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martes, 7 de febrero de 2012

Recuerdos (3, 4, 5)


3


            Tras batir su corazón un par de veces, se encontraba soñando lúcidamente tumbado en aquel mismo lugar, pero con una gran diferencia: todo estaba limpio y vivo, y su cuerpo no era el mismo. Tenía el cuerpo de un niño de seis años y la decoración de la casa le provocaba nostalgia, pues antaño había sido su hogar. Se levantó y se dirigió hacia la puerta, dispuesto a salir. Era raro caminar con esas minúsculas piernas.
            -¡Ivancito! ¿Sales a jugar? ¡No te alejes y vuelve pronto!
            Era su madre. <<Qué joven>>, pensó.
            Un radiante día de primavera lo deslumbraba. Juan, el mercader, cargaba un saco de patatas; Romilda, profesora de una pequeña escuela que allí había, trataba de sacar agua del pozo. Los demás ejercían también sus labores pueblerinas, pero el pequeño Iván se fijó en una niña de ojos azules y cabello anaranjado que le devolvía la mirada, sonriendo. Él caminó hacia ella, pero la niña corrió como si fuera un juego. Cuanto más se alejaba, más borroso se volvía todo a su vista.
            De pronto, todo se atenuó. Navir se sentía un poco mayor, y, de hecho, lo era. Tenía el cuerpo de un adolescente. Estaba allí mismo, aunque siendo atizado por una abrumadora nevada.
            -¡Iván! ¡Te vas a congelar, entra ahora mismo!
            Su padre había salido a por él, así que entró ipso facto. Estaba en medio de un invierno increíblemente frío. Dentro, su madre y su hermana Minerva, se acomodaban frente a la chimenea, tapándose con un par de mantas.
            -Héctor, ya casi no hay qué comer... ¿Qué vamos a hacer? -su madre parecía muy preocupada y hablaba con voz enfermiza.
            -María, mi amor, el viento, por muy frío que venga, siempre trae suerte a quien la necesita. Hay que tener fe.
            -No ha parado en semanas...
            Todo se veló una vez más.



4


            Navir empezaba a recordar con claridad en lo que parecía un recuerdo escogido por el subconsciente. Esa noche, todo el pueblo se reunía alrededor de una gran mesa en la ancha y única calle de Inadh, y estaba liderada por Héctor, su padre, más dejado de barba y vientre. Cuando se levantó, todos dirigieron su mirada hacia él. Navir observaba desde lejos, dónde Iván, él mismo, había permanecido en ese momento.
            Navir había renunciado a ese nombre desde el demoníaco incidente en el pueblo... porque sabía que ya no volvería a ser la misma persona. Había sido perturbado eternamente.
            -¡Amigos, este invierno ha sido duro! -Héctor tomó una copa en su mano derecha- A veces, como sabréis, la vida se lleva algún que otro noble corazón para salvar al resto. Mi María... -levantó la copa, entre lágrimas- ¡Nunca la olvidaré! ¡Por ella!
            Hubo brindis y todos fueron a hablar con él, a animarlo. Navir sintió aflicción al revivir aquella escena, pero, de repente, encontró de nuevo con la mirada  una hermosa chica entre la gente, poco menor que ella, pelirroja. Ya la había visto más de una vez, pero no frecuentaba su presencia en Inadh.
            -Al parecer enfermó... -se oía comentar a un anciano.
            Navir se dejó llevar por los pasos de Iván, que lo dirigieron a un par de árboles solitarios en la cima de un cerro cercano. Allí se dejó caer de espaldas a un robusto árbol, siendo iluminado tanto por una luna de cuarto creciente como por un casual grupo de luciérnagas volteando.
            Pasó un rato. Estaba sereno, pensativo. Al mismo tiempo que una brisa de aire navegaba entre los arbustos, veía venir a aquella atractiva mujercita pelirroja, cuyo nombre desconocía.
            -Hola... ¿puedo quedarme aquí?
            -Por supuesto -Navir sintió que su boca se movía sola. Ella se apoyó a su lado en el mismo árbol igual que él.
            -Siento mucho...
            -...lo de mi madre. Gracias, tranquila.
            Hubieron unos segundos de silencio.
            -Siempre te he conocido de vista, te he visto por aquí...
            -Me llamo Yuritz -hubo una pausa y se miraron-. Encantada.
            -Yo me llamo Iván. Igualmente.
            Ella sonrió y habló.
            -Tú y yo jugábamos durante los veranos aquí cuando éramos unos críos, ¿no lo recuerdas?
            -Ahora que lo pienso... ¡es verdad! Pasó mucho tiempo, y sólo era un chiquillo, así que no he podido recordarlo con certeza. Aún así, ese cabello pelirrojo tuyo es inconfundible.
            Intercambiaron una mirada que se alargó hasta que la escena volvió a cambiar.



5


            Ahora estaba bajo ese mismo árbol con la misma persona, en un día cálido y de cielo abierto. Yuritz e Iván se besaban, y Navir se preguntaba cómo no podía recordar un amor tan intenso con una persona. Se había enamorado, pues, de la misma persona por segunda vez. ¿Qué había sucedido?
            -Siempre te querré -decía Yuritz.
            Y en ese momento oyeron el crujir de unas ramas en el suelo a unos metros de ellos. Sus ojos rojos desprendían luz por sí solos a dos metros de altura de lo que era un cuerpo de extremidades largas, de dientes y uñas afiladas. Rugía en voz baja, como avisando de que su dentadura sería capaz de destrozar el mismísimo acero. No eran capaces ni siquiera de transmitir el menor gemido de terror.
            Iván, en un impulso de valentía, tomó rápidamente un manojo de tierra y lo echó a sus ojos. Despistándolo, echaron a correr instantáneamente colina abajo. Inadh se hallaba tras el siguiente cerro hacia el norte, pero no era allí donde debían ir. Corrían pensando en perder de vista al hombre lobo, pero lo que preocupaba a Navir era el hecho de que esa criatura apareciese en medio del día. Debía haber una razón.
            Pero seguían corriendo impulsados por la adrenalina, sin mirar atrás. Llevaban minutos corriendo, y el cansancio les reducía la velocidad mientras el hombre lobo, sin haberse percatado ellos, acortaba distancias. Iba más lento por la ceguera, así que sólo podía confiar en su sentido del olfato y del tacto.
            Iván, fatigado, tropezó fatalmente contra la hierba. Yuritz se percató de ello, así que intentó arrastrarlo inútilmente. Él no podía moverse... su pierna estaba rota.
            -¡Huye! ¡Salva tu vida!
            No quería aceptarlo. No había otro modo de seguir viviendo, y eso era lo que él había querido. Salvar la vida de Yuritz por la suya. Así que ella, con los ojos empapados de lágrimas, huyó. Y se perdió a lo lejos cerca de lo que parecía un bosque que no debía estar allí. En aquel lugar estaría a salvo.
            El hombre lobo se abalanzó contra él, que ya estaba en el suelo, y olió minuciosamente cada parte de su cuerpo. Era carne fresca. Pero cuando sus ensangrentados ojos rojos lo miraron a la cara, algo cambió. Era como si hubiera encontrado el mayor de sus temores oculto dentro de un armario. En un fugaz instante, saltó hacia atrás y salió despavorido hasta perderse en el horizonte.
            Cuando Iván consiguió levantarse, aunque a duras penas se mantuviese en pie, Navir notó que un vacío muy intenso se creaba dentro de él. Algo había cambiado.
            -¿Qué sucede? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Cómo...? -musitaba dejando volar palabras de incerteza. Al menos una parte de sus recuerdos se habían desvanecido, <<pero no para siempre>>, pensaba Navir.
            Iván cojeaba sangrando hacia el pueblo cuando Navir despertó.

3 comentarios:

  1. Ivan si que te extrañaba a ti y ese clima de suspenso que generas, por favor no te pierdas tanto que me muero por seguir leyendo esto... y la curiosidad me mata :P, que hacia un hombre lobo de dia, porque no le hizo nada, qué es Navir?? y qué fue de la chica?? espero poder leer mas pronto, un besote.

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  2. Gracias como siempre Trysha, un comentario muy amable. Y sí, tengo ideas perfectas para responder a todo eso, pero tiempo al tiempo...

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  3. Si que se te echa en falta Ivan, lo tuyo es puro suspense además, ¿Como puedes dejarnos tanto tiempo en este sinvivir? Insensible! ;D

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