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viernes, 10 de febrero de 2012

Un Mundo Blanco (Cuarta parte)

El Señor Tortuga y sus andanzas bajo la luz de la Luna




Ante mí se desplegó el mar, que rugía furioso. Era de noche, aunque no una noche oscura ni siniestra. Una Luna descomunal y millones de estrellas alumbraban mágicamente el acantilado donde me encontré tras el rescate del Goba. Le vi, pocos pasos delante de mí, contemplando absorto el negro y vasto océano. El reflejo de La luna dotaba a esas aguas de un fantasmagórico resplandor, y se me antojaron llenas de vida. Miré a mi alrededor, y los acantilados parecían extenderse hasta más allá del horizonte, por ambos lados. Las rocas estaban cubiertas de un musgo húmedo y resbaladizo que esparcía aún más la luz del cielo nocturno. Detrás de mí, a un centenar de metros, un denso pinar se balanceaba al son de furiosas ráfagas de viento, casi desafiándome a adentrarme en él y enfrentarse a las sombras que se movían entre los árboles. Sonreí, como lo haría cualquier hombre rescatado del modo más absurdo de una muerte segura. Luego, un escalofrío. Esos aromas. El olor del mar, frío y salado, la humedad, la cautivadora esencia de pino y maquia esparcida por la Tramontana. Era como estar en casa, era el olor del Mediterráneo. Pero no podía serlo, bastaba con mirar al cielo para saber que eso era imposible. Cientos de galaxias desconocidas se desplegaban por toda la bóveda celeste, llenas de vida, luz y color. Era una visión hipnótica, embriagadora, tan ridículamente inimaginable que por segundos me sentí tentado a alzar el vuelo y convertirme en una más de esas estrellas, pasando la eternidad aguardando la esporádica caricia de una mirada cautivada por mi brillo eterno. No hice tal cosa. Me crucé de brazos, intentando protegerme del frío, y con paso tranquilo volví junto al Goba, que seguía contemplando el paisaje, inmóvil, quizá también imaginando que alzaba el vuelo. Y nada se movió, excepto el mar a nuestros pies, y pensé en ella. “Este sería un maravilloso paisaje… si pudiera contemplarlo a tu lado”. Parecía injusto que existiera semejante belleza mientras ella estaba sufriendo, de una crueldad demoledora. “El mundo debería detenerse cuando tú no estás. Las luces deberían apagarse…” Quedaba aún tanto por decirnos, por hacer. Tanto que enseñarnos…


“¿Sabes, Señor Tortuga? A veces me abruma descubrir lo feliz que soy de conocerte. No lo digo sólo porque creo que representas lo mejor del ser humano, ni por lo amada que me haces sentir. Me temo que es mucho más sencillo que todo eso. Lo que de verdad me sobrecoge es de lo que me has rescatado. Ese vacío, negro y desgarrador, esa soledad que me atormentaba allí donde fuese y a todas horas, ya no está. Ya no hay huecos que llenar. Tu estás ahí ahora, paseando tan pancho por mi mente, con las manos en los bolsillos como el que no quiere la cosa, quitando hierro a mis miedos. Saber que en alguna parte del mundo hay alguien que de vez en cuando piensa en mí, aunque sólo sea un ratito,  eso es lo que me pone una sonrisita en la cara. No doy crédito a cuánto lo has cambiado todo. ¿Te das cuenta del milagro que eso supone? Nos separan a saber cuantos quilómetros, no nos hemos visto y aún así siento que caminas conmigo, y de ti saco las fuerzas cuando la vida me supera. Si eso no es magia, apaga y vámonos. Sé que no crees en esas cosas, pero no me cortes el rollo. Y bueno, creo que eso es más o menos todo lo que necesitaba decirte, no quería acostarme sin hacerlo. Gracias por ser como eres, Señor Tortuga, y gracias por rescatarme, tan gallardo tú. Buenas noches!”


Y recordando sus palabras me derrumbé. Me senté en el suelo, derrotado, y en medio de ese paisaje de ensueño me sumí en un llanto de rabia e impotencia. En esos momentos sólo quería saber por qué. ¿Por qué estaba sucediendo todo aquello? Supliqué desesperado regresar a mis días de soledad, sin amor ni remordimiento. Ese tiempo donde ella, sin saber nada de ningún Señor Tortuga, estaba a salvo. La luz de mi vida.
-¿Por qué, Goba? - Le dije - ¿Por qué el destino me trae amor y esperanza sólo para arrebatármelo en cuanto me decido a creer en ello por primera vez? ¿Por qué la arrastran a través de mundos extraños y hostiles, más allá de lo imposible, donde jamás podré alcanzarla? Nada de esto tiene sentido.

Entonces el Goba, que me había escuchado atentamente, se acercó a mí. Le miré, y estaba sonriendo. Parecía que iba a decir algo, pero al parecer creyó más conveniente darme una fuerte colleja. “¡Hey!” Le dije, pero ya no me escuchaba, había empezado a dar saltos alegremente, gruñendo y chillando como un mono que ha encontrado una cesta de plátanos. No le di mucha importancia, sólo estaba algo confuso por el inesperado golpe recibido. Hasta que me di cuenta de que no eran sonidos aleatorios, un ritmo se hizo patente. El Goba estaba tarareando. Era un sonido alegre, apenas mascullado entre gruñidos, pero lentamente iba subiendo de volumen. De forma casi imperceptible, las notas de la canción se fueron suavizando, así como la voz del Goba. Discretamente, un eco fantasmagórico empezó a dar la réplica a la canción. Algo estaba ocurriendo. Su pelo blanco empezó a resplandecer nuevamente, sobrenatural.  No podía dejar de mirarle, cada paso de esa absurda danza destilaba una extraña esencia ancestral, pura y sincera. Me tenía atrapado. Entonces, la canción estalló. Ya no era la voz del Goba quien cantaba, un coro invisible se alzó, imponente. Parecía salir de todas partes, y nuevas voces se unían a cada segundo, haciendo suya la melodía. Lenta, limpia. El viento mismo parecía cantar, y me levanté para escuchar su música. La sentí pasar a través de mi, llevándose la angustia consigo. No hay palabras para describrir el abrumador sonido del mundo cantando. El Goba había cesado ya su danza, como pasando el testigo a las voces de la naturaleza, y su pelo era ya un manantial de luz deslumbrante. Me miró, sonriente, y me señaló el cielo. Me señaló la Luna. Sólo pude abrir la boca. Las estrellas se estaban moviendo. Lo hacían  suavemente, parpadeando en infinitos colores, al ritmo de la música. Se estaban arremolinando lentamente alrededor de la gigantesca Luna. Era perfecto, tan bello que se me aflojaron las rodillas. Apenas me di cuenta de que estaba llorando. Las estrellas, tras orbitar la la Luna como un gigantesco enjambre de colores, empezaron a trazar una espiral hacia el centro del orbe. Poco a poco, todas fueron entrando hasta que el cielo quedó completamente vacío. Dentro de la Luna, las estrellas giraban a toda velocidad, difuminando cada vez más su forma. Al final, su giro era tan rápido que era imposible distinguir su silueta, sólo quedaba el color. Se completó el dibujo, y la Luna quedó como un conjunto de seis círculos concéntricos. El del centro era negro, estático, sin brillo. Los demás, en cambio, eran un despliegue de luz, y sus colores iban cambiando con cada parpadeo. La música era un clamor, el viento había cesado. Miré al Goba, interrogándole con la mirada. ¿Que significaba eso? Él se limitó a sonreir, como siempre, y volvió a señalar la Luna. La miré otra vez, y algo cambió. Ya no eran seis círculos, sinó siete. En el centro del círculo negro, un punto de luz blanca empezó a crecer. Lento al principio, mientras los límites de los demás círculos se deshacían y sus respectivos colores empezaban a mezclarse. De repente, la música cesó, y la luz blanca conquistó de un fogonazo toda la esfera. Y todo quedó inmóvil, en un silencio atronador. El mar estaba en perfecta calma, como si nunca hubiera sido de otro modo. En el cielo, negro y despejado, el orbe blanco, estático y solitario, se limitaba a existir para mí. Lo miré, con la mente en silencio. Los eones transcurrieron, indiferentes, hasta la llegada del cambio. Algo, discretamente, se encajó dentro de mí. Un parpadeo, y todo volvió a la normalidad. Las galaxias poblaban de nuevo el cielo, el viento agitaba el océano, y la Luna había recuperado su color. Me acerqué al Goba y le di una colleja. Me sacó la lengua.

-Vamos - Le dije - Sé a donde debemos ir.
Asintió con vehemencia.

Di media vuelta, y empecé a correr hacia el bosque. El hormigueo había vuelto, con más fuerza que nunca. Me vi ciegamente confiando en él, dispuesto a seguirlo hasta las últimas consecuencias. Supe, por primera vez, que todo tenía sentido. No de un modo claro ni lógico, sólo supe que lo sabía. La luz blanca que todo lo conquistaba, la luz blanca que existía sólo porque existían las demás. A mi alrededor, el universo fluctuaba, creando más y más conexiones, enlazando sutilmente sus partes para que se encontrasen en la oscuridad. Nunca más sentiría temor, el azar y el caos habían quedado fuera del mapa. Me interné en los árboles, ágil como el viento, siguiendo la dirección del creciente hormigueo de mi pecho, siguiendo el hilo que teje el conjunto. Todo cuánto existe, desde el átomo hasta el más gigantesco sistema planetario, tiene en su naturaleza atraer y ser atraído por sus iguales. En pos de la Unidad. 

Detuve mi carrera. Había llegado a un pequeño claro del bosque, y todo mi cuerpo vibraba incontrolable. Miré a mi alrededor por primera vez. Pequeñas sombras se movían por doquier, entre los árboles, por la hierba. Me rozaban las piernas, pasaban volando junto a mi cabeza. No me importaba, sólo tenía ojos para el ser que se hallaba de pie, ante mí. Apenas podía distinguirle bien en la oscuridad, pero parecía humano, aunque dos palmos más bajito que yo. También estaba jadeando, ambos habíamos llegado corriendo. Nos aproximamos lentamente el uno al otro, y le vi con claridad. Era humano, al menos su complexión y sus rasgos faciales, pero su cuerpo estaba recubierto de un pelaje de un color gris plateado. De la cara destacaba su gran nariz, la barba que le cubría hasta los pómulos y, sobre todo, sus ojos. Eran los ojos de un lobo. Amarillos, me observaban, y en ellos me sumergí. El hormigueo eran ya fieras sacudidas que me cortaban la respiración y llenaban el entorno de electricidad. El cuerpo de él también temblaba, le estaba sucediendo lo mismo que a mí. Nos acercamos más, hasta que nuestras caras quedaron a un palmo de distancia. Él me olisqueaba ruidosamente, con el cuerpo agazapado, sus ojos me examinaban con cautela. Esos ojos… Los conocía. Su cuerpo era distinto, sus ojos también, pero reconocí de inmediato el alma que albergaban esas pupilas. Y mi mundo se volvió del revés. Conocía a ese ser mejor que nadie. Era como mirarse en un espejo.







7 comentarios:

  1. Perdón por la demora en el comentario, tu historia va super bien, los seres son lo que mas llama mi atención, espero que continúes pronto.
    Un besote.

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  2. Gracias por el apoyo, Trys, realmente no espero que todo el mundo lea estos tochos que subo, pero tú nunca me fallas =)

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  3. Te leo con gusto amigo, es un placer hacerlo y francamente agradezco poder hacerlo, a veces no puedo de inmediato, pero siempre leo :-P
    Un besote sigue encantandome con tu talento.

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  4. Jud, ¡¡¡QUÉ PASADA!!!! plasmaste tan bien tu visión que me sentía completamente dentro, llorando cuando lloraba, sintiendo electridad ante la presencia del hombre lobo.... fascinante de verdad.... ¿existe una calificación superior a magistral? Un abrazo

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  5. Amén de tu particular forma de describir escenarios y demás, y de lo bonito que lo haces todo (joder!), esa melodía, la que le has puesto, encaja divinamente... Es tuya? (Sí, he visto que pone tu nombre, pero por preguntar que no quede, no? ;D)

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    1. Sakmet, Lady, de vez en cuando uno necesita que le den cuerda para no detenerse, gracias :)

      Y sí, Lady, la melodía es de mi cosecha xD

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  6. Hace poco pensé por un momento, necio de mí, que mi malestar era lo más importante del universo. Hoy leyéndote sobre la luna, estrellas y galaxias de una forma tan infinitamente visual, he recordado ese instante; y también lo insignificante que soy en el universo, sin nombrar a la fantasía, si no ya ni te cuento. desbordante la tuya, por cierto.

    PD: Has vuelto a sorprenderme Synthesizerman.

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