soy La Templanza en medio de la tempestad, el oasis del centro en medio de las turbulencias y perdiciones del laberinto. Alargo la meditación con la esperanza de encontrarte. Pero tú nunca llegas.

Presiento que las verdaderas pruebas de la vida vendrán una vez alcanzado el centro. Comienzo a caminar. Callejón sin salida. Elijo otra ruta. Callejón sin salida.

De repente todos mis sentidos se agudizan ante una presencia escurridiza. El sonido de una respiración, la proyección de una sombra, una energía familiar que mi corazón reconoce al instante. Me lanzo a una búsqueda frenética en pos de esa sombra. Creo que si giro hacia la derecha te encontraré. No, estás en el otro lado. Camino rápido, aunque sigilosa. Mi respiración está acelerada, mi pulso algo tembloroso.

Intuyo que también me buscas y que has adivinado mi figura entre los arbustos. Los dos nos intentamos acercar pero las trampas del laberinto no hacen más que separarnos.

Siento tus pasos más y más cerca, volviéndose más lentos ante nuestro inminente encuentro, al que nos aproximamos sin esfuerzo alguno, como dos imanes naturalmente destinados a juntarse. Sé que estás detrás del arbusto que define la pared del laberinto, suspirando por juntar tus labios con los míos. Nuestros hálitos, jadeantes y sincronizados, se buscan sedientos entre los recovecos de la arizónica.

Tu mano se desliza por uno de los agujeros, con la esperanza de toparse con mi piel. Mis dedos persiguen el roce de tu cuerpo. De pronto un cortacircuitos, una tormenta eléctrica, recorre todo mi cuerpo para continuar a través de tu mano y circundar tu figura, manteniéndonos indivisiblemente unidos. Nuestras manos han entrado en contacto. Un torrente de caricias, de suspiros imposibles, de tantas palabras no pronunciadas que se expresan en la piel. Cómo quisiera derribar el abismo que nos separa, apenas un frágil arbusto revestido de infinitas normas sociales. Cualquier visitante del laberinto –la vida- sería ciego a nuestro amor tan sólo caminando por uno de sus trayectos. Nuestro amor imposible se salvaguarda con los muros. Y los muros hacen nuestro amor imposible. Entre susurros prometemos buscarnos, hacer público nuestro amor y besarnos en el centro. Me pregunto si así la rota estatua de Eros recuperará la compostura. Con gran dificultad nos separamos en la esperanza de unirnos a la luz del sol.

Camino impaciente detrás de ese beso que ya debería ser nuestro. Tras varias tentativas aparezco en el centro, vacío e inerte, presidido por un Eros impertérrito y cuarteado, víctima de los agravios a su causa. Y tú no estás. Siento que te alejas y que en vez de caminar hacia el centro buscas la salida. Entonces comienzo a correr en tu búsqueda, y cuánto más corro, más te diluyes, cuánto más busco salir, más me enzarzo en el embrollo del laberinto.

Las brumas grisáceas que se alzaban sobre el mar avanzan ahora a toda velocidad formando una neblina que cubre Barcelona. A veces la vida es sol, y otras veces es niebla. Acepto mi destino grisáceo de perderte. Y en la resignación y aceptación completas alcanzo la salida. Una pequeña muerte más dentro de las incontables muertes de la vida.

Se me olvidó decir que el mensaje lo escribí el 19 de octubre de 2010…. (anda que no ha llovido)

Sigues siendo el aire que respiro.

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