-¡Si aún cabe un ápice de misericordia en tu áspero corazón, soldado, y en lo recóndito de tus más tenebrosas pesadillas es capaz de brillar todavía un leve atisbo de caridad hacia el más cruel de los padecimientos humanos, yo entonces te suplico, oh hijo de la carne concebida bajo el más horrendo pecado que jamás contemplaran los eones, tengas piedad y me liberes de la descomunal tortura que, con cada aurora, me inflige la ominosa criatura que devora sin descanso mis entrañas desde el mismísimo instante en que éstas vuelven a florecer en el seno de mi vientre!-
-¡Deja ya de gritar, Prometeo y no empieces otra vez con lo de siempre o me veré obligado a pedirle al águila que te devore también esa maldita lengua plañidera!-
Jajaja me encantó, una vez mas te superaste a ti mismo, magistral es poco.
ResponderEliminarUn besote.
Un beso TRY, ya sabes que no siempre te leo pero te siento presente e imprescindible.
EliminarEso y más te mereces, canalla, la que hemos liado con tu dichoso fuego... Magnífico, Peregrino Gris, tu prosa infalible me resulta agridulce, me muestra lo que puedo ser pero sin dejar de recordarme lo lejos que estoy de serlo. Hazaa!
ResponderEliminarMe descubro ante vos y vuestra sincera y nada afectada humildad y ésta, estimado Jud, es siempre señal de inteligencia, la cual, por otra parte, no dejan de destilar tus acertados escritos. ;-)
ResponderEliminarLas diosas (auqnue seamos pequeñitas y una pizca engreídas) nos libramos de martirios como este, no?
ResponderEliminarlas diosas, my very dear, estáis destinadas a dolores aún mayores si cabe para, a la postre, poder realizar el acto creativo más poderoso de la existencia (me he vuelto a poner místico :P)
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