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martes, 7 de febrero de 2012

Un Mundo Blanco (Tercera parte)

El Señor Tortuga y la hospitalidad relativa


Hasta la más mágica y hermosa de las maravillas palidece a ojos de un hombre roto. Un paisaje de inimaginable fantasía se desplegaba a mi alrededor, entre cálidas brisas primaverales, bajo un manto de estrellas centelleantes en un perfecto cielo azul. Aquel no era mi mundo, eso era indudable. Un bosque de gigantescos cerezos en flor flanqueaba nuestro camino a través de un inmenso valle, donde se hallaba la  cueva donde desperté. Me sentía completamente abrumado por el curso de los acontecimientos, incapaz de pensar con claridad. Desde que habíamos abandonado la cueva, un extraño hormigueo despertaba de vez en cuando en mi pecho, y junto a él aparecía el anhelo irrefrenable de correr hacia el horizonte, una especie de magnetismo de naturaleza insólita parecía arrastrarme hacia algún lugar lejano, nublando mi juicio. Furioso, resistí, había cosas más importantes que hacer, preguntas que responder.
 A mi lado caminaba mi anfitrión, que se hacía llamar Hudra. Sus ojos contemplaban el vacío, pensativo, mientras acariciaba suavemente al ser que dormitaba sobre sus anchos hombros. Llevábamos un rato conversando. Se disculpó por su actitud, que creía que yo había matado a esos dos hombres que vi en el salón blanco pero que ya estaba todo aclarado. Yo sólo pude hacerle la pregunta que estaba oprimiéndome el corazón. Unas enormes y coloridas aves pasaron planeando por encima de nosotros, de alguna parte llegaba el sonido de una cascada lejana, dulces aromas campestres nos arropaban. Aún así, todos mis sentidos aguardaban en tensión una respuesta. Los habitantes del valle nos observaban entre susurros. Hacían una reverencia a Hudra al pasar, pero a mí me miraban con temor. Más tarde me fijaría en ellos, en que no se parecían a Hudra sino a mí, en que serían seres humanos ortodoxos de no ser por su blanquecina piel.
-Si -Dijo finalmente, tras suspirar. Parecía que había tomado algún tipo de decisión respecto a mí - Sé quien se llevó a Miss Marple y mató a mis compañeros.
-…¿Quién, y por qué?
-Se supone que no debería contar nada de eso a Terga como tú… Pero creo que en esta situación es necesario.
-¿Terga? ¿Que es eso?
-Tú eres Terga, “De la Corteza”. No sois bienvenidos en este lugar, por eso pensé lo peor al verte.
-¿”La corteza”? ¿Así llamáis al lugar de donde vengo?
-No puedo hablarte de eso -Dijo Hudra, sin mirarme - El ser que se llevó a tu amiga es Inoterga, “Del Núcleo”, y mucho me temo no se trata de un caso aislado. Sus incursiones se están multiplicando, causando estragos por todas partes, y están empezando a ser más que un problema. En sus actos sólo hay maldad, instintiva y hueca. Su naturaleza es corromper la pureza, y tienen el poder para hacerlo. Ya viste que uno de ellos fue capaz de matar a dos de mis compañeros, y eso es algo que nunca había sucedido.
-No entiendo nada… ¿Qué diablos pueden querer de ella? ¿Quién es esa gente y donde coño la han llevado?

En ese momento, Hudra se volvió violentamente hacia mí. Un atisbo de asco volvió a aparecer en su mirada, y sentí temor.
-Mide tus palabras, Terga. Este lugar no está muerto, como lo está el tuyo, y tu lengua sucia lo entristece.
Su mirada parecía atravesarme, como si estuviese contemplando todas mis faltas y mis pecados. Esos ojos furiosos lo sabían todo, y yo nunca me había sentido tan diminuto. Todo cuanto pude hacer fue murmurar una disculpa. Hudra suspiró.
-Tranquilo, Señor Tortuga, no debo olvidar de donde vienes, sé que allí no respetan las palabras. Intentaré tolerarlo si tu intentas controlarte.
-Bien, de acuerdo pero… ¿Por qué me llamas Señor Tortuga? ¿Quién te ha dicho ese nombre?
-Él me lo ha dicho -Dijo, señalando a su peculiar sombrero durmiente - Es el nombre con el que ahora más se identifica tu corazón, pues así te llama la mujer que amas con tantísima fuerza.
- ¿Cómo sabes…? ¿Que es ese animal? Ha sido increíble lo que ha hecho allí dentro.
- Él es un Goba Dargmane, “Habitante de ninguna parte” -Dijo Hudra, sonriendo con cariño - Los Gobas aman el conocimiento, pueden absorberlo y compartirlo del modo en que has visto. “Degan”, el abrazo… Por eso puedo hablar en tu lengua y conozco toda tu historia… Pero no debería hablarte de eso, no es necesario que lo sepas.
-La verdad, no entiendo a que viene tanto secreto...
-No es algo aleatorio, Señor Tortuga. El conocimiento es una bendición, pero fuera de control puede ser la más destructiva de las plagas. Lo que sabes y lo que no sabes influye más de lo que crees en este lugar… determina tu destino, tu relación con el entorno. Es algo que un Terga jamás podría comprender, pues todo está al revés en vuestra tierra moribunda.
-No dejas de despreciar a mi hogar… ¿Por qué?
 -Ya he hablado mucho más de la cuenta… No se porqué, la verdad, pero es mejor que dejes preguntar cosas irrelevantes y empieces a buscar las respuestas que realmente necesitas. Por tu propio bien.
-…¿Dónde está Miss Marple? Debo ir a buscarla.
-No puedes. Esa es nuestra tarea.
-¿Vuestra tarea?¿Y quien se supone que sois? 
-Eso no importa, te basta con saber que somos los únicos que podemos hacer algo para salvar a tu amiga. La posibilidad es remota, Señor Tortuga, y mucho me temo que debes quedarte al margen. Nos encargaremos de ello.

Quise responderle, pero su expresión me dejo claro que no había nada que hacer. Sus gigantescas manos podían quebrarme la cabeza como una nuez, y sus largas piernas frustrarían cualquier intento de huir. Me sentí inútil, impotente. El fuego ardía en mi interior, y no había hacia donde canalizarlo. Sólo pude llorar. Y la expresión de Hudra volvió a suavizarse. Se detuvo, y entonces me di cuenta de que habíamos vuelto a la cueva, donde habíamos iniciado nuestro paseo. Ahí nos esperaba, cruzado de brazos, el temperamental amigo de mi anfitrión, mirándome con hostilidad.
-De acuerdo, Hudra, no interferiré… -Le dije, con un hilo de voz - Pero, ¿Que se supone que debo hacer mientras tanto?
-De momento espera aquí, hablaré con mi compañero.

Fue hasta él, y empezaron a conversar entre susurros, en un idioma desconocido. Comprendí entonces, por su lenguaje corporal, que de algún modo ese hombre era el subordinado de Hudra, pues se limitaba a asentir y a murmurar cautelosamente de vez en cuando, aunque pareciera no estar de acuerdo en lo que hablaban. Reparé entonces en que nos estaban observando. Algunas personas se habían parado cerca de nosotros, y varias cabezas asomaban de otras cuevas vecinas. Parecía que era allí donde vivía esa gente. Todos vestían mas o menos igual, llevaban el mismo mono de una pieza y manga corta con el que me había despertado en mi lecho, aunque con pequeñas variaciones de color aunque sin salir nunca de la gama ocre. Me impactó descubrir que todas las mujeres que pude ver eran realmente hermosas, y que todas iban del brazo de algún hombre sonriente. En verdad me estaba poniendo de los nervios tanta expectación. Nunca había sabido muy bien como tratar a las personas, y menos aún si eran de otro mundo. Les saludé con la mano, en un intento de aliviar la tensión. Surtió efecto, pues todos se dieron la vuelta rápidamente y se marcharon, como asustados por algo. Suspiré. Realmente odiaban a los Terga por esos lares. Intenté durante unos minutos aclarar mi situación, pero el vértigo que sentía al repasar los hechos era apabullante, demasiado para mi cabeza. Y por extraño que fuera, no me sentía en absoluto asombrado por ese extraño universo que estaba descubriendo. Pese a la desesperación por encontrar a Miss Marple, no podía evitar sentir una absurda afinidad con ese lugar. Había algo familiar en ese mágico cielo estrellado, en los árboles y su olor, en sus gentes. Decidí posponer mis reflexiones, pues no parecían llevarme a ninguna parte. Me dediqué a contemplar en silencio el paisaje. Nuevamente, al mirar hacia un lugar determinado, sentí ese molesto hormigueo en el pecho, esa atracción a la lejanía, más fuerte que nunca. Y de repente, Hudra estaba a mi lado, muy serio. Su amigo había vuelto a entrar en la cueva.
-Ya está todo dispuesto. Yark volverá a nuestra tierra y expondrá tu situación a los Líderes. Tu y yo le esperaremos aquí.
-De acuerdo… ¿Tardará mucho?
-Lo que sea necesario.
-Ya…

Yark emergió de la cueva en ese momento, y en las manos llevaba una guadaña como la que tenía Hudra la primera vez que le vi. Me echó una última mirada fulminante, y entonces juntó las piernas y cerró los ojos con fuerza. En pocos segundos, para mi asombro, la hoja de la guadaña empezó a resplandecer con la luz blanca que tantos recuerdos dolorosos me traía. Yark abrió los ojos, y con decisión blandió el arma en el aire, desgarrándolo. La hoja se apagó, y un corte de luz quedó flotando en el aire. Empezó a abrirse lentamente, hasta que se convirtió en otro círculo cegador. Tuve que apartar la vista, y cuando fui capaz de mirar nuevamente, Yark y el círculo habían desaparecido.
-Asombroso… -Dije a un estático Hudra -Supongo que tampoco podrás decirme que ha sido eso.
-No, lo siento -Dijo secamente -Sentémonos, puede tardar en volver.

Y se sentó sobre la hierba, con las piernas cruzadas. Le imité, y le observé en silencio durante un rato. Parecía turbado, seguramente por algo que le dijo Yark. El Goba había despertado, y correteaba alegremente a nuestro alrededor, sin ningún motivo aparente.

-Hudra, ¿te encuentras bien? -Le dije, finalmente.
-No, Señor Tortuga -Dijo, y sonrió tristemente - Me preocupa lo que pueda suceder ahora.
-¿Por qué? ¿Qué ocurre?

Hudra me miró fijamente. Había una profunda tristeza en sus ojos, y también conflicto. Era fascinante contemplar el modo en que sus emociones se manifestaban en su rostro, de un modo muy agresivo y visceral.
-Los Terga no sois bienvenidos aquí. De hecho… sois el enemigo. Aunque sorprendentemente seas un espíritu noble y tu causa tan legítima, me preocupa la decisión que pueda tomar mi gente. Yark es un buen hombre, pero temo que sus prejuicios condicionen su alegato, aunque haya comprendido la situación.
-¿Y por qué no has ido tu? 
-Es la ley. Yo te traje a este lugar, y eres mi responsabilidad.
.¿Y por qué no me llevaste a tu tierra? ¿Por qué aquí?
-¿Olvidas acaso lo malherido que estabas? Sólo aquí tienen la ciencia que podía curarte, y no se aceptan forasteros en mi hogar.
-Vaya… entonces este no es tu lugar… Eres de otro mundo, como yo, ¿verdad? 
-…
-Y supongo que esas puertas los conectan…
-Así es… Eres intuitivo, Señor Tortuga, eso es peligroso en tu situación. Debes dejar esas ideas, no te benefician en nada. 
-Sólo una cosa más… Los Gobas, ¿son de tu mundo?
-No. No tienen un origen, propiamente dicho. Habitan entre mundos, y se mueven por ellos por caminos distintos a los nuestros. Dicen de ellos que todo era un caos cuando vagaban libremente, y por ello nosotros tuvimos que controlarlos y limitar su poder. Quedan muy pocos ahora, y sirven a nuestra causa, revelándonos la verdad que el mal intenta ocultarnos.
- No acabo de entenderlo… ¿Quienes sois, y por qué asumiríais esa responsabilidad?

Entonces Hudra se levantó, y me miró con decisión.

-Por qué somos Auréos, “la Guardia Blanca”. Nosotros protegemos a toda alma que habite una dimensión del Mundo Blanco. Nosotros custodiamos todas las puertas, ningún Inaterga debe cruzarlas. Toda causa noble es nuestra causa, somos hombres de honor. Sin vacilación, sin tregua, con coraje perseguiremos al mal desde la Corteza hasta las oscuras profundidades del Núcleo. Es este nuestro juramento, y a él entregamos nuestras vidas… y… -Algo empezó a suceder. Hudra empezó a jadear, y su rostro se descompuso. Parecía confuso, fuera de si -No, no… ¿Qué estoy haciendo? Esto no es posible…
- Oye, ¿estás bien? ¿Que te ocurre?
-Esto está mal, Señor Tortuga -Dijo, dejándose caer al suelo. Empezó a frotarse la cara con las manos -No debería contarte esas cosas… estoy faltando a mi juramento una y otra vez… ¿Que locura rige mis actos demenciales? Esto es traición. ¡Estoy poniendo mi vida en peligro, y la tuya! Esto no tiene ningún sentido…. Tiene que ser el Degan, no le encuentro otra explicación…
-¿Que quieres decir?
- Me siento extraño, realmente perturbado, y creo que es por tu culpa.
-¿Culpa mía? ¿Y eso?
-Es complicado… No se ven muchos Terga por los mundos en esta era, y aunque me habían advertido de que era peligroso hacer el abrazo de Goba con vosotros, me asombra el efecto que está teniendo sobre mí. Sólo debería haberme transmitido tus recuerdos, pero algo más ha ocurrido, y está empeorando… Debería haberte amordazado y encerrado, como dictan las normas, pero tras el Degan necesitaba hablar contigo, desesperadamente… Siento que hay algo que me está royendo por dentro…
-Hudra, no me asustes, compañero. ¡Estás diciendo disparates!
-No son disparates, créeme… Siento un lazo terriblemente fuerte contigo que no puedo comprender, Señor Tortuga. Me siento incapaz de contener el impulso de confiar en ti, de decirte todo cuanto quieras saber… Al principio era un sentimiento leve, pero se está convirtiendo en una tormenta incontrolable en mi interior… necesito protegerte.
-¡No veo que hay de malo en eso! -Le dije. Me acerqué a él y puse mi mano sobre su hombro -Sólo espero que tus amigos también lo…

De improvisto, Hudra se levantó de un salto. Me agarró por los brazos y me alzó con una facilidad sorprendente, con una fuerza sobrehumana.
-¡Debes huir, ahora! -Dijo, fuera de si.
-¿Cómo, por qué?
-¡Van a matarte, Señor Tortuga! ¡Es lo que hacemos cuando encontramos a Terga como tú! Nuestro Líder hace Degan con vosotros y luego, cuando ya sabe lo que necesita, os corta la cabeza. ¡No escucharán a Yark, no hay excepciones! ¡Van a ejecutarte, debes escapar ahora! ¡Llegarán en cualquier momento!

Me soltó bruscamente y me empujó hacia el bosque. “¡Rápido!”, dijo. Aún sin haber asimilado completamente mi nueva situación, conseguí dar media vuelta y echar a correr. Se disparó entonces el pánico, y el desconcierto se tornó en desesperación. Sólo, en un mundo extraño, con Miss Marple en manos de alguna criatura maléfica de intenciones desconocidas. ¿Que se suponía que iba a hacer? De momento, centrarme en huir, en correr más rápido que nunca. No obstante, cuando apenas había dado unos pocos pasos, el hormigueo volvió, arrastrándome en esa ocasión hacia mi izquierda, donde un pequeño sendero se internaba en la parte más densa del bosque. Era como si una mano invisible, por alguna razón, guiara mis pasos. ¿Cuál era la naturaleza de esa fuerza, y hacia donde intentaba conducirme? Que más daba, no podía ser peor que lo que me perseguía, así que me limité a correr en esa dirección, a poner un pie delante del otro. Fue inútil. Pronto una luz brilló con fuerza a mi espalda, habían llegado. Me di la vuelta. Junto a Hudra, otros tres Auréos observaban mi huida. Uno era Yark. A su lado, un hombre y una mujer, cuyas túnicas no eran blancas, sino doradas. El hombre era aún más alto que Hudra, y se apoyaba en una gran vara dorada. Aún desde la distancia, su presencia era imponente. No me estaban persiguiendo, y a no tardar supe por qué. Ante mí aparecieron dos nuevas puertas de luz. Solo pude caer de rodillas y cerrar los ojos, incapaz de soportar el poderoso resplandor que emanaban. Algo me golpeó en el rostro con fuerza, dejándome aturdido, y cuatro manos empezaron a arrastrarme por el suelo, deshaciendo el camino de mi penosa huida. Nos detuvimos, y abrí los ojos. Ante mí se hallaba la pareja de túnicas doradas, sonriendo con sorna. En sus caras, destacaban los mismos rasgos grotescos que en las de sus aliados. La expresión de Yark era indescifrable, contradictoria en si misma. Hudra evitaba mirarme, manteniendo la cabeza baja y los ojos cerrados. La mujer dijo algo, alegremente, y su compañero se rió con ganas. El hombre de la vara se acercó a mí con paso solemne, y tras mirarme durante unos segundos, sonriendo, silbó con fuerza. El Goba, que hasta entonces había estado correteando alegremente entre los árboles, se personó de un salto entre nosotros. Me saludó alegremente con la mano.

-Goba, ¡Degan! -Dijo el hombre, con una voz grave y rasposa.

El Goba, como la otra vez, volvió a celebrar la petición saltando de alegría. Se abalanzó sobre mí de un salto, y su pelo volvió a brillar. Volví a sentir ese calor, esa paz sobrecogedora, esa inefable felicidad. Su cuerpo empezó a fundirse con el mío y me sumergí en esa sensación, abandonándome a ella. No había nada que hacer, esa era mi última porción de felicidad. Cerré los ojos, me dispuse a morir. Y entonces una voz resonó en mi cabeza. Suave, tierna.

“No tengas miedo.”

Y regresé a la realidad. El Goba se separo de mí de un salto, y en su expresión vi complicidad. Para sorpresa de todos, en lugar de repetir el abrazo con el Auréo, el Goba me agarró de la muñeca con fuerza. Apenas pude oír unos gritos lejanos de rabia mientras la realidad se deshacía a mi alrededor. Nuevamente caí, y el Goba reía alegremente.

6 comentarios:

  1. Fascinante. Me estas recordando a mis primeras lecturas, a Burroughs, R. E. Howard, aquellos comics de CIFI, Flash Gordon. Bravo Judas.

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    1. Se agradece, mandragás. Es mi primer escarceo con este género, que por otra parte siempre me ha fascinado. Sé que aún cojea por bastantes sitios, pero muestras de apoyo como la tuya me espolean para currármelo y mejorar!

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  2. Excelente historia y me alegra que la continuaras, es muy rica en detalles y descripción de emociones, eso me gusta, pregunta: Los seres que aparecen aquí son de tu creación, las razas y eso?
    Espero leer el siguiente, un beso.

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    1. Gracias por dedicarme un tiempo, Trysha, y por tus palabras :P Y sí, son mis crías, jejé XD

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  3. Guauuuu, he vuelto por el blog y me he dado cuenta de lo que me he perdido. Has logrado que sienta el hormigueo del protagonista. Felicidades.... Ahora sigo leyendo la siguiente parte....

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  4. Mmmm... Eso de utilizar el conocimiento como arma destructiva me gusta, me gusta mucho, sí...

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