LA GRAN VIRTUD

La pequeña Lilly era tan ingenua como el más neonato de los bebés y tan natural como las flores del campo. Vivía totalmente evadida de la realidad que la rodeaba, habiéndose creado su propio mundo de nubes de algodón dulce; y no era de extrañar, pues la materialidad en la que habitaba no era si no un circo en el que no se distinguían a los domadores de las fieras, siendo los seres en ambos casos de la misma calaña. Lilly era dichosa. No conocía el mal, no sabía de un dolor que no fuera el que le causaban las raspaduras de las rodillas que aparecían cada vez que la pequeña trastabillaba jugando hasta caerse de bruces. Para Lilly no existían la hipocresía, ni la mentira, ni la envidia…

  Pero un día, cuando hubo dejado atrás la ingenua adolescencia, Lilly decidió estallar desde adentro  la pompa de jabón con aroma a fresa que ella misma se había forjado, y saltar al mundo de los mayores. Craso error… Presa de la ingenuidad que aportan la juventud y, por consiguiente, la escasas experiencias vividas; con la confianza en la buena fe del prójimo por bandera y de estandarte una sonrisa, caminó sin poner cuidado alguno, sobre un suelo que ella creía cimentado sobre los valores morales con los que había crecido; pero esos valores eran débiles, apenas les había dado tiempo a secarse cuando las personas malas del mundo de los grandes ya los había comenzado a destruir, y así pasó, que Lilly se hundió, y cayó, y por primera vez en su vida conoció el dolor verdadero, el tipo de dolor que queda en el alma y no desaparece.

  Sin embargo, la pequeña pelirroja aprendió una valiosa lección: si en el mundo de los grandes te caes porque los valores no están bien cimentados, nace la necesidad de alguien que empiece a solidificarlos. Y así lo hizo Lilly, se empeñó en hacer de la gente mala gente buena; mostró la virtud que poseía de perdonar a todo aquél que se equivocara.

Autor: Lady Bella