Llevaban ya dos semanas grabando
en el estudio, solos, la chica y él, -los músicos ya habían acabado su trabajo-,
y Marcel sentía que, por las noches, mientras se agitaba sudoroso bajo las
sábanas, algo muy dentro le quemaba lentamente las entrañas, fuego que resultó
ser, ni más ni menos que un indomable y brutal deseo, agravado por su
auto-impuesto silencio y que le duró hasta el día en que decidió librarse de
semejante suplicio. De modo que, a través de un chat (no se creía capaz de decírselo a la cara), le terminó
confesando a la joven que la deseaba con todas sus fuerzas.
Ella, jovencísima, preciosa y
pésima cantante, se empecinaba en re grabar hasta la saciedad los mismos
pasajes con tonalidades y matices inalcanzables para su limitada capacidad
vocal, sin embargo Marcel jamás se lo reprochó ya que cada tarde podía él así disfrutar
de la presencia de la joven la cual, inconsciente de la orgía virtual que iba
cobrando forma en la mente del hombre, atizaba sin querer las brasas que a la
postre resultarían fatídicas para su proyecto musical.
Porque, ¿cómo iba ella a imaginar
que a su técnico de sonido y amigo se le escapaban cada noche a borbotones bocanadas
de salud mientras la soñaba totalmente desnuda, repantigada sobre una butaca de
fieltro (la misma que él usaba para trabajar), con las piernas bien abiertas,
apoyando sobre el borde de la mesa unos pies increíblemente curvados donde
resaltaban tanto la sensual oquedad de los puentes como el imposible ímpetu
estratosférico de los empeines (cóncavos y convexos hechizos de un pecaminoso
fruto edénico hecho extremidad), rematados por las uñas perfectamente pintadas
de unos dedos que atisbaban el paraíso impulsándose hacia al cielo con gesto
altivo y soberbio; la cadenita de oro abrazada a su esbelto tobillo, colgando en
hipnótico balanceo sobre la cabeza del hombre que, más abajo, y arrodillado
frente al jugoso milagro de terciopelo ofrecido, la adoraba con su lengua, deleitosa
y parsimoniosamente, mientras ella, más arriba, sostenía el micrófono con el
cual intentaba grabar una canción a la que, -ambos coincidían-, faltaba una
pizca más de pasión?
Y era eso precisamente lo que a
Marcel, profesional curtido, le cautivaba de esa locura de proyecto que se podría
resumir en una simple pregunta: ¿Cómo sonaría la voz de esa preciosidad
mientras entonaba bajo los efectos de una especie de permanente llegada a un
orgasmo brutal, propiciado por sus bucales caricias? ¿Podría él, con su oído
privilegiado, distinguir luego las cadencias, los suspiros ahogados, los
susurros imprevistos, las vibraciones guturales contenidas, mientras ella pretendía
controlar la modulación sin perder el control hasta el final?
De todas formas, aquella noche de
incendiarias confesiones, la cruda realidad (siempre pronta) le terminó
estallando en pleno rostro cuando la chica le contestó con un escueto: -Imposible; tengo novio y estoy muy enamorada.
Además, creo que sería una verdadera locura y una porquería.-
A partir de ese instante, una interna
sensación como de derrumbe de alguna suerte de andamio virtual o de todo un castillo
de naipes de onírica inconsistencia, dejó mudo y postrado por mucho tiempo a
Marcel. Ni que decir tiene que de ella nunca más tuvo noticias.
Wow simplemente wow...
ResponderEliminarme estremesí, era muy mala cantante?
jajaja Un besote me ha encanto.
era muy mala, realmente Try, pero...era preciooooosaaaa!!!! jajajaja
EliminarMenos mal que dijo que no, si cantaba mal no quiero ni llegar a imaginar cómo gemiría.... xDDD
ResponderEliminarPor otro lado, es un precioso homenaje a nuestra querida canaria, que desapareció sin dejar señas :(
My very dear, el gemido de una mujer, por mucho que desafine, y en según qué circunstancias, resulta siempre de un poderoso efecto en el varón (sigue la primavera...ay!!!)
EliminarTambien canto mal... pero tengo interes por la ciencia y el metodo empirico me parece razonable :P
ResponderEliminarjajaja