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domingo, 26 de febrero de 2012

La estudiante rusa

El ritmo de trabajo volvía a ser asfixiante para el dr. Duque al comienzo del cuatrimestre en el que concentraba todas sus clases. Los pasillos de la facultad se le antojaban inmensos y deprimentes, repletos de autómatas entrenados en repetir teorías de otros y embestir contra aquellos que pensaran por ellos mismos. Años repitiendo los mismos conceptos. A pesar de que le apasionaba lo que enseñaba, la rutina de las clases ahogaba su mente inquieta, que lentamente moría en la monotonía de la cotidianidad.

Entonces ocurrió algo diferente. Entre clase y clase, cuando simplemente se desplazaba de un aula a la de enfrente para repetir exactamente lo mismo, una mujer de rasgos extranjeros se acercó a él.

- Dizculpe, ¿ez uztes el dr. Duque?

El susodicho profesor la miró con una mezcla entre perplejidad y familiaridad. La mujer que tenía delante era casi tan alta como él y lucía un largo cabello rojizo de volumen aleonado. Sus ojos, entre grises y verdes y muy grandes, retaban su mirada con inocencia letal. Su voz le recordaba a… pero la confusión de su fragancia opiácea no le dejó pensar con claridad.

- Sí, soy yo –asintió. ¿Qué desea?

- Mi nombre ez Dasha. Zoy una eztudiante russa. He leído zus librros en mi paiz y asmiro mucho zus teorrias.

La gracilidad de los movimientos de Dasha eclipsó el raciocinio del Dr. Duque, quien parecía atolondrado ante el tintineo de las monedas árabes que colgaban de sus caderas. Sus pestañas, largas y rizadas, deslumbraban de purpurina que, facilitado por la frecuencia de su pestañeo, aparecía como ráfagas de estrellas ante la perturbada mente del catedrático.

El dr. Duque sonrío con deleite y sin encontrar nada mejor que decir, apenas añadió –Se lo agradezco señorita. Es usted muy amable.

A continuación Dasha abrió su bolso de charol y agarró una cajita con sus finas manos, tatuadas con motivos indios. Sus uñas, largas y ovaladas, estaban pintadas de un color rojo vino que sobresalía como perlas de sangre, aumentado por unos pequeños brillos en forma de lágrima que decoraban sus garras.

- Dr. Duque, en agrradesimiento a su trravajo, me gustarria convidarle a ezte Prianiki, un dulze típico de mi tierrra.

Seducido e hipnotizado, nuestro protagonista accedió a la invitación sin atisbo de recelo.

Una estrella inmensa invadió de luz el pasillo de la universidad, abriéndose un camino de tierra bordeado de helechos y flores silvestres. Comenzó a seguir a Dasha, quien con una gran sonrisa le invitó a adentrarse en el sendero. Las voces de fondo le parecían amenazas de orcos que para su alivio iba dejando atrás. Dasha lucía un vestido blanco y desprendía inocencia. Iba saltando, rebotando dos veces con el mismo pie, mientras su vestido ondeaba a la par con ligereza. Dasha le invitó a montar en un caballo azabache, y juntos se alejaron a trote en la inmensidad desconocida.

El Dr. Duque no recordaba sentirse tan pletórico en muchos años. Tal vez jamás se había sentido así. No tenía muy claro dónde estaba, ni siquiera qué hora era, tan sólo podía disfrutar de tan extática vivencia.

Los primeros rayos de luz desvelaron al dr. Duque, todavía recostado entre sábanas blancas, sosteniendo una plácida sonrisa. Volvió a cerrar los ojos y nuevamente los abrió ante el repetido sonido de su móvil. Era un número de la universidad, así que lo dejó sonar hasta que dejaron un mensaje en el contestador.

- Dr. Duque, ¿se encuentra bien? Ayer abandonó sin previo aviso las clases. Al parecer algunos alumnos le vieron desaparecer en un coche negro con una mujer. Póngase en contacto cuanto antes con nosotros.

Recién pinchada la burbuja en la que se encontraba, el Dr. Duque recobró el sentido y aterrizo en una realidad desconocida. ¿Dónde narices estaba? Recuerdos fugaces de fragancias y gemidos recorrían a gran velocidad su mente. Volteó la cabeza y se encontró con una peluca profesional de color rojo al otro lado de la almohada. Un estuche abierto de lentillas de color completaba la farsa. Algunos cabellos castaños, finos y largos, se esparcían por la almohada. Rastreando huellas como un detective, el dr. Duque halló una notita perfumada entre las sábanas que decía: “¿Para cuándo otro Prianiki?”.

Al instante reconoció la letra y su rostro se iluminó. Sabía que sólo podía ser ella. Sonrió y cerró los ojos para saborear el postgusto. Sí, por fin había hecho el amor con Sakmet.

6 comentarios:

  1. Narcótico, exótico y erótico. Debería titularse Sakmet In Love. ;D Perfecto.

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  2. Genial tu escrito, y se la hecho de menos señorita, no crea que no note que no estaba, un besote.

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  3. Gracias bonita! Aquí estoy de nuevo, disfrutando de vuestros escritos :)

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  4. Menuda intensidad, Sakmet, perturbador. Una prosa tan visual y vibrante no se aprende en ninguna parte, asi que aprovecha este don que tienes, no dejes de pulirlo. Un abrazo!

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  5. Se agradecen mucho los ánimos, sobretodo cuando vienen de de personas con tanto talento. ¡Un abrazo!

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