Desde las alturas contemplo el nocturno paisaje de la ciudad. Mi reino, mis tierras, mi granja de humanos; tiene muchos nombres, aunque yo prefiero uno que sobresale por su nobleza: mi coto privado de caza (más privado aún desde que cazo solo). Con la paciencia y el criterio que quien lee una carta de vinos en busca de un buen reserva, analizo y evalúo a cada víctima en potencia en busca de una sangre de calidad. Aunque a simple vista no lo parezca, cuando uno lleva ya varios siglos consumiendo ese sabroso licor, más rojo que el vino y mucho más apetecible, se da cuenta de que no toda la sangre sabe igual, basta con examinar bien los hábitos del sujeto para saber si merece la pena gastar mi energía en acabar con su miserable vida.
Veo al gordo que sale de un restaurante de comida rápida con una grasienta hamburguesa en la mano; buaj, que asco, todo lleno de colesterol y grasa, luego no digiero bien. Veo a la joven más definible como flaca que como delgada bambolearse con su bolso de marca cara; pss, seguro que en su dieta no entra nada que no sea una ensalada para comer y otra para cenar y ni siquiera aliñada, no vale la pena malgastarme por una sangre con tan poco sabor.
Entonces mi mirada se fija en otro individuo; sale del gimnasio, su bolsa y su calzado me dicen que ya es cliente habitual, está fuerte y recio, y seguro que come mucho más que la flacucha esa y mucho mejor que el obeso aquél. Sí, creo que ya sé quien me alimentará esta noche. Otra cacería, otra muerte, otra gota que tal vez no derrame el baso, pero que seguro, segurísimo, terminará en mi boca, una gota y muchas más que la sucederán.
Me aparto un poco para tomar distancia con el borde de la azotea, cojo carrerilla y salto. Sí, se dirige a un callejón; caeré, arañaré, desgarraré, morderé y mataré, y por último, comeré; o mejor dicho, beberé.
Pero algo no sale como lo planeo, justo en el momento en el que mis pies pierden el contacto con el suelo, soy embestido por una fuerza descomunal. Soy proyectado contra el muro del edificio de al lado y caigo a plomo a la callejuela que lo separa de la azotea donde me encontraba. Obviamente, no muero, pero duele; y desde lo alto veo descender una figura a toda velocidad, viene hacia mí, y eso que reluce en su mano… es una daga de plata.
Me aparto con una torpe voltereta justo a tiempo para evitar un tajo en horizontal. El sujeto lleva una chaqueta impermeable; larga, desgarrada y deshilachada. Y su rostro se ve tapado por las sombras de su capucha, pero cuando un relámpago de la inminente tormenta lo que veo es pura furia, ira ciega. Si el odio tuviera rostro sin duda sería aquél que tengo ahora frente a mí. No sé por qué, pero me resulta familiar, aunque tal vez me equivoque, sólo lo he visto un segundo.
Veo como se yergue y avanza hacia mí, poco a poco.
-¡Tú!-Farfulla-¿¡Qué hiciste!?
-¿Yo?- realmente no entiendo nada. –Pero ¿Qué demonios quieres de mí?
-Oh ¡cállate! ¡Tú! ¡¡¡Tú la mataste!
De nuevo empuña su hoja plateada y arremete contra mi en una estocada que evito simplemente con apartarme. Levanto la rodilla, tratando de golpearle en el estómago pero sólo hallo el aire, pues el desconocido ya está a varios metros de distancia.
Buscando desesperadamente en mi cinturón, por fin encuentro lo que buscaba, mi propia daga, aquella con la que me llevé la vida de mi hermano, y de mi amada. Mi amor… pero ¿cómo lo sabe él? ¿Y qué demonios le importa?
Cargo contra mi enemigo en una carrera llena de recuerdos, unos buenos, otros malos, sobre todo malos, como aquella noche en que los perdí a los dos. Después de tres segundos que me parecen tres días, alzo mi cuchilla y descargo toda su afilada ira contra el hombre, directo a la yugular. Siento que el corte es profundo, hallo carne y oigo el chapoteo de la sangre. Pero cuando me digno a mirar contemplo, atónito a mi atacante sujetando mi arma por la hoja con su mano libre y empujando para alejarla de su cuello. Ahora veo mejor su cara, que expresa el dolor más intenso que he visto nunca, y ya lo debe de sentir, pues la mano con la que bloquea mi daga está empapada en su propia sangre, y a pesar de mis esfuerzos, él la repele con una fuerza implacable, sin importarle el corte cada vez más profundo que se abre en sus dedos. Lo miro, anonado y lo único que logro decir es tan obvio que suena estúpido.
-Tú no eres humano.
-Vaya, felicidades, Einstein. –Aplica una fuerza incluso mayor y me golpea en la cara con el mango del puñal, cosa que me obliga a soltarlo.
No, no es humano, pero ¿De verdad es un vampiro como yo? Mi fuerza no puede ni medirse con la suya.
Me propina una patada en la oreja que me lanza casi al final del callejón, durante unos segundos casi no puedo oír nada, solo un zumbido, que a la larga se transforma en un pitido cada vez más grave. Mi oponente lanza mi hoja al aire, donde da una vuelta antes de que este la coja, esta vez por el mango. Ahora su rostro me muestra otra cosa, no es ira, no es dolor, solo satisfacción, una satisfacción tan sádica que me asusta incluso a mí. Se acerca, poco a poco pues sabe que el dolor me impide casi levantarme. Y si lo hiciera ¿Qué cambiaría? Es mucho más fuerte que yo, por lo que seguro que es más rápido; huída descartada. Y ahora él tiene dos dagas de plata mientras que yo solo cuento con mis garras y mis dientes, recurso que seguro que él también posee; combate inútil.
Mientras camina, afila los cuchillos uno contra el otro, relamiéndose.
Es curioso, tantas gotas, tanta sangre, y nunca llegué a llenar el baso, ¿Quién me iba a decir que la gota que lo colmaría sería una de mi propia sangre?
oh por DIos que lio, ahora como seguir esto jajaja, ALice te toca, mira lo que hizo Blac jajaja
ResponderEliminarUn besote Muack.
Blac excelente redaccion es tan fluido que da gusto leerlo. otro beso
increíble, por fin tengo tiempo de leeros, y cual es mi sorpresa?, este magnífico relato..... precioso
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