Me hallaba yo una noche sólo en casa, normalmente no me preocupa el quedarme sólo, pero aquella noche sucedió algo que cambiaría mi vida para siempre.
Aquella noche, yo estaba leyendo tranquilamente en el salón. En cuanto el reloj de pared tocó las doce, se oyó un trueno, y un súbito e intenso resplandor iluminó toda la estancia. Acababa de llegar el día de todos los santos. Parpadeé para recuperar la vista, en ese mismo instante, oí un gran estruendo proveniente del sótano. ¡Qué raro! Mis padres no regresaban hasta mañana. Bajé las escaleras y hallé algo inusual, y es que, a pesar de estar la luz de delante de la puerta encendida, todo estaba sumido en la más absoluta oscuridad. Es difícil de explicar, es decir, la luz estaba encendida, se distinguía un leve destello, pero era como si la oscuridad la tapase. Abrí la puerta y, al contemplar la escena, se me heló la sangre. Las paredes estaban desgarradas, los muebles tirados por el suelo y despedazados, y unas sombras inusuales se movían por la estancia, lo raro era que, por mucho que buscaba, no hallaba nada que las proyectase. De repente, las sombras se agruparon, y se concentraron hasta tomar la forma de una horrible bestia, negra como el azabache, y con unos horrendos ojos que brillaban con un inquietante resplandor negro. Me quedé completamente paralizado de terror, y no reaccioné hasta ver cómo aquella cosa se abalanzaba sobre mí con una furia animal. Me lancé hacia las escaleras, seguido por esa fiera que me perseguía como un lobo hambriento, de pronto, vi que, al entrar en contacto con la intensa luz del salón, la criatura retrocedió de un brinco que le hizo caer por las escaleras. “De modo que a esa cosa le asusta la luz”, pensé. Corrí al otro lado del salón y en ningún momento dejé de contemplar fijamente las escaleras. Entonces, durante un ínfimo instante, hubo un corte luz, tan sólo duró una fracción de segundo, casi ni se notó pero, al volver la luz, la bestia ya n o estaba en el sótano, estaba allí, en un rincón oscuro del salón, agazapado, mirándome fijamente, y esperando pacientemente su oportunidad para atacar. Con esa asombrosa velocidad, pude deducir que si se daba otro corte, por pequeño que fuese, ya todo habría terminado para mi, seria el fin. El salón había quedado destrozado con el simple movimiento del monstruo.
Con una indetectable lentitud, puse la mano en el pomo de la puerta, entonces hubo otro corte, rápidamente salí corriendo a la calle, cerré la puerta y me aparté. Ésta salió volando, el ser estaba allí, y no fue hasta entonces que me dí cuenta de mi error, un error fatal, en mi calle, no hay farolas. Eché a correr lo más rápido que pude pero era inútil, el monstruo podía recorrer más de treinta metros en cuestión de segundos, con un simple golpe, me lanzó contra una pared, y en lo que dura un parpadeo, ya lo tenia encima mío, desgarrándome la ropa y arrancándome trozos de piel y carne ensangrentados. Estaba ya empapado de mi propia sangre, con un dolor de mil infiernos abrasándome el abdomen, y dispuesto a esperar una muerte rápida cuando llegó, como un milagro, un milagro brillante, con ésos preciosos tonos de rojo anaranjado, el amanecer. En cuanto el primer rayo de sol rozó la negra tez de la criatura, ésta se puso a burbujear y empezó a desvanecerse. El ser dio un gran salto hacia atrás y cayó al suelo, en un desesperado intento por escapar, escapar del sol, que todo lo cubre y todo lo abarca. La luz desintegraba la carne de la fiera en tocarla, y ésta, encogida en el suelo ante mí, se retorcía de dolor, mientras su cuerpo desaparecía y el brillo de sus ojos se iba apagando. Luego se arrodilló y, mirando hacia el cielo, soltó un gran grito desgarrador, el grito más horrible y espantoso que jamás haya escuchado, y acto seguido, se esfumó.
Volví a casa tambaleándome y gritando de dolor, a duras penas podía andar. Cuando llegué, la casa estaba hecha polvo, pero no me molesté en limpiar, me desplomé en el sillón y me dormí.
Las voces de mis padres me despertaron, al verlos, me levanté asustado diciendo que podía explicarlo todo, pero cuando ellos me preguntaron “¿Explicar qué?” me detuve, observé a mi alrededor, todo estaba impecable, y mis ropas también, por un momento, creí que había sido todo un sueño, (inocente de mi) pero cuando me fui a cambiar, me quedé horrorizado al ver la inmensa y horripilante cicatriz que tenia en la barriga.
Todavía ahora, cuando me acuesto, sigo sintiendo esa escalofriante presencia, ésa fría mirada de luz negra, ésa aterradora muerte andante.
Guauuu Hombre lo encuentro genial... te felicito que gran historia, realmente daban de correr.
ResponderEliminarMis felicitaciones.
Un besote.
lo recuerdo y me sigue gustando, muy buen relato, buenas descripciones, simplemente excelente, felicidades.
ResponderEliminarguauu!!! aun me queda uno por leer del concurso, pero por ahora creo que te votaré a ti. por fin algo de miedo y de acción!! mi enhorabuena!
ResponderEliminardefinitivamente, te voté a ti... este fue el único relato que me dio miedo :D la acción tan temprana, que en lugar de resultar absurda causa impresión (lo cual no es fácil); el desarrollo de ésta y el enfrentamiento cara a cara con la muerte; la vuelta a la normalidad, tan velozmente como el comienzo de la acción... Es como un niño que cierra y abre los ojos asustado y, en la milésima de segundo, ve el miedo... igual de rápido e igual de aterrador, coronado con la guinda del pastel: un final extrañamente normal, los padres no saben nada... pero amenazador para el protagonista.
ResponderEliminarRepito, mi voto para La muerte andante. Suerte y enhorabuena
Excelente relato del más convencional terror.
ResponderEliminarFelicidades y gracias por compartirlo.
Muy bueno, muy bien escrito y buena historia también.
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